Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de montañas y bosques, una niña llamada Dianne. Era una niña curiosa, siempre deseosa de descubrir cosas nuevas. Dianne tenía el cabello largo y castaño, y una sonrisa que iluminaba su rostro. Le encantaba explorar, pero a menudo se encontraba en problemas debido a su curiosidad.
Un día soleado, mientras paseaba por el jardín de su casa, Dianne decidió ir más allá de lo habitual. Se adentró en el bosque que estaba al lado de su casa, un lugar que siempre había mirado desde la distancia, lleno de árboles altos y misteriosos. La brisa suave movía las hojas y el canto de los pájaros sonaba como música en sus oídos. Mientras caminaba, Dianne notó algo brillante entre los árboles. Intrigada, se acercó y, para su sorpresa, encontró una pequeña puerta escondida entre las raíces de un gran árbol.
La puerta era de color azul brillante y tenía un pomo dorado que relucía a la luz del sol. Dianne miró a su alrededor, asegurándose de que nadie la estuviera observando, y decidió abrirla. Con un ligero giro del pomo, la puerta se abrió y Dianne sintió un aire fresco y fragante salir de la abertura. Sin pensarlo dos veces, dio un paso hacia adentro.
Al cruzar la puerta, se encontró en un mundo completamente diferente. Era un lugar colorido y vibrante, pero al mismo tiempo, todo parecía un poco… extraño. Las nubes eran de un hermoso color púrpura y el cielo tenía un tono amarillo brillante. Dianne no podía creer lo que veía. Se dio cuenta de que estaba en un mundo inverso, donde todo lo que conocía estaba al revés.
Mientras exploraba este nuevo mundo, Dianne se encontró con su amiga Isabel, quien también había cruzado la puerta. Isabel era una niña valiente con el cabello corto y rizado, siempre lista para la aventura. «¡Dianne! ¡Qué bueno verte aquí!» exclamó Isabel, su rostro lleno de emoción. «Este lugar es increíble, pero también un poco extraño, ¿no crees?»
Dianne asintió, todavía admirando la belleza del paisaje. Pero había algo inquietante en el aire. A medida que caminaban juntas, comenzaron a notar que los animales de este mundo no eran como los que conocían. Un grupo de aves de colores brillantes se acercó volando, pero cuando Dianne y Isabel miraron más de cerca, se dieron cuenta de que sus ojos eran grandes y amenazantes, como si estuvieran observando cada movimiento.
«Esto es raro», murmuró Dianne. «No me gustan esos pájaros.» Pero antes de que pudieran alejarse, una pequeña criatura apareció ante ellas. Era Pelusa, un pequeño ser peludo con ojos grandes y una sonrisa traviesa. «¡Hola, visitantes! ¡Bienvenidas a mi hogar!» dijo Pelusa, saltando de un lado a otro con alegría.
Dianne e Isabel se sintieron aliviadas al ver a Pelusa. Era pequeño y parecía amistoso. «¿Qué es este lugar?» preguntó Isabel, con curiosidad. «Es un mundo especial, pero no todo es lo que parece. Aquí, las cosas son diferentes. Los animales pueden ser… un poco traviesos,» explicó Pelusa, guiándolas por un camino cubierto de flores brillantes.
A medida que exploraban, Dianne comenzó a sentir que había algo oscuro en el lugar. Las criaturas que encontraban no eran tan amigables como Pelusa. Vieron a un perro que ladraba, pero su ladrido sonaba más como un gruñido. Luego, un gato apareció, pero en lugar de ser juguetón, tenía una mirada que helaba la sangre.
«Debemos tener cuidado,» advirtió Dianne. «No todo el mundo aquí parece ser bueno.» Pelusa sonrió, pero su expresión se tornó seria. «Es cierto, deben tener cuidado. Hay algo más que deben saber sobre este mundo. Aquí, los humanos pueden ser diferentes también.»
Dianne y Isabel se miraron, intrigadas. «¿Cómo puede ser eso?» preguntó Dianne. Pelusa las condujo a un claro donde, para su sorpresa, encontraron a una mujer que se parecía mucho a la mamá de Dianne, pero con una sonrisa siniestra y una risa que sonaba escalofriante. «¡Bienvenidas, mis queridas niñas! Soy la madre de Dianne,» dijo la mujer, extendiendo los brazos como si quisiera abrazarlas.
