En un hermoso reino, lleno de colores y alegría, existía un castillo brillante que se alzaba en lo alto de una colina. En este castillo vivían la Marquesa Cristina, el Marqués Rubén y su hija, la Princesa Lara. La Princesa Lara era una niña de cabello dorado que siempre estaba sonriendo y le encantaba jugar en los jardines llenos de flores. A su lado, siempre estaba su mejor amiga, la Princesa Marta, que tenía una risa contagiosa y una imaginación sin límites. Juntas, las princesas exploraban cada rincón del castillo y disfrutaban de grandes aventuras.
Un día, mientras jugaban al escondite entre los árboles del jardín, se escuchó un gran bullicio en el salón del castillo. Las princesas, llenas de curiosidad, se asomaron para ver lo que estaba sucediendo. Allí estaban los adultos, hablando en voz baja, con una expresión de felicidad en sus rostros. El Marqués Rubén alzó la voz y anunció con alegría: “¡Hoy es un día especial! ¡Vamos a recibir a un nuevo miembro de nuestra familia!”
Las princesas miraron a su alrededor, emocionadas. “¿Un nuevo miembro? ¿Qué será?” se preguntó la Princesa Lara, mientras su amiga Marta saltaba de alegría.
Los tres se acercaron al Marqués, quien les explicó que su familia estaba esperando la llegada de una nueva princesita. “Así que ahora seremos cuatro princesas en el castillo,” dijo la Marquesa Cristina, sonriendo a las niñas. “Un bebé está por llegar, y nuestras vidas se alegrarán aún más.”
Todo el castillo se puso en movimiento para preparar la llegada de la pequeña princesita. Las princesas y los adultos decoraron la habitación del bebé con estrellas doradas y lunares plateados. Colocaron una cuna blanca con suaves mantas de colores y juguetes brillantes. La gente del reino también estaba feliz y prepararon un gran festival para dar la bienvenida a la princesita.
Mientras todo esto sucedía, la Princesa Lara y la Princesa Marta decidieron hacer algo especial para su futura hermana. “¿Por qué no le hacemos un regalo?”, sugirió la Princesa Marta. “Podemos hacer una tiara de flores para que se sienta como una verdadera princesa”, propuso.
Las dos princesas se pusieron a trabajar. Reunieron flores de todos los colores y hacían pequeñas trenzas con ellas. Reían y cantaban mientras hacían la tiara. “Cuando la vean, le encantará y siempre se acordará de nosotras”, dijo la Princesa Lara, emocionada.
Finalmente, al caer la tarde, la Marquesa Cristina llamó a todos a reunirse en el gran salón. “Ha llegado el momento”, anunció con ternura. Las princesas, llenas de emoción, se tomaron de las manos y siguieron a sus padres. Al entrar al salón, lo que vieron las dejó boquiabiertas.
En el centro del salón estaba la cuna del bebé, adornada con el trabajo de las princesas. Y allí, en la cuna, había una hermosa niña. Con ojos brillantes y una sonrisa dulce, la pequeña princesita había llegado al mundo.
“¡La pequeña Princesa Carlita!”, gritó la Princesa Marta, cubriendo su boca con ambas manos de la emoción. Se acercaron con cuidado, las dos princesas presentando su regalo. “¡Mira, hemos hecho esto para ti!”, dijeron al unísono, colocando la tiara de flores en la cabeza de la pequeña.
La Princesa Carlita, aunque tan pequeña, miró a sus hermanas con sus ojitos curiosos, como si entendiera el amor que le tenían. Todos en la sala sonrieron al ver aquel dulce momento. La Marquesa Cristina abrazó a las princesas y el Marqués Rubén se unió a ellos en un cálido abrazo.
Después de la llegada de la pequeña Carlita, el castillo se llenó de risas y juguetes. Las princesas, junto con sus padres, pasaban horas jugando y cuidando a su nueva hermanita. La Princesa Lara y la Princesa Marta a menudo se turnaban para contarle cuentos mientras Carlita se mecía en su cuna. A veces, cuando las dos grandes estaban acurrucadas, Carlita sonreía y reía, como si comprendiera los cuentos de hadas que le contaban.
Con el tiempo, Carlita creció un poco más. Un día, mientras jugaban juntas en el jardín, la Princesa Lara tuvo una gran idea. “¿Por qué no organizamos una carrera para ver quién puede llegar primero al gran roble?”, propuso. Carlita todavía no podía correr, así que las princesas decidió que sería parte del juego.
