En las tierras de los Andes, donde las montañas tocan el cielo y los vientos cuentan historias antiguas, existían cuatro poderosas entidades. Estas entidades eran La Muela Del Diablo, Illimani, El Cóndor y Fuego. Cada una tenía su propia fuerza y dominio, y juntas mantenían el equilibrio del mundo.
La Muela Del Diablo era una roca antigua y maligna, con una cara esculpida que mostraba una eterna expresión de furia. Su presencia oscurecía el cielo y su voz resonaba como truenos en la noche. Illimani, por otro lado, era una montaña majestuosa y nevada, con una mirada sabia y serena. Desde su cumbre, observaba el mundo con paciencia y tranquilidad. El Cóndor era un ave enorme y majestuosa, cuyas alas extendidas podían cubrir el sol. Volaba alto, vigilando y protegiendo las tierras. Finalmente, Fuego era una figura ardiente y resplandeciente, con llamas que bailaban alrededor de su cuerpo, iluminando la oscuridad y trayendo calor y vida.
Un día, una antigua profecía comenzó a cumplirse. Decía que cuando los cielos se oscurecieran y los vientos cambiaran, los cuatro dioses entrarían en una batalla que decidiría el destino del mundo. El cielo se nubló y el viento comenzó a soplar con una fuerza inusitada. La Muela Del Diablo, hambrienta de poder, decidió que era el momento de reclamar el dominio absoluto. Desde su trono de piedra, lanzó un rugido que sacudió las montañas.
«¡Este mundo será mío!», proclamó con voz resonante.
Illimani, siempre en calma, respondió desde su cumbre nevada, «La armonía debe ser preservada. No permitiré que tu oscuridad lo consuma todo.»
El Cóndor, volando sobre las cumbres, añadió, «El cielo es libre y debe seguir siéndolo. No permitiré que lo oscurezcas.»
Fuego, con sus llamas brillando intensamente, gritó, «El calor de la vida no será apagado por tu maldad.»
La batalla comenzó. La Muela Del Diablo lanzó enormes rocas hacia Illimani, quien las desvió con avalanchas de nieve y hielo. El Cóndor, con sus poderosas garras, atacó a La Muela Del Diablo desde el cielo, mientras Fuego rodeaba la roca maligna con un círculo de llamas, tratando de debilitar su dureza.
La lucha fue intensa y duró días. Cada uno de los dioses usó toda su fuerza y habilidad. Illimani provocó una tormenta de nieve que envolvió a La Muela Del Diablo, pero la roca respondió con un terremoto que hizo temblar la tierra. El Cóndor golpeaba con sus garras y pico, mientras esquivaba las piedras que La Muela lanzaba. Fuego, por su parte, creó una muralla de llamas que impedía que La Muela avanzara.
A pesar de su poder, La Muela Del Diablo empezó a sentir el desgaste. Las llamas de Fuego comenzaban a calentarlo, y las garras del Cóndor dejaban marcas profundas en su superficie. La nieve y el hielo de Illimani también lo debilitaban, endureciendo y agrietando su estructura.
En un momento de desesperación, La Muela Del Diablo lanzó un último ataque, un gran estruendo que hizo temblar todo el valle. Pero este esfuerzo final lo dejó vulnerable. Aprovechando la oportunidad, Fuego intensificó sus llamas, envolviendo completamente a La Muela. El Cóndor, con un vuelo veloz, golpeó con todas sus fuerzas. Illimani, con un estruendo, lanzó una avalancha que cubrió a La Muela.
Cuando el polvo se asentó, La Muela Del Diablo había sido derrotada. Sus restos, ahora sólo una montaña de rocas inertes, quedaron como un recordatorio de la batalla. Illimani, El Cóndor y Fuego se reunieron, agotados pero victoriosos.
«El equilibrio ha sido restaurado», dijo Illimani con una voz tranquila.
«El cielo sigue libre», añadió El Cóndor, alzando el vuelo.
«Y la llama de la vida sigue brillando», concluyó Fuego, dejando que sus llamas disminuyeran a un cálido resplandor.
Desde ese día, las tierras de los Andes recuperaron su paz. Los habitantes de la región contaban la historia de la gran batalla, agradecidos por la protección de los dioses. Y aunque La Muela Del Diablo había sido derrotada, su presencia servía como recordatorio de la importancia de mantener el equilibrio y la armonía en el mundo.
Y así, en las alturas donde el viento canta y las montañas guardan secretos, los dioses continuaron vigilando, asegurándose de que la paz prevaleciera para siempre.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.