Cuentos de Humor

Nuria y sus Desventuras Divertidas

Lectura para 11 años

Tiempo de lectura: 5 minutos

Español

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En un pequeño y tranquilo pueblo, vivían tres amigas inseparables: Nuria, Pepa y Juana. Nuria no era una niña común y corriente, era una caca animada que siempre estaba sonriendo y buscando aventuras. Pepa era una chica alta y delgada, con gafas enormes que le daban un aire intelectual. Juana, por otro lado, era bajita y regordeta, siempre con una gran sonrisa en su rostro y una risa contagiosa.

Un día soleado, mientras Pepa y Juana estaban en el parque planeando qué hacer, vieron a Nuria acercarse a lo lejos. Con su forma peculiar y su carácter juguetón, siempre lograba llamar la atención de todos.

—¡Hola, chicas! —dijo Nuria, saltando de un lado a otro—. ¿Qué están haciendo?

—Hola, Nuria —respondió Pepa ajustándose las gafas—. Estamos pensando en qué hacer hoy. ¿Tienes alguna idea?

Nuria se detuvo por un momento, pensativa, y de repente sus ojos se iluminaron.

—¡Tengo una idea genial! —exclamó—. ¿Por qué no vamos a la feria del pueblo? Siempre hay cosas divertidas que hacer allí.

Juana aplaudió emocionada.

—¡Sí, sí! Vamos a la feria. Seguro que nos divertimos un montón.

Las tres amigas se dirigieron hacia la feria del pueblo, un lugar lleno de colores, luces brillantes y atracciones emocionantes. Al llegar, se encontraron con una gran multitud de personas, todas disfrutando de los juegos y la comida.

—¡Miren, miren! —gritó Nuria—. ¡Una rueda de la fortuna! Vamos a subir.

Pepa y Juana se miraron y, aunque Pepa tenía un poco de miedo a las alturas, no quiso arruinar la diversión, así que accedieron a acompañar a Nuria. Subieron a la rueda de la fortuna y, mientras subían cada vez más alto, Pepa cerraba los ojos con fuerza.

—¡Esto es increíble! —gritó Nuria, disfrutando de la vista.

Juana, a su lado, reía y trataba de tranquilizar a Pepa.

—Vamos, Pepa. Abre los ojos, la vista es espectacular.

Finalmente, Pepa abrió un ojo y luego el otro. Al ver la vista panorámica del pueblo, no pudo evitar sonreír.

—Está bien, esto no está tan mal —admitió Pepa, relajándose un poco.

Después de bajarse de la rueda de la fortuna, las tres amigas decidieron explorar más la feria. Se encontraron con un puesto de juegos donde se podían ganar premios. Nuria, siempre dispuesta a probar su suerte, se acercó a uno de los juegos donde tenía que lanzar aros a unas botellas.

—¡Voy a ganar ese peluche gigante! —dijo Nuria, decidida.

Con un movimiento rápido y preciso, lanzó los aros y, para sorpresa de todos, encajó tres de ellos en las botellas.

—¡Lo logré! —gritó Nuria, saltando de alegría.

El encargado del puesto le entregó el peluche gigante y Nuria, con una gran sonrisa, se lo dio a Pepa.

—Para ti, Pepa. Sé que te encantan los peluches.

Pepa, sorprendida y agradecida, abrazó a Nuria.

—¡Gracias, Nuria! Es el peluche más bonito que he visto.

Juana, riendo, se unió al abrazo y las tres amigas continuaron explorando la feria. Mientras caminaban, se encontraron con un mago que hacía trucos impresionantes. Decidieron detenerse a ver el espectáculo.

El mago, con su sombrero alto y su capa brillante, realizaba trucos que dejaban a todos boquiabiertos. Hizo aparecer flores de su sombrero, sacó conejos de su chaqueta y hasta hizo flotar a un niño del público.

—¡Esto es asombroso! —dijo Juana, aplaudiendo con entusiasmo.

