Cuentos de Fantasía

La Cajita de Dulces

Lectura para 11 años

Tiempo de lectura: 4 minutos

Español

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En una pequeña aldea perdida entre montañas, vivía una familia humilde conformada por Sebastián, sus padres María y José, y sus hermanos Enrique y Lorena. La pobreza había sido una constante en sus vidas, una sombra que parecía no desvanecerse a pesar de todos los esfuerzos. María, la madre de Sebastián, trabajaba largas horas en el campo, mientras que José, su padre, hacía lo imposible por traer algo de dinero al hogar reparando herramientas viejas en la aldea. A pesar de sus luchas diarias, siempre había una chispa de amor en su hogar.

Sebastián era el segundo hijo de la familia y tenía ocho años. Desde muy pequeño, había desarrollado una gran imaginación y soñaba con mundos mágicos donde las estrellas podían hablar y los árboles podían caminar. Tenía esa capacidad de ver más allá de lo que la mayoría podía ver, incluso en los momentos más difíciles. Sabía que su familia era pobre, lo sentía en la falta de pan en la mesa y en las ropas raídas que usaban todos los días, pero Sebastián siempre mantenía la esperanza.

El cumpleaños de Sebastián se acercaba, y aunque en su casa no se hablaba de celebraciones, él secretamente deseaba recibir algo especial. Un pequeño regalo, algo que pudiera atesorar en medio de las dificultades. Sin embargo, en lo profundo de su corazón, sabía que era poco probable que hubiera algún obsequio para él. Su familia apenas podía permitirse comer todos los días, y mucho menos comprar un regalo.

El día de su cumpleaños llegó, y como él esperaba, no hubo torta ni regalos. Sus hermanos le desearon un feliz cumpleaños con un abrazo sincero, pero la tristeza se apoderó de su corazón. Esa noche, mientras todos dormían, Sebastián salió de su pequeña cabaña y se sentó bajo el cielo estrellado. Las estrellas brillaban como si supieran que era un día especial, y en su corazón, el niño decidió pedir un deseo.

«Solo quiero una pequeña cajita de dulces», susurró al viento. «Solo un dulce para endulzar mi día.»

De repente, un rayo cruzó el cielo, iluminando la oscuridad de la noche y asustando a Sebastián, quien corrió de vuelta a su casa. El corazón le latía rápido, pero algo dentro de él le decía que había sido escuchado. Los días pasaron y todo seguía igual: la pobreza, el hambre, los mismos desafíos de siempre. Sin embargo, había algo diferente en el aire, una sensación de que algo mágico estaba por suceder.

Una mañana, mientras Sebastián observaba por la ventana, un pequeño pájaro apareció de repente. No era un ave común; sus plumas brillaban con un suave resplandor y sus ojos parecían saber más de lo que uno esperaría de una criatura tan diminuta. El ave picoteó el vidrio con suavidad, llamando la atención de Sebastián, quien, con el corazón latiendo rápido, decidió seguirla.

El pequeño pájaro voló lentamente, como si supiera que Sebastián lo seguiría. A medida que se adentraban en el bosque cercano, el niño comenzó a preguntarse si todo esto era un sueño. El bosque, que siempre había sido oscuro y sombrío, ahora parecía lleno de vida, con árboles que susurraban y flores que parecían brillar con luz propia.

Tras caminar un buen rato, el pájaro se detuvo frente a un árbol antiguo y robusto. De la base del árbol, una pequeña puerta de madera, apenas visible entre las raíces, se abrió con un crujido. Sebastián, sin dudarlo, se acercó y vio dentro una pequeña caja, no mayor que la palma de su mano. Era una caja antigua, decorada con intrincados grabados dorados. Con cuidado, la tomó en sus manos.

«¿Esto es para mí?» preguntó en voz baja, mirando al ave.

El ave asintió levemente con la cabeza y, en un parpadeo, desapareció en el aire.

Sebastián miró la caja por un momento antes de abrirla. Dentro, encontró un solo dulce, pero no era un dulce cualquiera. Era el dulce más hermoso que había visto en su vida, envuelto en papel dorado y con un aroma que llenaba el aire de dulzura. Sin pensarlo dos veces, lo guardó en su bolsillo y corrió de vuelta a su hogar.

Cuando llegó, sus hermanos y sus padres lo esperaban con miradas curiosas. Sebastián, aún sin aliento, les mostró la cajita y el dulce. Sin embargo, al momento en que sus hermanos lo vieron, algo mágico sucedió: la cajita empezó a llenarse de dulces de todos los colores y sabores. Todos quedaron asombrados.

María, la madre de Sebastián, se acercó con lágrimas en los ojos. «Esto es un milagro», dijo, abrazando a su hijo. «Tu deseo fue escuchado.»

Desde ese día, la pequeña caja de dulces no solo les dio alegría a Sebastián y su familia, sino que también se convirtió en una fuente de bondad para toda la aldea. Cada vez que alguien necesitaba un poco de alegría, Sebastián compartía un dulce de la cajita mágica. Nadie sabía de dónde venían ni cómo funcionaba la magia, pero todos entendieron que el corazón puro de Sebastián había sido la clave para que el milagro ocurriera.