Dianne sintió un escalofrío recorrer su espalda. «¿Mamá?» preguntó, dudosa. «Pero tú no eres mi mamá.» La mujer se echó a reír. «Oh, pero sí lo soy. Aquí, yo soy la que manda. En este mundo, las cosas son diferentes. Aquí, yo soy quien controla a los animales y les enseño a ser lo que son.»
Dianne se sintió confundida y asustada. Isabel, al ver la preocupación de su amiga, trató de mantener la calma. «No queremos quedarnos aquí, necesitamos regresar a casa,» dijo con firmeza. La mujer sonrió de nuevo, pero esta vez su risa fue aún más aterradora. «¿Qué es lo que te hace pensar que puedes irte? Aquí, las reglas son diferentes. ¡Los animales son monstruos, y tú, Dianne, debes quedarte conmigo!»
Dianne sintió que su corazón se aceleraba. Sabía que tenía que encontrar una manera de escapar. «No, no puedo quedarme aquí. Quiero volver a casa, a mi mamá real,» dijo, tratando de mantenerse firme. Pero la mujer solo se rió de nuevo, y los animales monstruosos comenzaron a rodearlas.
«Pelusa, ¿qué hacemos?» preguntó Isabel, viendo cómo la situación se tornaba peligrosa. Pelusa, que había estado observando con preocupación, finalmente habló. «Deben confiar en mí. Yo sé cómo salir de aquí. Tienen que seguirme y no mirar atrás.»
Dianne e Isabel intercambiaron miradas decididas. Sin dudarlo, siguieron a Pelusa, que se movía rápidamente entre los árboles. Las risas de la mujer resonaban en sus oídos mientras corrían. A cada paso, las criaturas monstruosas los seguían, pero Pelusa sabía a dónde ir. «¡Por aquí, rápido!» gritó mientras los guiaba a un túnel oscuro que se abría en el suelo.
Sin pensarlo dos veces, Dianne e Isabel saltaron dentro del túnel. Era oscuro y estrecho, y las paredes estaban cubiertas de musgo. «¿Crees que estamos a salvo?» preguntó Dianne, con la respiración entrecortada. «No lo sé, pero debemos seguir adelante,» respondió Isabel, tratando de mantener la calma.
Después de un rato que pareció una eternidad, llegaron a un claro iluminado por una luz suave y mágica. «Este es el final del túnel,» dijo Pelusa, mirando a su alrededor. «Estamos a salvo aquí. Pero todavía tenemos que encontrar la puerta de regreso.»
Mientras buscaban, Dianne se sintió un poco más tranquila. Sabía que con sus amigas a su lado, podrían enfrentar cualquier cosa. Finalmente, encontraron una puerta similar a la que habían cruzado al llegar. «¡Aquí está!» gritó Dianne, corriendo hacia ella. «¡Vamos a regresar a casa!»
Las tres se apresuraron a abrir la puerta y, al cruzarla, se encontraron de nuevo en el bosque, justo donde lo habían dejado. Dianne miró a Isabel y a Pelusa, sintiendo una mezcla de alivio y felicidad. «Lo logramos,» dijo sonriendo. «Estamos de vuelta.»
A medida que caminaban hacia su casa, Dianne se dio cuenta de que su experiencia en el mundo inverso la había enseñado algo muy importante. La curiosidad es maravillosa, pero también es fundamental tener cuidado con lo que se encuentra. Aprendió que no todo lo que brilla es oro y que, a veces, las cosas que parecen inofensivas pueden ser peligrosas.
Cuando llegaron a casa, Dianne abrazó a su mamá de verdad, sintiéndose afortunada de tenerla. «Te quiero, mamá,» dijo con una gran sonrisa. Su madre la miró con amor y cariño, y Dianne se sintió feliz y segura. Sabía que siempre podría contar con su madre, y que el amor verdadero no se puede reemplazar.
Conclusión:
Desde aquel día, Dianne e Isabel siguieron siendo las mejores amigas y Pelusa se convirtió en su mascota mágica. Aunque a veces exploraban nuevas aventuras, siempre recordaron lo que sucedió en el mundo inverso. La curiosidad es un regalo, pero también es importante ser valientes y cuidadosas. Así, las tres vivieron felices, sabiendo que el verdadero hogar y la verdadera familia siempre serían su mejor aventura.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.