Había una vez una princesa llamada Luna. Era una niña de 8 años con una larga melena dorada y ojos brillantes como las estrellas. Vivía en un castillo en lo alto de una colina, desde donde podía ver todo su reino. A pesar de su vida en el castillo, Luna no era una princesa común. No le gustaba quedarse quieta todo el día, ni sentarse en el trono. Su lugar favorito en el mundo era el Bosque Mágico, un lugar que parecía sacado de un cuento de hadas.
El Bosque Mágico estaba lleno de árboles altos cuyas hojas brillaban como si estuvieran cubiertas de pequeñas estrellas. Las flores cambiaban de color según el día, y si te detenías a escuchar, podías oír un susurro suave que parecía contar secretos antiguos. Pero lo que hacía especial a este bosque no era solo su belleza, sino la magia que contenía.
Luna siempre había sentido una conexión especial con el Bosque Mágico. Cuando era pequeña, su madre, la reina, le contaba historias sobre cómo ese bosque era un lugar donde los deseos más profundos podían volverse realidad si uno era lo suficientemente valiente para encontrarlos.
Un día, mientras Luna paseaba por los caminos brillantes del bosque, encontró un claro que nunca antes había visto. En el centro del claro, una pequeña fuente cristalina brillaba bajo la luz de la luna. Se acercó cautelosa y notó que el agua emitía un suave resplandor.
—¿Qué será este lugar? —se preguntó en voz baja.
De repente, una voz suave pero clara resonó en el aire.
—Este es el Corazón del Bosque, Luna. Aquí es donde la magia es más fuerte.
Luna miró a su alrededor, buscando de dónde provenía la voz, pero no vio a nadie.
—¿Quién está ahí? —preguntó, un poco nerviosa pero también curiosa.
—Soy el espíritu del bosque —respondió la voz—. He observado tu bondad y tu valentía desde que eras pequeña, y ahora, porque confías en el bosque, estoy aquí para ofrecerte un regalo.
Luna se sorprendió, pero al mismo tiempo, se sintió emocionada. Siempre había sentido que el bosque la protegía, como si fuera un amigo invisible que la acompañaba en cada paseo.
—¿Un regalo? —preguntó, inclinándose hacia la fuente.
—Sí —continuó la voz—. Te ofrezco un deseo. Pero recuerda, lo que deseas debe ser algo que venga de tu corazón. La magia del bosque no responde a deseos egoístas.
Luna se quedó pensativa. Podría pedir cualquier cosa, pero sabía que debía ser cuidadosa. Podía desear riquezas, un castillo más grande, o incluso una vida sin responsabilidades de princesa. Pero en el fondo, había algo que siempre había deseado más que cualquier otra cosa.
—Quiero que el bosque esté protegido para siempre —dijo finalmente Luna—. Que nadie pueda hacerle daño ni tomar su magia para beneficio propio.
El bosque se quedó en silencio por un momento, como si estuviera pensando en el deseo de la princesa. Luego, la fuente brilló aún más fuerte, y el agua comenzó a girar lentamente.
—Tu deseo es noble, Luna —dijo la voz—. A partir de este momento, el Bosque Mágico estará protegido. Nadie podrá dañarlo, y tú serás su guardiana. Cada vez que alguien necesite ayuda o se pierda en su interior, el bosque te llamará.
Luna se sintió emocionada y un poco abrumada por la responsabilidad. Pero sabía que había hecho lo correcto. Amaba el bosque y estaba dispuesta a protegerlo con todas sus fuerzas.
A partir de ese día, Luna siguió siendo la princesa del reino, pero también la guardiana del Bosque Mágico. Cada vez que alguien se aventuraba demasiado en el bosque y se perdía, Luna escuchaba un suave susurro en sus sueños que la guiaba hacia donde debía ir. Y siempre, con la ayuda de la magia del bosque, encontraba a quienes lo necesitaban.
El tiempo pasó, y la leyenda de la princesa Luna, la protectora del Bosque Mágico, se extendió por todo el reino. Todos sabían que, mientras Luna estuviera cerca, el bosque estaría a salvo.
Y así, la princesa Luna siguió viviendo aventuras en su querido bosque, un lugar lleno de magia, secretos y maravillas. Sabía que, mientras su corazón fuera puro y sus intenciones nobles, el bosque siempre la acompañaría y la guiaría en cada paso de su vida.
Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.