Era una calurosa tarde de verano en el pequeño pueblo de San Jacinto. El Negro, un chico de 13 años conocido por su habilidad para meterse en líos y salir de ellos con una sonrisa, decidió que esa tarde sería perfecta para visitar a Lupita. Lupita, su amiga de toda la vida, vivía en una casa grande con un patio enorme y un perro gigante que siempre parecía estar de mal humor.
El Negro caminó hacia la casa de Lupita, con las manos en los bolsillos y una sonrisa en el rostro. Al llegar, vio que la ventana del dormitorio de Lupita estaba abierta. «Perfecto», pensó. Trepó con agilidad y, antes de que nadie lo viera, ya estaba dentro del cuarto de Lupita. Ella lo recibió con una sonrisa y lo llevó a su dormitorio, diciéndole que se quedara callado porque su papá, Don Jorge, estaba en la casa y no le gustaba que tuviera visitas sin su permiso.
Lupita y El Negro se sentaron en el suelo, riendo y charlando sobre sus aventuras y planes para el verano. Todo iba bien hasta que empezaron a escuchar pasos en el pasillo. «¡Es mi papá!», susurró Lupita con los ojos muy abiertos. El Negro se quedó helado. Don Jorge era un hombre grande y serio que no le tenía mucha simpatía a El Negro.
«¡Lupita! ¿Con quién estás hablando?», gritó Don Jorge desde el pasillo. Lupita, nerviosa, le respondió: «¡Con nadie, papá! Estoy sola en mi cuarto.»
Pero Don Jorge no se convenció y empezó a caminar hacia la puerta del dormitorio. El Negro, con el corazón latiendo a mil por hora, decidió que tenía que salir de ahí y rápido. Miró a su alrededor y vio la ventana abierta que daba al patio de la casa contigua. Sin pensarlo dos veces, corrió hacia la ventana y saltó, llevándose los pantalones en la mano porque justo antes de saltar, Lupita accidentalmente los había pisado mientras él trataba de ponérselos.
El Negro cayó en el patio de la vecina, rodó por el suelo y se levantó rápidamente. Pero su caída no pasó desapercibida. El perro de la vecina, un enorme pastor alemán, empezó a ladrar y a correr hacia él. Con los pantalones aún en la mano, El Negro trataba desesperadamente de ponérselos mientras corría hacia la verja que separaba el patio de la vecina de la calle.
Llegó a la verja y, con un último esfuerzo, la saltó. Pero en el proceso, se atoró con la parte trasera de sus pantalones, que se rasgaron, dejándolo con las nalgas al descubierto. El Negro, sin detenerse a mirar el daño, siguió corriendo hasta la tiendita de la esquina, donde finalmente se sintió a salvo.
Al llegar a la tiendita, se detuvo a respirar y se dio cuenta de que no solo sus pantalones estaban rotos, sino que también había perdido sus calzones en la huida. Miró hacia abajo y, al ver su situación, no pudo evitar empezar a reír. La imagen de él mismo corriendo medio desnudo, siendo perseguido por un perro y con Don Jorge gritando en la distancia, era simplemente demasiado cómica.
Cuando finalmente se calmó, entró a la tiendita y compró un refresco. Mientras bebía, Lupita apareció por la esquina, riéndose a carcajadas. «¡Negro, no puedo creerlo! ¡Tuviste que salir corriendo con los pantalones en la mano!», dijo entre risas.
El Negro, sonrojado pero también riendo, respondió: «Sí, y para colmo, ¡me los rompí y me quedé sin calzones!»
Desde ese día, cada vez que El Negro y Lupita contaban la historia, siempre terminaban riendo y diciendo: «La noche que me las vi negras…» La anécdota se convirtió en una leyenda en el pueblo, y aunque Don Jorge nunca le perdonó del todo, el Negro aprendió a no meterse en la casa de Lupita sin permiso.
El Negro, cuyo nombre real era Alejandro, era famoso en su escuela no solo por sus travesuras sino también por su carisma. Siempre encontraba una forma de hacer reír a sus amigos, y aquella historia se convirtió en su favorita para contar durante los recreos. Sin embargo, la vida de El Negro no era solo risas y bromas. En casa, ayudaba a su madre con las tareas domésticas y a su padre en el taller de carpintería. Pero cada vez que tenía un momento libre, corría hacia la casa de Lupita para planear la próxima aventura.
Un día, mientras El Negro y Lupita paseaban por el parque, encontraron un cachorro abandonado. Era un perrito pequeño, de pelaje marrón y ojos tristes. Lupita, con su gran corazón, decidió llevarlo a casa. «Lo llamaremos Manchas», dijo, acariciando al pequeño perro.
El Negro sabía que Don Jorge no estaría muy contento con la idea de tener otro perro en casa, especialmente después del incidente con el pastor alemán de la vecina. Pero Lupita estaba decidida. «Papá no podrá resistirse a esta carita», dijo con una sonrisa.
Cuando llegaron a casa, Don Jorge estaba en el jardín, regando las plantas. Lupita se acercó con Manchas en brazos y, con su mejor cara de inocencia, dijo: «Papá, mira a quién encontré. ¿Podemos quedárnoslo, por favor?»
