Había una vez, en un reino lleno de flores y mariposas, dos pequeñas princesas que eran las mejores amigas del mundo. Lara y Martina se conocieron cuando tenían solo dos años, en el jardín del palacio, donde jugaban y reían juntas todos los días. Lara tenía el cabello castaño claro, siempre atado en dos colitas que saltaban cuando corría, y le encantaba vestirse de rosa. Martina, por otro lado, tenía el cabello oscuro y rizado, siempre adornado con un lazo azul, y su vestido favorito era de un suave color celeste.
Lara y Martina eran inseparables. En el jardín, construían castillos de arena, recogían flores para hacer coronas, y corrían detrás de las mariposas que volaban por todos lados. Siempre que una de ellas se sentía triste, la otra estaba allí para abrazarla y hacerla sonreír. A medida que crecían, su amistad se hacía más y más fuerte.
Cuando llegó septiembre, Lara y Martina estaban emocionadas porque iban a empezar en el aula de cuatro años. Era un gran paso para ellas, y no podían esperar para ver qué nuevas aventuras les esperaban. El primer día de clases, ambas llegaron al palacio-escuela con sus vestidos más bonitos y sus mochilas llenas de cuadernos y colores.
En la clase, la maestra les dio la bienvenida con una gran sonrisa. «¡Bienvenidas, princesas! Hoy vamos a aprender muchas cosas nuevas y a jugar mucho.» Lara y Martina se miraron emocionadas y se tomaron de la mano, listas para todo lo que vendría.
Durante el recreo, descubrieron un rincón del jardín de la escuela que no conocían. Era un lugar mágico, con flores gigantes y mariposas que brillaban como estrellas. Decidieron que ese sería su lugar secreto, donde podrían soñar y jugar juntas. Cada día, después de clases, corrían a ese rincón, donde imaginaban que eran princesas de un reino lejano, luchando contra dragones o salvando a sus amigos.
Un día, mientras jugaban en su rincón secreto, encontraron una pequeña puerta escondida entre las flores. Era una puerta muy pequeña, tanto que solo ellas podían pasar. Se miraron con emoción y, sin dudarlo, abrieron la puerta. Al otro lado, encontraron un mundo maravilloso. Era un reino donde todo era posible: los árboles hablaban, los animales llevaban coronas, y los ríos cantaban canciones suaves.
En este nuevo reino, Lara y Martina conocieron a muchos amigos nuevos. Había un osito que siempre tenía hambre de miel, una rana que soñaba con volar, y un búho sabio que les contaba historias increíbles. Todos ellos se unieron a las aventuras de las dos princesas, y juntos vivieron días llenos de risas y magia.
Pero un día, el cielo en ese reino mágico se nubló. Todos los animales estaban preocupados, porque sabían que cuando el cielo se nublaba, era señal de que algo malo estaba por suceder. Lara y Martina, siendo las valientes princesas que eran, decidieron investigar. Se pusieron sus coronas y tomaron la mano de sus amigos, dispuestas a enfrentar cualquier desafío.
Después de caminar un buen rato, llegaron a un gran castillo oscuro. Allí, encontraron a una bruja que estaba muy triste. La bruja les contó que había perdido su varita mágica y sin ella, no podía hacer que el sol volviera a brillar. Lara y Martina, con su gran corazón, decidieron ayudarla. Buscaron por todo el castillo y, finalmente, encontraron la varita escondida en un rincón.
La bruja, agradecida, agitó su varita y el cielo volvió a despejarse. El sol brilló nuevamente y todo el reino se llenó de alegría. Como agradecimiento, la bruja les dio a Lara y Martina un cristal mágico, que les permitiría regresar al reino siempre que quisieran.
Contentas por haber ayudado, las dos princesas regresaron a su rincón secreto en el jardín de la escuela. Sabían que su amistad y valentía les había permitido vivir esa increíble aventura, y prometieron que siempre estarían juntas, pase lo que pase.
Con el tiempo, Lara y Martina siguieron creciendo, pero nunca dejaron de ser las mejores amigas. Cada vez que querían una nueva aventura, solo tenían que usar el cristal mágico y volver al reino de sus sueños. Allí, vivieron muchas más historias llenas de magia, amistad y alegría.
Y así, las dos princesas amigas, Lara y Martina, demostraron que con amistad y valor, no hay nada que no se pueda lograr. Y aunque el tiempo pasara y el aula de cuatro años quedara atrás, siempre recordarían sus aventuras en el reino mágico, donde todo comenzó.
Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.