Era una noche tranquila en la casa de Emma, una niña de 5 años con ojos brillantes y cabello castaño. A Emma le encantaba todo lo relacionado con el espacio. Las estrellas, los planetas, las galaxias, y los astronautas eran sus cosas favoritas. Cada noche, su mamá, Lizbeth, le contaba un cuento antes de dormir, y esa noche no iba a ser la excepción.
Lizbeth se sentó junto a la cama de Emma, apagó la luz de la lámpara y comenzó a contarle un cuento sobre un viaje al espacio. “Había una vez un valiente astronauta llamado Leo”, comenzó Lizbeth. “Leo viajaba en una nave espacial hacia la luna, pero su misión no era solo visitar la luna, sino explorar planetas lejanos llenos de secretos.”
Emma escuchaba atentamente, fascinada por la historia. Le encantaba imaginarse como Leo, volando en su nave por el espacio infinito. Mientras su madre le contaba la historia, algo extraño ocurrió. De repente, Emma sintió que flotaba. Miró a su alrededor y ya no estaba en su cama, ni en su habitación. En su lugar, estaba dentro de una nave espacial, con luces parpadeantes y una ventana que mostraba un cielo estrellado.
—¡Mamá! —exclamó Emma, mirando a su alrededor.
Pero Lizbeth no estaba allí. Emma comenzó a sentir un poco de miedo, pero luego escuchó una voz familiar.
—¡Emma, ven! ¡Rápido! —gritó Lizbeth desde el fondo de la nave.
Emma miró y vio a su mamá flotando cerca de una de las pantallas. Lizbeth estaba sonriente, como si nada raro estuviera pasando.
—¿Mamá? ¿Qué está pasando? —preguntó Emma.
—No lo sé, hija, pero parece que nos hemos metido dentro del cuento que te estaba contando. ¡Es increíble! —respondió Lizbeth, mirando a su alrededor con asombro.
Emma se acercó a su mamá, pero en ese momento, un sonido extraño comenzó a sonar en la nave. Una luz roja comenzó a parpadear en una de las pantallas, y un mensaje apareció: «Nave en peligro, aterrizaje de emergencia». Ambos miraron a su alrededor, asustadas.
—¡Ay no! —dijo Lizbeth—. ¡Tenemos que aterrizar! Pero ¿dónde estamos?
Emma miró por la ventana y vio un planeta extraño, con grandes montañas y océanos brillantes. No podía creerlo, pero estaba viendo un planeta de verdad, como los que había visto en los libros.
—¡Mamá, ese planeta debe ser nuestro destino! ¡Vamos a aterrizar allí! —dijo Emma, con determinación.
De repente, la nave comenzó a descender hacia el planeta desconocido. La gravedad era diferente, y Emma y Lizbeth flotaban dentro de la nave, riendo y gritando por la emoción. Finalmente, la nave aterrizó suavemente en el suelo.
—¡Lo logramos! —dijo Lizbeth, mientras salía de la nave, seguida de Emma.
Al pisar el suelo del planeta, se dieron cuenta de que el aire era fresco y dulce. No había nada como lo que conocían en la Tierra. El suelo era de un color morado brillante, y las plantas que crecían a su alrededor tenían hojas plateadas que reflejaban la luz de las estrellas. Pero lo más asombroso de todo era que había criaturas pequeñas, parecidas a los conejos, saltando alrededor de ellas.
—¡Mira, mamá! ¡Son como conejitos espaciales! —exclamó Emma, corriendo hacia uno de ellos.
Lizbeth sonrió al ver la emoción de su hija.
—Sí, hija, pero debemos ser cuidadosas. Este lugar es desconocido, y debemos explorar con precaución.
De repente, escucharon un ruido fuerte, como el de algo grande moviéndose. Miraron hacia la distancia y vieron una sombra gigante que se acercaba rápidamente.
—¡Rápido, tenemos que esconderse! —gritó Lizbeth.
Corrieron hacia un grupo de plantas plateadas, y se agacharon para ocultarse. De pronto, una figura grande, parecida a un monstruo, apareció frente a ellas. La criatura tenía ojos brillantes y una enorme sonrisa. Pero, en lugar de asustarse, Emma decidió acercarse.
—¡Hola! —dijo Emma con valentía, extendiendo la mano.
La criatura miró a Emma y, en lugar de gruñir, comenzó a reír.
—¡Oh, una niña valiente! —dijo la criatura con una voz profunda pero amistosa—. No muchos seres tienen el coraje de saludarme.
Emma y Lizbeth, aliviadas, comenzaron a reír también.
—¿Quién eres? —preguntó Lizbeth.
—Soy Zor, el guardián de este planeta. Me aseguro de que todo esté en orden. ¿De dónde vienen ustedes? —respondió la criatura.
—Venimos del planeta Tierra —dijo Emma, explicando.
—Tierra, ¿eh? ¡Qué interesante! He oído hablar de su planeta. Siempre he querido visitarlo, pero no puedo salir de aquí. Sin embargo, me alegra saber que los humanos son tan amables y valientes —dijo Zor.
Emma y Lizbeth se sintieron aliviadas. A pesar de su gran tamaño, Zor no era una amenaza, sino una criatura curiosa y amigable.
—Nos hemos metido en este mundo por accidente, y ahora necesitamos regresar a casa —dijo Lizbeth.
Zor asintió.
—Entiendo. Para regresar, deberán activar la nave con un código especial. Afortunadamente, puedo ayudarlas.
Zor guió a Emma y Lizbeth de vuelta a la nave. Juntos, ingresaron el código en una pantalla brillante, y de repente, la nave comenzó a emitir un suave zumbido. La puerta se abrió, y una luz brillante los envolvió.
—¡Gracias, Zor! —gritó Emma, antes de que la luz los rodeara por completo.
Cuando la luz desapareció, Emma y Lizbeth se encontraron de nuevo en la habitación de Emma. Estaban en su cama, en su casa, como si nada hubiera sucedido. Pero Emma sabía que había vivido una gran aventura.
Su padre, Martín, entró en la habitación y vio que todo estaba tranquilo. Pero, al mirar a su alrededor, notó que algo había cambiado.
—¿Todo bien? —preguntó Martín, mirando a su esposa y a su hija.
Lizbeth y Emma se miraron, sonriendo.
—Sí, todo bien, papá. Solo que… tuvimos una aventura muy especial, ¿verdad, Emma? —dijo Lizbeth, abrazando a su hija.
Emma asintió con entusiasmo.
—¡Sí! ¡Estuvimos en un planeta lejano! —dijo Emma, aún con la emoción en los ojos.
Y así, Emma y su mamá aprendieron que la valentía, la curiosidad y la amabilidad podían llevarlas a lugares increíbles, incluso si todo parecía un cuento. Y, aunque la aventura fue solo un sueño, nunca olvidaron la lección que aprendieron: que el verdadero valor está en atreverse a ser valientes, incluso cuando el mundo parece desconocido.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.