En una pequeña casa, rodeada de árboles frondosos y un río que cantaba su canción al pasar, vivía una niña llamada Emma. Tenía tres años y una gran sonrisa que iluminaba su rostro. Emma vivía con su mamá, Tatiana, su papá, Greivin, y sus dos hermanas. Samantha, su hermana mayor, tenía cinco años y era muy cariñosa con ella. Olivia, su nueva hermanita, aún era un bebé que Emma cuidaba con mucho amor.
Todos los días, Emma se despertaba muy temprano. Desde su ventana, podía ver el sol salir, tiñendo de colores cálidos el cielo. En el jardín, los árboles se movían suavemente con la brisa, y el río, que pasaba justo detrás de su casa, cantaba una melodía tranquila. A Emma le encantaba escuchar el sonido del agua y ver cómo los peces saltaban, brillando bajo el sol.
Un día, mientras jugaba en el jardín, Emma se detuvo y miró a su alrededor. El aire estaba lleno de aromas frescos y dulces, y todo a su alrededor parecía estar lleno de magia. Mientras corría por el césped verde, sus ojos brillaban de emoción.
—Mira, mamá, ¡todo está tan bonito hoy! —exclamó Emma, mirando hacia su mamá, quien estaba sentada cerca, viendo a Olivia dormir en su cuna.
—Sí, mi amor —respondió Tatiana con una sonrisa—. La naturaleza siempre es hermosa, pero hoy parece más mágica que nunca.
Emma no entendía muy bien lo que mamá quería decir, pero en ese momento, algo sorprendente sucedió. El viento sopló un poco más fuerte, y los árboles comenzaron a moverse de manera peculiar. Era como si los árboles estuvieran bailando al ritmo del viento. Emma miró fijamente a las hojas que caían suavemente y, de repente, algo increíble ocurrió: una de las hojas brilló como una estrella y flotó hacia ella.
—¡Una hoja mágica! —gritó Emma, saltando de emoción.
La hoja aterrizó suavemente en sus manos. Era dorada y brillaba con una luz suave. Emma la miró sorprendida y, sin pensarlo, la levantó al aire.
—¡Mamá, mira lo que encontré! —dijo Emma, mostrando la hoja a Tatiana.
Tatiana miró la hoja con una sonrisa, pero luego se inclinó y le dijo en voz baja:
—Esa hoja tiene poder, Emma. Esa hoja tiene la magia de nuestro jardín. La magia de todo lo que crece aquí.
Emma no entendió completamente, pero sentía algo especial al sostenerla. Justo en ese momento, su hermana Samantha se acercó corriendo.
—¡Emma, qué estás haciendo! —preguntó Samantha, con curiosidad.
—Mira, Sam, encontré una hoja mágica —dijo Emma, mostrándole la hoja dorada.
Samantha miró la hoja, y sus ojos se abrieron sorprendidos.
—¡Wow! ¡Es mágica de verdad! ¿Qué pasa si la tocamos? —preguntó Samantha.
Emma, emocionada, levantó la hoja hacia el cielo. En cuanto lo hizo, una luz brillante rodeó a las tres hermanas. La luz comenzó a brillar más fuerte y, al instante, las tres niñas fueron rodeadas por un torbellino de hojas doradas. Era como si el jardín entero estuviera respondiendo a la magia de la hoja.
De repente, el aire se llenó de una melodía suave, y Emma y sus hermanas comenzaron a flotar en el aire. Las hojas las rodeaban, y el jardín parecía cobrar vida a su alrededor.
—¡Mamá, ¡mira! —gritó Samantha, mientras flotaba suavemente en el aire, como si fuera una pluma.
Tatiana, sorprendida pero feliz, observó cómo sus hijas se elevaban suavemente hacia el cielo. Olivia, su bebé, seguía durmiendo tranquilamente en su cuna, ajena a todo lo que sucedía.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.