“¡Vamos a hacer que Carlita sea la jueza!”, dijo la Princesa Marta, y todos se pusieron a reír. Así, las tres princesas comenzaron a correr y ver quién llegaba primero, mientras Carlita aplaudía desde su lugar. Larita y Marta corrían rápidas como el viento, y al final, se abrazaron emocionadas al llegar al roble.
“¡Eres la gran ganadora, hermana!”, gritó la Princesa Marta mientras le daba un abrazo a Carlita. Aunque era pequeña, Carlita siempre se sentía como una parte importante de sus juegos.
Pasaron los días, los meses y al ser un verano brillante, el castillo del Viso de San Juan se volvió escenario de muchas aventuras. Las princesas Lara y Marta descubrieron selvas ocultas en los jardines, juguetes secretos en los rincones del castillo y organizaban juegos en los que siempre incluían a Carlita. Juntas, danzaban como las flores en el viento, riendo, llenando el reino de luz y amor.
Un día, mientras jugaban, se dieron cuenta de que la Princesa Carlita estaba mirándolas con mucha curiosidad. Por primera vez, levantó sus manitas para que la alzaran. Con una risa contagiosa, la Princesa Lara la tomó en sus brazos y empezó a girar alrededor del jardín, como si estuvieran volando.
“¡Eres nuestra pequeña princesa voladora!”, dijo la Princesa Marta, aplaudiendo con alegría. Al escuchar eso, Carlita se echó a reír, sintiéndose feliz y segura en los brazos de su hermana.
El tiempo avanzó y el castillo continuó lleno de amor y armonía. Las princesas no solo tenían diversión, sino que también aprendieron a compartir y cuidar de su hermana. Veían que a veces Carlita se entristecía cuando estaban muy ocupadas o cuando se pasaban el tiempo jugando sin atenderla. “Debemos prestar más atención a nuestra hermanita”, dijo la Marquesa Cristina, sintiendo la necesidad de que cada una tuviera su momento especial.
Una tarde soleada, decidieron organizar un día especial para Carlita. Colocaron una manta grande bajo el roble y trajeron muchos juguetes: pelotas, muñecas y un libro de cuentos. Hicieron un pícnic delicioso, lleno de frutas y pasteles. La Princesa Lara, Marta y la pequeña Carlita jugaron a construir castillos de arena y a contar historias de dragones y princesas.
“¿Quieres ser una valiente princesa, Carlita?”, le preguntó la Princesa Lara, mientras le ponía una pequeña capa de terciopelo que habían hecho juntas. Carlita asintió con la cabeza, emocionada. “¡Sí!”, gritó, riendo.
Desde ese día, la pequeña Carlita se convirtió en la valiente Princesa Carlita. Siempre estaba lista para nuevas aventuras, ya fuera en el jardín o dentro del castillo. Junto a sus hermanas, vivió historias donde rescataban a pequeños patitos que se perdían en el jardín o jugaban a ser exploradoras de paisajes desconocidos.
Las princesas se volvieron inseparables, brillando en su reino donde la bondad y la alegría reinaban. Con su amor y cuidado, cada día se convertía en una nueva esperanza, en aventuras donde se celebraba la unión familiar. La Princesa Carlita creció rodeada por el amor de sus hermanas y sus padres, aprendiendo a ser generosa y a valorar los momentos sencillos, como los juegos y risas que compartían juntas.
Y así, pasaron los años, y en el castillo del Viso de San Juan, la bondad y la felicidad siguieron siendo la esencia principal de la familia real. La princesita Carlita nunca olvidó el amor de sus dos hermanas, que la elevaron al mundo de los sueños y la magia.
Mirando por la ventana del castillo en una noche estrellada, la Princesa Carlita sonrió, recordando cada aventura que habían compartido. Se sintió contenta al saber que siempre tendría a sus hermanas, quienes eran más que princesas; eran sus mejores amigas, su apoyo y su amor incondicional. El castillo nunca había sido tan alegre y rebosante de vida, gracias a la llegada de la pequeña Princesa Carlita, la esperanza que unió aún más a su familia.
Así, en el reino del Viso de San Juan, la historia de las tres princesas se escuchaba por todo el territorio, convirtiéndose en una leyenda de amor y amistad que nunca se olvidará. Y aunque el tiempo pasara, y todo cambiara, el amor entre ellas siempre permanecería, iluminando cada rincón del castillo y de sus corazones. Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.