Era Semana Santa y en San Sebastián, el sol brillaba con ganas de aventuras. Abuelo Óscar y Abuela Sole habían planificado un fin de semana inolvidable con sus nietos: Helder, Andre, Amaya y Paula. La idea era disfrutar del encanto de la ciudad, sus playas y, cómo no, sus divertidísimos incidentes familiares.
El primer día, decidieron ir a la playa de La Concha. Abuelo Óscar, siempre entusiasta, se puso un sombrero de playa tan grande que parecía un paraguas flotante. Abuela Sole, por su parte, intentaba orientarse con un mapa de la ciudad, pero lo tenía al revés. Los nietos no podían contener la risa al ver a los abuelos en esas situaciones.
Helder, Andre y Amaya se lanzaron a construir un castillo de arena. Pero no un castillo cualquiera, sino uno que rivalizaría con el mismísimo Palacio de Miramar. Mientras tanto, Paula, que había descubierto su pasión por la fotografía, intentaba capturar cada momento con su cámara. Justo cuando estaba a punto de tomar la foto perfecta del castillo, un cangrejo curioso decidió posar delante de la lente, robando el protagonismo.
Entre risas y bromas, la familia disfrutaba de un día perfecto hasta que una gaviota, atraída por el helado de fresa de Andre, decidió sumarse a la diversión. Andre, en un intento por salvar su preciado helado, inició una persecución que parecía sacada de una película de comedia, con giros y tropezones que hacían reír a todos.
Por la tarde, Abuelo Óscar propuso un tour gastronómico para degustar los famosos pintxos de la ciudad. Lo que no esperaban era que Abuela Sole confundiera el picante más suave con el más ardiente. Su expresión al probarlo fue tan cómica que incluso los cocineros no pudieron evitar reír. Afortunadamente, un sorbo de sidra ayudó a calmar el fuego, y el incidente se convirtió en otra anécdota para recordar.
El segundo día, decidieron explorar el Monte Igueldo. Abuelo Óscar, en un intento de demostrar que aún era joven y ágil, quiso correr hacia el funicular. Sin embargo, no calculó bien su velocidad y terminó abrazando a un arbusto. La escena fue tan divertida que hasta un perro cercano se unió a la risa, persiguiendo su cola en círculos.
Para cerrar con broche de oro, visitaron el Acuario. Mientras admiraban los peces, Andre bromeó diciendo que Abuela Sole parecía un pez globo cuando se reía. La ocurrencia hizo que todos estallaran en carcajadas, incluso Sole, quien entre risas, admitió que Andre tenía algo de razón.
El fin de semana en San Sebastián llegó a su fin, pero los recuerdos y las risas compartidas permanecerían para siempre. Abuelo Óscar y Abuela Sole, junto con Helder, Andre, Amaya y Paula, regresaron a casa con la certeza de que los momentos más simples son los que crean la felicidad más grande.
Mientras el coche se alejaba de la ciudad, todos coincidieron en que aquel fin de semana no solo había sido una aventura de Semana Santa, sino una celebración de la familia, el amor y, sobre todo, el humor que los unía. Y así, con el corazón lleno de alegría, ya planeaban su próxima escapada, prometiéndose que cada día juntos sería una nueva aventura.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.