En el pequeño pueblo de Alborada, había una escuela en la que todos los niños y niñas se conocían. Sin embargo, había algo muy especial en la clase de cuarto grado: cuatro amigas inseparables. Cada una de ellas era única, pero juntas formaban un equipo imparable. Mariana, Valentina, Laura y Andrea eran amigas desde que eran muy pequeñas, y aunque cada una tenía sus propias personalidades y sueños, compartían un profundo vínculo de apoyo y respeto mutuo.
Mariana, la más reflexiva del grupo, siempre había sido una niña curiosa. Tenía 10 años y amaba aprender. Sus amigos la conocían por su inteligencia y por la forma en que siempre podía encontrar soluciones a los problemas más difíciles. Tenía el cabello largo y oscuro, y siempre llevaba gafas que le daban un aire aún más serio. Mariana siempre decía que la verdadera belleza venía de adentro, y su confianza en sí misma era tan grande que nunca necesitaba demostrar nada a los demás.
Valentina, su mejor amiga, tenía una energía que no podía ser ignorada. Era extrovertida, siempre risueña, y sus rizos oscuros y su risa contagiosa alegraban la habitación. Le encantaba bailar y cantar, y aunque a veces podía ser un poco distraída, su pasión por las artes la hacía brillar. A Valentina le gustaba decir que lo más importante en la vida era ser feliz y no tener miedo de mostrar quién eres, por más diferente que fueras.
Laura era tranquila y amable, y aunque al principio parecía tímida, tenía un corazón gigante. Sus compañeros la apreciaban mucho por su bondad y por ser siempre la voz calmada en medio del caos. Su cabello rubio, corto y ordenado, reflejaba su personalidad práctica. Laura quería ser veterinaria cuando fuera grande, y soñaba con ayudar a los animales de su comunidad. Para ella, la empatía y el amor por los demás eran la base de todo lo bueno en el mundo.
Andrea, la última del grupo, era la más atlética de todas. Tenía el cabello largo y castaño, siempre lo llevaba en una coleta para poder jugar sin que nada la detuviera. Andrea era competitiva, siempre se desafiaba a sí misma y no temía mostrar su fuerza y determinación. Ella había aprendido que ser fuerte no solo era una cuestión de músculos, sino también de valentía y perseverancia.
Un día, la maestra Ana, que había notado el fuerte vínculo entre las cuatro amigas, decidió hacer una actividad especial. Les pidió que escribieran un ensayo sobre qué significaba para ellas ser una niña empoderada. Los ojos de las cuatro amigas brillaron al escuchar la palabra «empoderada». Ninguna de ellas había oído esa palabra antes, pero sentían que les hablaba directamente.
—Una niña empoderada es aquella que se siente fuerte, capaz y segura de sí misma —les explicó la maestra Ana—. Ahora quiero que cada una de ustedes escriba lo que significa ser empoderada para ustedes.
Las cuatro amigas se sentaron juntas, pensativas, con lápices en mano, mientras sus mentes daban vueltas sobre lo que acababan de escuchar. Mariana fue la primera en comenzar a escribir:
—Para mí, ser empoderada es tener confianza en mis ideas, defender lo que creo y nunca rendirme, aunque las cosas sean difíciles. Es también apoyarme en mis amigas y saber que no estoy sola, que juntas podemos lograr lo que queramos.
Valentina, con su energía característica, escribió:
—Ser empoderada es ser feliz con quien soy. No tengo que ser como los demás, porque mi verdadera fuerza está en ser yo misma. Ser empoderada es bailar cuando quiero, cantar en voz alta y reírme sin preocuparme por lo que piensen los demás.
Laura, con su corazón amable, escribió:
—Para mí, ser empoderada es cuidar a los demás. Es ayudar a los animales y a las personas cuando más lo necesitan, sin esperar nada a cambio. Ser empoderada es también ser valiente, incluso cuando siento miedo, porque sé que siempre tengo a mis amigas para apoyarme.
Finalmente, Andrea, con su carácter determinado, escribió:
—Ser empoderada es ser fuerte, tanto por dentro como por fuera. Es saber que puedo lograr todo lo que me proponga, siempre y cuando trabaje duro y no me rinda. Ser empoderada es nunca dejar que alguien me diga que no puedo hacer algo.
Cuando las cuatro amigas terminaron de escribir, compartieron sus pensamientos con la maestra Ana, quien las miró con una sonrisa orgullosa.
—Lo han entendido perfectamente, niñas. Ser empoderada no significa tener poder sobre los demás, sino tener el poder de ser una misma, sin miedo, con confianza y amor propio. Ustedes son un ejemplo de eso.
Ese día, las cuatro amigas se sintieron más fuertes que nunca. Entendieron que ser empoderadas no solo era algo que podían ser en su comunidad o en la escuela, sino algo que debían llevar siempre con ellas, sin importar lo que el futuro les deparara.
La lección que aprendieron ese día no solo cambió su forma de ver el mundo, sino que también las unió más que nunca. Sabían que, juntas, podían enfrentar cualquier desafío, y que, como amigas, siempre se apoyarían unas a otras para ser fuertes, valientes y auténticas.
Y así, en el pequeño pueblo de Alborada, cuatro niñas crecieron con la firme creencia de que, sin importar lo que pasara, siempre serían capaces de alcanzar sus sueños, porque lo más importante ya lo sabían: el verdadero poder está dentro de cada una de ellas.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.