Y así, la familia que antes vivía en la más profunda pobreza, ahora era conocida por su generosidad y bondad. No eran ricos en oro ni en posesiones, pero su hogar siempre estaba lleno de risas, amor y, por supuesto, dulces que nunca se acababan.

Sebastián aprendió una lección valiosa ese día: los milagros no siempre son lo que esperamos, pero a veces, lo más pequeño y sencillo puede cambiar el mundo. Con el tiempo, la pequeña aldea prosperó, y aunque las dificultades seguían apareciendo, la cajita de dulces se convirtió en un símbolo de esperanza y generosidad.

Y así, la magia de un pequeño deseo bajo un cielo estrellado transformó la vida de una familia y de toda una comunidad, recordando a todos que, incluso en los momentos más oscuros, siempre hay espacio para la esperanza y la bondad.En una pequeña aldea perdida entre montañas, vivía una familia humilde conformada por Sebastián, sus padres María y José, y sus hermanos Enrique y Lorena. La pobreza había sido una constante en sus vidas, una sombra que parecía no desvanecerse a pesar de todos los esfuerzos. María, la madre de Sebastián, trabajaba largas horas en el campo, mientras que José, su padre, hacía lo imposible por traer algo de dinero al hogar reparando herramientas viejas en la aldea. A pesar de sus luchas diarias, siempre había una chispa de amor en su hogar.

Sebastián era el segundo hijo de la familia y tenía ocho años. Desde muy pequeño, había desarrollado una gran imaginación y soñaba con mundos mágicos donde las estrellas podían hablar y los árboles podían caminar. Tenía esa capacidad de ver más allá de lo que la mayoría podía ver, incluso en los momentos más difíciles. Sabía que su familia era pobre, lo sentía en la falta de pan en la mesa y en las ropas raídas que usaban todos los días, pero Sebastián siempre mantenía la esperanza.

El cumpleaños de Sebastián se acercaba, y aunque en su casa no se hablaba de celebraciones, él secretamente deseaba recibir algo especial. Un pequeño regalo, algo que pudiera atesorar en medio de las dificultades. Sin embargo, en lo profundo de su corazón, sabía que era poco probable que hubiera algún obsequio para él. Su familia apenas podía permitirse comer todos los días, y mucho menos comprar un regalo.

El día de su cumpleaños llegó, y como él esperaba, no hubo torta ni regalos. Sus hermanos le desearon un feliz cumpleaños con un abrazo sincero, pero la tristeza se apoderó de su corazón. Esa noche, mientras todos dormían, Sebastián salió de su pequeña cabaña y se sentó bajo el cielo estrellado. Las estrellas brillaban como si supieran que era un día especial, y en su corazón, el niño decidió pedir un deseo.

«Solo quiero una pequeña cajita de dulces», susurró al viento. «Solo un dulce para endulzar mi día.»

De repente, un rayo cruzó el cielo, iluminando la oscuridad de la noche y asustando a Sebastián, quien corrió de vuelta a su casa. El corazón le latía rápido, pero algo dentro de él le decía que había sido escuchado. Los días pasaron y todo seguía igual: la pobreza, el hambre, los mismos desafíos de siempre. Sin embargo, había algo diferente en el aire, una sensación de que algo mágico estaba por suceder.

Una mañana, mientras Sebastián observaba por la ventana, un pequeño pájaro apareció de repente. No era un ave común; sus plumas brillaban con un suave resplandor y sus ojos parecían saber más de lo que uno esperaría de una criatura tan diminuta. El ave picoteó el vidrio con suavidad, llamando la atención de Sebastián, quien, con el corazón latiendo rápido, decidió seguirla.

El pequeño pájaro voló lentamente, como si supiera que Sebastián lo seguiría. A medida que se adentraban en el bosque cercano, el niño comenzó a preguntarse si todo esto era un sueño. El bosque, que siempre había sido oscuro y sombrío, ahora parecía lleno de vida, con árboles que susurraban y flores que parecían brillar con luz propia.

Tras caminar un buen rato, el pájaro se detuvo frente a un árbol antiguo y robusto. De la base del árbol, una pequeña puerta de madera, apenas visible entre las raíces, se abrió con un crujido. Sebastián, sin dudarlo, se acercó y vio dentro una pequeña caja, no mayor que la palma de su mano. Era una caja antigua, decorada con intrincados grabados dorados. Con cuidado, la tomó en sus manos.

«¿Esto es para mí?» preguntó en voz baja, mirando al ave.

El ave asintió levemente con la cabeza y, en un parpadeo, desapareció en el aire.

Sebastián miró la caja por un momento antes de abrirla. Dentro, encontró un solo dulce, pero no era un dulce cualquiera. Era el dulce más hermoso que había visto en su vida, envuelto en papel dorado y con un aroma que llenaba el aire de dulzura. Sin pensarlo dos veces, lo guardó en su bolsillo y corrió de vuelta a su hogar.

Cuando llegó, sus hermanos y sus padres lo esperaban con miradas curiosas. Sebastián, aún sin aliento, les mostró la cajita y el dulce. Sin embargo, al momento en que sus hermanos lo vieron, algo mágico sucedió: la cajita empezó a llenarse de dulces de todos los colores y sabores. Todos quedaron asombrados.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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