Había una vez, en un reino muy lejano, una pequeña princesa llamada Alaia. Alaia era una niña muy especial, con una cabellera dorada que brillaba bajo el sol y una sonrisa que podía iluminar hasta los días más grises. Vivía en un gran castillo rodeado de jardines llenos de flores mágicas, mariposas de colores y pequeños animalitos que siempre la acompañaban en sus aventuras.
Pero lo que hacía a Alaia aún más especial era su hermanito. Él era un bebé regordete y risueño, con unos ojitos brillantes que siempre seguían a su hermana mayor. Aunque era muy pequeño, Alaia lo quería mucho y siempre lo llevaba con ella a todas partes. Alaia lo llamaba su «pequeño ayudante», porque aunque no podía hablar ni correr tan rápido como ella, siempre estaba a su lado, riéndose y señalando cosas con su manita.
Un día, mientras Alaia y su hermanito jugaban en el jardín del castillo, algo mágico ocurrió. Una mariposa brillante, más grande que cualquier otra que hubieran visto, se posó en la nariz de Alaia. La mariposa tenía alas que brillaban como el arcoíris y, al moverlas, dejaba una estela de luz detrás. Alaia, maravillada, susurró: «¡Es una mariposa mágica, hermanito!»
El bebé la miró con sus grandes ojos curiosos y rió, agitando sus manitas. La mariposa comenzó a volar lentamente, como si quisiera que la siguieran. Alaia, emocionada, tomó de la mano a su hermanito y dijo: «Vamos a seguirla. ¡Debe llevarnos a un lugar mágico!»
Y así, los dos hermanos comenzaron a seguir a la mariposa por el jardín. Caminaron entre las flores, pasaron junto a los árboles altos y se adentraron en el bosque encantado que rodeaba el castillo. El bosque era un lugar lleno de secretos, donde los árboles susurraban y los riachuelos cantaban melodías suaves.
Mientras caminaban, Alaia se aseguraba de que su hermanito estuviera bien. Aunque a veces tropezaba o se sentaba en el suelo a jugar con alguna piedra, Alaia siempre lo levantaba con cuidado y le sonreía. «No te preocupes, pequeño ayudante, yo te cuidaré.»
Finalmente, la mariposa los condujo hasta un claro del bosque, donde había algo increíble: ¡una fuente de agua cristalina que brillaba como las estrellas! Alrededor de la fuente, flores luminosas bailaban con la brisa, y pequeños duendes traviesos se escondían detrás de las piedras. Alaia y su hermanito miraron maravillados. Era un lugar de ensueño.
La mariposa se posó en una de las flores y, de repente, ¡habló! «Princesa Alaia y pequeño ayudante, este es el lugar mágico de las hadas. Aquí los deseos más puros se hacen realidad. Solo deben cerrar los ojos, hacer un deseo y el poder de la amistad y el amor lo cumplirá.»
Alaia sonrió emocionada y miró a su hermanito. «¿Oíste eso, hermanito? ¡Podemos pedir un deseo!»
El bebé solo la miró y sonrió, agitando sus manitas de felicidad. Alaia se inclinó hacia él y le dijo en voz baja: «Yo sé qué desearé. Quiero que siempre estemos juntos, jugando y explorando como hoy. Que nunca nos separemos y que siempre seamos los mejores amigos.»
Cerró los ojos, y en su corazón, hizo su deseo. El hermanito, aunque no entendía todo lo que sucedía, también cerró los ojos, imitando a su hermana, mientras sostenía su mano pequeña.
De repente, la fuente comenzó a brillar aún más, y una suave melodía llenó el aire. Las flores a su alrededor comenzaron a moverse como si estuvieran bailando, y la mariposa mágica levantó vuelo, rodeándolos con su luz brillante.
Alaia abrió los ojos y, para su sorpresa, todo el claro del bosque ahora estaba lleno de risas y canciones. Las hadas habían salido de sus escondites y danzaban alrededor de los hermanos. «¡Su deseo se ha hecho realidad, Alaia!», dijo una de las hadas mientras revoloteaba sobre su cabeza.
Alaia no podía estar más feliz. Sabía que, gracias a su hermanito, había encontrado el lugar más mágico del mundo, y que su deseo más grande, estar siempre juntos, se había cumplido.
Las hadas les regalaron una flor mágica que brillaba suavemente, diciéndoles que siempre que quisieran volver a ese lugar especial, solo debían mirarla y recordar la magia del bosque. Alaia tomó la flor con cuidado y la guardó en su bolsillo, sonriendo con ternura a su hermanito.
«Ahora podemos volver al castillo, pequeño ayudante. Pero este lugar siempre estará con nosotros, en nuestros corazones.»
Y así, con la mariposa mágica acompañándolos, Alaia y su hermanito regresaron a casa, sabiendo que no importaba cuán grandes fueran las aventuras, siempre estarían juntos, disfrutando de cada momento, uno al lado del otro.
Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.