Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de montañas y flores, tres amigas inseparables llamadas Ana, Elia y Celia. Cada verano, esperaban ansiosas la llegada del sol y la temporada de juegos en la piscina. Este año, decidieron que sería especial, y su objetivo era descubrir el secreto de la piscina encantada que se encontraba al final del bosque.
La piscina encantada era famosa en el pueblo. Se decía que sus aguas tenían poderes mágicos y que, si te sumergías en ellas, podías escuchar a los animales hablar y ver cosas increíbles. Pero nadie había tenido el valor de ir a buscarla, ya que estaba protegida por un viejo árbol que hablaba en rimas y que solo permitía el paso a quienes podían resolver sus acertijos.
Un día soleado, Ana, Elia y Celia decidieron que era el momento perfecto para la aventura. Equipadas con sus trajes de baño, toallas y muchas ganas de explorar, se dirigieron hacia el bosque.
—¡Vamos! —dijo Ana, emocionada—. ¡Hoy descubriremos el secreto de la piscina encantada!
Las tres amigas caminaron por senderos cubiertos de flores y hojas brillantes. A medida que se adentraban en el bosque, los pájaros cantaban melodías alegres y el sol filtraba sus rayos a través de las copas de los árboles.
Después de un rato, finalmente llegaron al claro donde se encontraba el viejo árbol. Era enorme, con ramas que parecían tocar el cielo y un tronco tan ancho que necesitaban abrazarlo en grupo para rodearlo. En la base del árbol había una puerta tallada en forma de corazón.
—Este debe ser el lugar —dijo Elia, mirando la puerta con asombro—. ¿Qué haremos ahora?
—Debemos hablar con el árbol y resolver su acertijo —respondió Celia, con determinación.
Ana se acercó al árbol y le dio una suave palmada en el tronco.
—Hola, gran árbol. Venimos en busca de la piscina encantada —dijo con valentía.
El árbol comenzó a temblar suavemente, y de repente, una voz profunda y melodiosa resonó en el aire.
—¡Oh, pequeñas aventureras! ¿Qué desean encontrar?
Para cruzar mi puerta, deberán resolver un acertijo, ¡no hay vuelta atrás!
Las tres amigas se miraron, emocionadas. El árbol continuó:
—En un lugar lejano, un pez dorado nada,
si le haces una pregunta, su secreto te dará.
¿Qué le preguntarás, niña valiente?
Recuerda bien, el pez es muy inteligente.
Ana pensó por un momento y luego dijo:
—¡Preguntaremos sobre la piscina encantada!
El árbol hizo una pausa, como si estuviera considerando su respuesta. Luego dijo:
—Así que desean saber, ¿dónde se encuentra el agua?
Pero primero, en su corazón deben ser sinceras,
lo que buscan es amistad, ¿verdad?
Ahora, el acertijo se lo diré, ¡no hay más que hablar!
Y así, el árbol planteó su acertijo:
—Soy pequeña y colorida, en la piscina me encontrarás,
puedo nadar, puedo hablar, y en el agua brillarás.
¿Qué soy yo, pequeñas? Resuelvan con valentía,
y si su respuesta es correcta, cruzarán con alegría.
Las niñas se miraron, pensando en lo que el árbol había dicho. Después de un momento, Celia exclamó:
—¡Es un pez dorado!
—¡Sí! ¡Un pez dorado! —gritaron Ana y Elia, emocionadas.
El árbol tembló nuevamente y dijo:
—¡Correcto, pequeñas! Ahora, la puerta se abrirá,
pero recuerden, en la piscina, el amor hay que llevar.
Así que cruzan, sigan su camino,
y cuando lleguen, el pez las guiará con cariño.
Con eso, la puerta se abrió, revelando un pasadizo lleno de luz. Las tres amigas cruzaron, sintiendo que algo mágico las rodeaba. Al otro lado, encontraron la piscina encantada, con aguas que brillaban como estrellas.
El agua estaba llena de colores vibrantes, y cuando se acercaron, un pez dorado apareció en la superficie, saltando con alegría.
—¡Hola, pequeñas aventureras! —dijo el pez con una voz melodiosa—. He estado esperando por ustedes. Bienvenidas a la piscina encantada.
—¡Es maravilloso! —exclamó Ana, mirando a su alrededor con asombro.
El pez sonrió y les explicó:
—Aquí, en la piscina, la amistad se vuelve más fuerte.
Las risas y el amor brillan, llenando todo el lugar.
Si saltan al agua y se sumergen,
podrán ver lo que el corazón anhela.
Sin dudarlo, las tres amigas se quitaron los zapatos y saltaron al agua. Al sumergirse, sintieron una oleada de energía. En un instante, el mundo alrededor de ellas cambió. Estaban rodeadas de criaturas mágicas, peces que danzaban, y luces que titilaban como luciérnagas.
—¡Mira eso! —gritó Elia, señalando un grupo de mariposas brillantes que revoloteaban a su alrededor.
Mientras nadaban, el pez dorado las guió a través de un túnel mágico. Al salir, se encontraron en un jardín lleno de flores que cantaban, árboles que bailaban y un cielo repleto de colores brillantes.
—¡Es un sueño hecho realidad! —dijo Celia, llena de alegría.
El pez dorado les explicó que la piscina encantada no solo era un lugar mágico, sino que también estaba lleno de amistades que perduraban. Podían ver los recuerdos de todos los que habían pasado por allí, creando lazos inquebrantables.
—Recuerden siempre que la amistad es lo más valioso —les dijo el pez—. Nunca dejen que nada la apague.
Las amigas disfrutaron de su tiempo en el jardín, jugando y riendo. Se sintieron felices, sabiendo que su amistad era fuerte y que habían descubierto algo verdaderamente mágico.
Finalmente, cuando llegó el momento de regresar a casa, el pez dorado las llevó de vuelta a la piscina.
—Pueden volver siempre que deseen —les dijo el pez—. Solo recuerden el poder de su amistad.
Con una última mirada al jardín mágico, Ana, Elia y Celia saltaron nuevamente al agua. Al hacerlo, se sintieron envueltas en una luz brillante y, en un abrir y cerrar de ojos, se encontraron de nuevo en el bosque, justo al lado del viejo árbol.
—Lo hicimos, amigas. ¡Vivimos una aventura increíble! —exclamó Ana, con los ojos llenos de emoción.
—Y descubrimos que la amistad es la verdadera magia —respondió Sofía, abrazando a sus amigas.
Con el corazón lleno de alegría y recuerdos, las tres amigas regresaron a casa, sabiendo que siempre llevarían el secreto de la piscina encantada en sus corazones. Cada Halloween, mientras disfrutaban de sus dulces y risas, recordarían la importancia de la amistad y la magia que podían crear juntas.
Y así, concluyó la aventura de Ana, Elia y Celia en la piscina encantada, donde el amor y la amistad brillaron más que cualquier tesoro.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.