La Leyenda de Sant Jordi

En un reino encantado, enclavado entre montañas cubiertas de esmeralda y vastos ríos que brillaban bajo el sol como cintas de plata, vivía un príncipe llamado Juan. No era un príncipe común; aunque apuesto, tenía una figura algo robusta y roncaba tan fuerte por las noches que los aldeanos a veces creían que era el gruñido de un oso lejano.

En el más alto torreón del castillo vivía también la princesa Diana, esposa de Juan, conocida en todos los reinos por su belleza y cabello dorado que fluía como un río de oro. Juntos tenían tres hijas, Lucía, María y Beatriz, cada una con su propia chispa y encanto, que llenaban el castillo de risas y alegría.

La paz del reino, sin embargo, fue interrumpida por un terrible dragón que empezó a asediar la región, atemorizando a sus habitantes y envolviendo el cielo con su aliento de fuego. La bestia demandaba un tributo cada luna llena, y el miedo se apoderaba de todos al acercarse la fecha.

Príncipe Juan, decidido a proteger a su familia y a su pueblo, sabía que debía enfrentarse a esta amenaza. A pesar de su naturaleza apacible, se armó de valor (y de una armadura especialmente reforzada para acomodar su generosa cintura) y tomó la espada ancestral de su familia, prometiendo derrotar al dragón y restaurar la paz.

Una mañana, justo antes del amanecer, mientras el rocío aún brillaba sobre los campos como pequeños diamantes, Juan cabalgó hacia la cueva del dragón, seguido por los buenos deseos de sus hijas y las oraciones de Diana, que observaba desde la torre más alta del castillo.

El enfrentamiento fue épico. El dragón, con escamas que brillaban como la armadura de un caballero en un día soleado, lanzaba llamas que calentaban el aire hasta hacerlo vibrar. Pero Juan, con cada movimiento calculado, esquivaba y avanzaba, su espada cantando en el aire cada vez que golpeaba con fuerza y precisión.

Después de horas de lucha, con el sol alcanzando su cenit y la esperanza menguante, Juan finalmente encontró una abertura. Con un grito que resonó a través de las montañas y valles, asestó el golpe final. La bestia cayó, y un silencio se extendió sobre el campo de batalla, roto solo por el jadeo del príncipe victorioso.

Exhausto pero triunfante, Juan regresó al castillo. Diana y sus hijas corrieron a su encuentro, abrazándolo con lágrimas de alivio y alegría. El reino entero celebró la victoria con un festín que duró siete días y siete noches, lleno de música, bailes y cantos de hazañas y amor.

Desde ese día, la leyenda de Sant Jordi, el príncipe que derrotó al dragón para salvar a su familia y su reino, se contó en cada hogar, pasando de generación en generación. Y así, Juan, Diana y sus hijas vivieron muchos años más, recordando siempre que el verdadero coraje viene del amor y la determinación de proteger a aquellos que amamos.

Y mientras las estrellas brillan cada noche sobre el reino, los ecos de esa batalla y el amor de una familia que nunca se rindió, continúan inspirando a todos los que escuchan esta historia.