De repente, el mago los miró y sonrió.

—¿Algún voluntario del público? —preguntó.

Nuria, siempre dispuesta a participar, levantó la mano.

—¡Yo, yo! —gritó.

El mago la invitó al escenario y le pidió que se sentara en una silla. Luego, con un movimiento rápido, cubrió a Nuria con una capa y dijo unas palabras mágicas. Cuando quitó la capa, Nuria había desaparecido.

El público, incluyendo a Pepa y Juana, quedó en silencio, esperando ver qué pasaba. El mago, con una sonrisa pícara, señaló un gran baúl al otro lado del escenario. Se acercó al baúl, lo abrió y, para sorpresa de todos, allí estaba Nuria, sonriendo y saludando.

—¡Es magia de verdad! —exclamó Pepa, maravillada.

Juana, riendo a carcajadas, aplaudió con entusiasmo.

—¡Bravo, Nuria! ¡Eres increíble!

Después del espectáculo, las amigas siguieron disfrutando de la feria, probando comida deliciosa y participando en más juegos. Cuando el sol comenzó a ponerse, decidieron que era hora de regresar a casa.

Mientras caminaban de regreso, Nuria, Pepa y Juana no paraban de reír y recordar los momentos divertidos del día. Sabían que, sin importar qué aventuras les esperaban, siempre estarían juntas para disfrutarlas.

Y así, con el corazón lleno de alegría y una amistad más fuerte que nunca, las tres amigas se despidieron, prometiendo encontrarse al día siguiente para vivir más momentos inolvidables.

Pero la historia no termina aquí. Porque cada día con Nuria, Pepa y Juana es una nueva aventura, llena de risas y sorpresas. Y es que, cuando tienes amigos verdaderos, cada día es una fiesta y cada momento es especial.

Unos días después, Nuria tuvo otra idea brillante.

—¡Vamos a hacer una competencia de carreras de sacos en el parque! —dijo Nuria emocionada.

Pepa y Juana, siempre dispuestas a seguir las ideas de su amiga, aceptaron con entusiasmo. Llegaron al parque y comenzaron a preparar la carrera. Reunieron sacos viejos de patatas y marcaron la línea de salida y la meta con piedras.

—¡Listas, chicas! —dijo Nuria, metiéndose en su saco—. ¡A la de tres!

Pepa y Juana se metieron en sus sacos y esperaron ansiosas.

—¡Uno, dos, tres! —gritó Nuria, y las tres amigas comenzaron a saltar.

La carrera fue un caos total. Nuria, con su forma peculiar, rodaba y rebotaba más que saltar, mientras Pepa, con sus largas piernas, avanzaba a grandes saltos. Juana, riendo sin parar, trataba de mantener el equilibrio pero terminó cayendo y rodando por el suelo.

—¡Vamos, Juana! —gritaba Pepa entre risas—. ¡Tú puedes!

Finalmente, Pepa llegó a la meta primero, seguida de Nuria, que rodaba y reía a carcajadas. Juana llegó última, pero con una gran sonrisa en su rostro.

—¡Fue divertidísimo! —dijo Juana, levantándose y sacudiendo el polvo de su ropa.

—¡Sí, deberíamos hacer esto más a menudo! —agregó Pepa, todavía riendo.

Nuria, con su energía inagotable, ya estaba pensando en la próxima aventura.

—¿Qué les parece una guerra de globos de agua? —sugirió.

Pepa y Juana se miraron, emocionadas.

—¡Sí, eso suena genial! —respondieron al unísono.

Pasaron el resto de la tarde llenando globos de agua y lanzándoselos unas a otras. El parque se llenó de risas y chapoteos mientras corrían y se escondían detrás de los árboles. Al final del día, estaban empapadas pero felices.

Mientras se secaban al sol, Pepa dijo:

—Nuria, siempre tienes las mejores ideas. Gracias por hacernos reír tanto.

Juana asintió, de acuerdo.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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