En un pequeño y tranquilo pueblo llamado Mompox, donde el sol parecía brillar siempre en la misma posición y las campanas de la iglesia resonaban de manera constante, vivía una niña llamada Lucía. Desde pequeña, Lucía había estado rodeada de libros. Su abuela Julia, una anciana sabia y gentil, le había enseñado a amar los cuentos, las historias de fantasía y todo lo que esos relatos podían ofrecer.
Lucía pasaba las tardes explorando la gran biblioteca que su abuela tenía en casa, un lugar mágico lleno de libros antiguos con tapas de cuero y letras doradas. Las historias la hacían soñar con mundos lejanos, criaturas mágicas y aventuras épicas. Sin embargo, había un rincón de la casa que Lucía nunca había explorado a fondo: el viejo ático polvoriento.
Una tarde, mientras el sonido de las campanas del pueblo llenaba el aire, Lucía decidió subir al ático. Sabía que ese lugar estaba lleno de objetos antiguos que pertenecían a su abuela, pero algo en su interior le decía que encontraría algo especial ese día. Subió las escaleras con cuidado, escuchando el crujir de cada peldaño bajo sus pies. Cuando llegó arriba, una fina capa de polvo cubría todo a su alrededor. Libros viejos, baúles y cajas se amontonaban en cada esquina, pero lo que más llamó su atención fue un objeto que brillaba tenuemente en una de las estanterías más altas.
Con el corazón acelerado, Lucía se acercó y, tras quitar unas telarañas, tomó el objeto entre sus manos. Era un reloj antiguo, con elaborados grabados dorados y una esfera que parecía brillar con una luz suave. Lo miró con detenimiento, maravillada por los detalles y preguntándose qué hacía un reloj así en el ático de su abuela.
Justo en ese momento, la puerta del ático se abrió lentamente, y allí estaba la abuela Julia, con una cálida sonrisa en su rostro. Sus ojos, llenos de sabiduría, brillaban al ver lo que Lucía sostenía.
—¡Lucía! —exclamó la abuela con voz suave—. Veo que has encontrado mi viejo reloj. Es un objeto muy especial para mí.
—¿Este reloj? —preguntó Lucía con curiosidad—. Parece muy antiguo. ¿Por qué es tan importante?
La abuela Julia caminó hacia Lucía, sus pasos resonando suavemente en el suelo de madera del ático. Se sentó junto a su nieta y acarició el reloj con cariño.
—Este reloj fue un regalo de mi madre cuando era una niña —explicó la abuela—. Ella me dijo que no era un reloj común y corriente. Este reloj tiene el poder de transportarte a momentos significativos de tu vida… y a otros que aún no conoces. Es un portal a los sueños y a la magia que siempre has imaginado.
Lucía abrió los ojos de par en par, fascinada por lo que escuchaba. ¿Un reloj mágico que podía llevarla a lugares y momentos especiales? Era algo que jamás habría imaginado, aunque todas las historias que había leído le hacían pensar que tal vez no era tan imposible.
—¿Cómo funciona? —preguntó Lucía con la emoción reflejada en su voz.
La abuela sonrió con ternura.
—Solo necesitas girar la corona del reloj y pensar en un lugar o en un momento que desees visitar —dijo—. El reloj hará el resto.
Lucía miró el reloj en sus manos, y su corazón latía con fuerza. ¿Sería verdad lo que decía su abuela? Solo había una manera de descubrirlo. Con manos temblorosas, giró la pequeña corona del reloj y cerró los ojos, pensando en uno de los lugares que siempre había imaginado: un bosque encantado, lleno de criaturas mágicas y árboles que susurraban.
De repente, el mundo a su alrededor pareció disolverse. El polvo del ático desapareció, y el sonido de las campanas de Mompox se desvaneció. Lucía sintió una suave brisa y, cuando abrió los ojos, se encontró en medio de un bosque verde y frondoso. Los árboles eran altísimos, con hojas que brillaban con un resplandor dorado, y el aire estaba lleno de una fragancia dulce y floral. A lo lejos, escuchó el murmullo de un arroyo.
—¿Dónde estoy? —susurró Lucía para sí misma, incapaz de creer lo que estaba viendo.
Antes de que pudiera dar un paso, una pequeña figura apareció frente a ella. Era un niño, un poco mayor que ella, con cabello castaño y ojos llenos de curiosidad. Llevaba una túnica verde y tenía un cinturón lleno de pequeñas herramientas que Lucía no reconoció.
—¡Hola! —dijo el niño, sonriendo con amabilidad—. Soy Lucas. ¿Tú también has llegado aquí por el reloj?
Lucía parpadeó sorprendida.
—¿Tú también? —preguntó—. ¿Cómo lo sabes?
Lucas se rió y señaló un pequeño reloj que colgaba de su cinturón, muy similar al que Lucía sostenía.
—Mi abuelo me dio uno hace mucho tiempo —explicó—. Me dijo que este reloj me llevaría a lugares mágicos, y parece que también ha funcionado contigo.
Lucía miró el reloj en su mano y luego a Lucas. No podía creer que todo esto estuviera sucediendo, pero no podía negar lo que veía ante sus ojos. Estaba en un bosque mágico y había conocido a alguien que parecía entender todo lo que estaba pasando.
—¿Qué es este lugar? —preguntó Lucía, mirando a su alrededor maravillada.
Lucas la miró con una expresión seria.
—Este es el Bosque de los Sueños —dijo—. Es un lugar donde todo lo que imaginas puede hacerse realidad. Pero también es un lugar peligroso. Hay criaturas que no siempre son amigables, y algunos caminos llevan a lugares de los que es difícil regresar.
Lucía tragó saliva, pero la curiosidad y la emoción eran más fuertes que el miedo. Quería explorar, quería descubrir los secretos de ese lugar y, sobre todo, quería entender el poder que tenía el reloj que sostenía.
—¿Me acompañarás? —preguntó Lucía, mirando a Lucas con determinación.
Lucas asintió con una sonrisa.
—Claro que sí. Pero debes prometer que seguirás mis pasos. Aquí, todo puede cambiar en un abrir y cerrar de ojos.
Con esa advertencia en mente, ambos comenzaron a caminar por el bosque. A medida que avanzaban, Lucía notó que los árboles parecían moverse, susurrando entre sí en un idioma que no comprendía. Los colores del cielo cambiaban de un suave azul a un púrpura intenso, y en el aire flotaban pequeños destellos de luz, como luciérnagas.
El viaje por el Bosque de los Sueños estaba lleno de maravillas, pero también de desafíos. Encontraron criaturas mágicas amistosas, como un zorro plateado que les mostró el camino cuando se perdieron, y un grupo de hadas que les ofreció bayas dulces que les dieron fuerzas para continuar. Sin embargo, también encontraron peligros: un lago cuyas aguas se convertían en espejos, reflejando versiones distorsionadas de ellos mismos, y un enorme roble cuyos brazos se extendían hacia ellos, como si intentara atraparlos.
Después de lo que parecieron horas, llegaron a un claro en el bosque, donde un imponente árbol dorado se alzaba en el centro. A sus pies, había una pequeña caja de madera, tallada con símbolos que Lucía no reconocía.
—Este es el Árbol del Tiempo —dijo Lucas, con reverencia—. Mi abuelo me contó sobre él. Aquí es donde los guardianes del tiempo guardan los secretos del pasado y el futuro.
Lucía se acercó al árbol, sintiendo una extraña atracción hacia la caja. Sabía que debía abrirla, pero algo en su interior le decía que una vez lo hiciera, su vida cambiaría para siempre.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.