Don Jorge miró al cachorro y luego a su hija. Suspiró profundamente, sabiendo que no podía decirle que no. «Está bien, pero es tu responsabilidad cuidarlo», dijo finalmente.
Lupita y El Negro saltaron de alegría. Manchas se convirtió rápidamente en el nuevo miembro de la pandilla, acompañándolos en todas sus aventuras. Sin embargo, Manchas también tenía su lado travieso. Un día, mientras jugaban en el patio, Manchas comenzó a cavar un agujero justo al lado de la cerca. «¡Manchas, no! ¡Vas a causar problemas!», gritó El Negro, tratando de detenerlo.
Pero era demasiado tarde. Manchas había cavado un agujero lo suficientemente grande como para que el perro de la vecina, el temido pastor alemán, pudiera pasar. En cuestión de segundos, el perro estaba en el patio, ladrando furiosamente. El Negro y Lupita corrieron hacia la casa, con Manchas siguiéndolos de cerca.
Don Jorge, al escuchar el alboroto, salió corriendo. «¿Qué está pasando aquí?», preguntó, viendo al pastor alemán en su jardín. Lupita, tratando de calmar la situación, explicó lo que había sucedido.
Don Jorge, aunque molesto, no pudo evitar reírse al ver a su hija y a El Negro tratando de proteger a Manchas. «Bueno, parece que este perro tiene más energía de la que pensé», dijo. Luego se dirigió al perro de la vecina y, con voz firme, lo llevó de regreso a su casa.
Esa noche, mientras se sentaban en la sala, Lupita y El Negro no podían dejar de reírse al recordar la expresión de Don Jorge al ver al perro en su jardín. «Creo que deberíamos hacer una lista de todas nuestras travesuras», dijo El Negro. «Así, cuando seamos viejos, podremos contarle a nuestros nietos todas las locuras que hicimos.»
Lupita asintió, con una sonrisa. «Sí, y comenzaremos con la historia de ‘La noche que me las vi negras’.»
Con el tiempo, la amistad entre El Negro y Lupita se fortaleció aún más. Aunque crecieron y enfrentaron nuevos desafíos, siempre recordaron con cariño aquellas tardes de verano llenas de risas y aventuras. Y cada vez que contaban la historia de aquella noche, no podían evitar reírse a carcajadas, recordando lo valiosa que es la amistad y el poder del humor para superar cualquier obstáculo.
En una de sus tantas reuniones, ya siendo adolescentes, El Negro y Lupita decidieron escribir un libro con todas sus anécdotas. «Podríamos titularlo ‘Las Aventuras de El Negro y Lupita'», sugirió Lupita emocionada. El Negro, entusiasmado con la idea, comenzó a recordar todas las historias y travesuras que habían vivido juntos.
«Recuerdas cuando intentamos construir una casa en el árbol y casi caemos porque no sabíamos usar los clavos?», dijo riendo El Negro. Lupita asintió, con una risa contagiosa. «O la vez que tratamos de hacer una broma a la vecina y terminamos atrapados en su jardín, con su perro persiguiéndonos nuevamente.»
Pasaron tardes enteras escribiendo y dibujando las ilustraciones para su libro. Aunque sabían que no sería un éxito de ventas, para ellos era una forma de inmortalizar su amistad y las valiosas lecciones aprendidas. Cada historia llevaba consigo una enseñanza sobre la valentía, la honestidad, la perseverancia y, por supuesto, el humor.
Cuando finalmente terminaron el libro, lo encuadernaron ellos mismos y lo mostraron con orgullo a sus padres. Don Jorge, aunque al principio escéptico, no pudo evitar emocionarse al ver el resultado del trabajo y la creatividad de su hija y su mejor amigo.
«Estoy muy orgulloso de ustedes», dijo Don Jorge, con una sonrisa. «Han logrado capturar la esencia de su amistad y todas las aventuras que han vivido juntos. Este libro es un tesoro.»
Y así, con el apoyo de sus familias, El Negro y Lupita decidieron imprimir algunas copias del libro y regalárselas a sus amigos y maestros. La historia de sus travesuras se convirtió en una leyenda en el pueblo, inspirando a otros niños a disfrutar de su infancia y a valorar la amistad.
Años más tarde, cuando El Negro y Lupita eran ya adultos y habían seguido caminos distintos, siempre se mantenían en contacto. Cada vez que se reunían, recordaban con cariño aquellas tardes de verano y las historias que habían vivido juntos.
«¿Recuerdas ‘La noche que me las vi negras’?», preguntaba siempre El Negro, con una sonrisa nostálgica. Y Lupita, riendo, respondía: «Claro que sí, ¡cómo olvidarlo! Fue una de las mejores noches de nuestras vidas.»
Y así, la amistad entre El Negro y Lupita perduró a lo largo de los años, demostrando que, con un buen amigo a tu lado, cualquier problema puede enfrentarse con una sonrisa y un corazón lleno de alegría.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.