Había una vez, en un reino lleno de colores y sueños, una pequeña niña llamada Bellatrix. Bella, como la llamaban todos, tenía rizos dorados que brillaban como el sol y una sonrisa que iluminaba cada rincón de su casa. Aunque aún no había cumplido dos años, Bella era una niña llena de alegría y curiosidad.
Bella vivía en una casita acogedora con su mamá y su papá. Al principio, Bella solo quería estar con su mamá. Ella era su mundo, su refugio seguro y cálido. Pero poco a poco, la pequeña empezó a descubrir el maravilloso mundo de su papá.
Cada vez que papá llegaba a casa, el rostro de Bella se iluminaba como un faro en la noche. Sus ojitos brillaban de emoción y sus manitas aplaudían de alegría. Aunque aún era muy pequeña y su mamá seguía siendo su lugar seguro, Bella empezaba a sentir una especial unión con su papá.
Papá era un hombre alto, con una barba suave y ojos llenos de amor. Cada vez que jugaba con Bella, convertía cada momento en una aventura mágica. Con él, Bella aprendía a construir castillos de almohadas, a volar como un ave por el salón y a bailar al ritmo de canciones alegres.
Un día, papá le enseñó a Bella a hacer burbujas de jabón. Juntos, en el jardín, soplaron burbujas que brillaban con los colores del arcoíris. Bella reía y saltaba tratando de atraparlas. Papá la miraba con ternura, feliz de compartir esos instantes mágicos.
Otra tarde, cuando el cielo se llenó de estrellas, papá llevó a Bella a su regazo y juntos miraron el cielo nocturno. «Mira, Bella, esa estrella brillante es tu estrella», le dijo papá, señalando un punto luminoso en el cielo. Bella, asombrada, abrió mucho los ojos y sonrió. Esa noche, soñó con viajes espaciales y estrellas danzarinas.
Los días pasaban y el vínculo entre Bella y su papá crecía más y más. Cada juego, cada risa, cada abrazo, tejía hilos invisibles de amor y confianza entre ellos. Bella empezó a buscar a su papá cuando él no estaba, y sus primeras palabras fueron «papá» y «mamá», dichas con una dulzura que derretía el corazón.
Una mañana, mientras jugaban en el parque, papá le enseñó a Bella a deslizarse por el tobogán. Al principio, Bella tenía miedo, pero la seguridad en los ojos de su papá la animó a intentarlo. Después del primer desliz, su risa llenó el aire y quiso repetirlo una y otra vez.
Papá también le mostró a Bella el maravilloso mundo de los libros. Juntos, exploraban historias de dragones amigables, bosques encantados y héroes valientes. Bella escuchaba atenta, sus ojos brillando con cada palabra que papá leía. En esos momentos, el mundo era perfecto.
Así, día tras día, Bella y su papá construyeron un castillo de recuerdos felices y momentos especiales. Bella aprendió que su papá era su héroe, su cómplice en aventuras y su guía en el descubrimiento del mundo.
Una noche, mientras Bella se preparaba para dormir, papá le contó un cuento sobre una princesa valiente y un dragón amistoso. Bella escuchaba, acurrucada en sus brazos, sintiéndose la niña más afortunada del mundo. Con el suave tono de voz de su papá, Bella se fue quedando dormida, soñando con princesas, dragones y un mundo lleno de magia y amor.
Conclusión:
Bella descubrió que su papá era su gran aventurero, su maestro de juegos y risas, y su faro en la noche. Juntos, padre e hija, aprendieron que el amor crece con cada juego compartido, con cada historia contada, con cada abrazo dado. Y así, en la pequeña casa llena de amor, Bella y su papá vivieron felices, disfrutando de la magia de estar juntos.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.