Cuentos de Princesas

Valery y la Aventura en Aguadulce

Lectura para 11 años

Tiempo de lectura: 5 minutos

Español

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Había una vez, en el soleado y tranquilo pueblo de Aguadulce, una joven llamada Valery. Era una chica alta, de cabello negro y lacio, que caía sobre sus hombros como una cascada de oscuridad. Valery era conocida en todo el pueblo no solo por su belleza, sino también por su inteligencia, creatividad y su carácter amable y decidido.

Valery vivía en una casa acogedora, rodeada de flores y árboles frutales, donde pasaba sus tardes leyendo libros y estudiando para sus clases en la Universidad. Aunque Aguadulce era un lugar pacífico, Valery siempre soñaba con aprender más y explorar el mundo. Tenía una perra Husky llamada Luna, que era su compañera fiel en todas sus aventuras. Luna era de ojos azules brillantes y pelaje gris plateado, siempre dispuesta a seguir a Valery a donde quiera que fuera.

Cada mañana, Valery se levantaba temprano, se preparaba para ir a la Universidad y salía de casa con Luna trotando alegremente a su lado. Sin embargo, llegar a tiempo a la Universidad no siempre era fácil. Los buses que pasaban por Aguadulce eran pocos y a veces muy impredecibles. Algunos días, Valery tenía que esperar durante horas en la parada del bus, viendo cómo el sol subía lentamente en el cielo.

A pesar de estos pequeños obstáculos, Valery nunca se desanimaba. Siempre llevaba un libro en su mochila, listo para aprovechar el tiempo de espera. Amaba leer historias de princesas valientes, héroes que luchaban contra dragones y magos que lanzaban hechizos poderosos. Pero también sabía que la vida real podía ser tan emocionante como las historias en los libros, solo que las aventuras a veces aparecían de maneras inesperadas.

Una de esas mañanas, mientras Valery esperaba el bus, decidió que no podía seguir dependiendo del transporte público. Tenía que encontrar una solución. Así que, cuando finalmente llegó a la Universidad, se dirigió a la biblioteca para investigar. Pasó horas leyendo sobre ideas innovadoras, proyectos de sostenibilidad y cómo crear cambios positivos en la comunidad.

Valery siempre había tenido buenas ideas, y le encantaba estudiar. Aunque había algunas materias que no disfrutaba tanto, como matemáticas, siempre se esforzaba por hacer su mejor esfuerzo. Sus amigos en la Universidad a menudo la veían en los pasillos, sonriendo y saludando a todos, siempre con una expresión alegre y una disposición para ayudar a quien lo necesitara.

Un día, después de una larga jornada de clases, Valery tuvo una revelación. Se dio cuenta de que podía proponer un proyecto para mejorar el sistema de transporte en Aguadulce. Con su creatividad y determinación, estaba segura de que podía hacer una diferencia. Así que se puso a trabajar en su plan, haciendo esquemas, investigando costos y buscando aliados en la Universidad que pudieran ayudarla.

Valery sabía que no sería fácil. Tendría que dar una presentación frente a sus profesores y compañeros, y aunque no le gustaba hablar en público, sabía que era necesario. Su idea era crear un sistema de bicicletas compartidas para el pueblo, que no solo ayudaría a la gente a moverse más fácilmente, sino que también promovería un estilo de vida más saludable y sostenible.

Cuando llegó el día de la presentación, Valery estaba nerviosa. Se miró en el espejo una última vez antes de salir de casa, ajustándose su chaqueta y asegurándose de que su cabello estuviera en orden. Luna, como siempre, estaba a su lado, mirándola con ojos brillantes de apoyo.

—Hoy es un gran día, Luna —dijo Valery, acariciando la cabeza de su perra—. Vamos a hacer algo increíble.

Cuando llegó a la Universidad, el salón de actos ya estaba lleno de estudiantes y profesores. Valery tomó un respiro profundo y subió al escenario con determinación. Comenzó a hablar sobre su idea, explicando cómo un sistema de bicicletas compartidas podría transformar Aguadulce, haciéndolo más accesible y amigable para todos.

Al principio, su voz temblaba un poco, pero a medida que avanzaba en su presentación, su confianza fue creciendo. Sus palabras fluían con claridad, y cuando terminó, el salón se llenó de aplausos. Sus compañeros la felicitaron por su valentía y por la brillantez de su idea. Incluso los profesores quedaron impresionados por su dedicación y creatividad.

Pero la verdadera prueba aún estaba por llegar. Aunque la presentación había sido un éxito, Valery sabía que implementar su proyecto requeriría mucho más esfuerzo. Tendría que coordinar con el gobierno local, buscar patrocinadores y, sobre todo, asegurarse de que la comunidad apoyara su iniciativa.

Valery no se dejó intimidar. Comenzó a organizar reuniones con los líderes del pueblo, explicándoles cómo el proyecto beneficiaría a todos. Con la ayuda de sus amigos en la Universidad, diseñó un sistema piloto que se puso en marcha en una pequeña área de Aguadulce.

Durante semanas, trabajó sin descanso, equilibrando sus estudios con el desarrollo del proyecto. Había momentos en los que se sentía abrumada, especialmente cuando las cosas no salían como esperaba. Pero en esos momentos, siempre recordaba por qué había comenzado todo. Sabía que estaba haciendo algo importante, algo que podría cambiar la vida de muchas personas.

Luna, siempre a su lado, la acompañaba en sus recorridos por el pueblo, mientras visitaba tiendas y casas, hablando con la gente sobre las bicicletas y cómo podían usarlas. Los niños del pueblo adoraban a Luna, y pronto se convirtió en una especie de embajadora del proyecto, con su energía contagiosa y su lealtad inquebrantable.

A medida que pasaban los días, más y más personas comenzaron a unirse al proyecto. Algunos ofrecieron su tiempo como voluntarios, otros donaron fondos, y otros simplemente apoyaron la idea difundiendo la noticia entre sus amigos y vecinos. Valery se dio cuenta de que su idea no solo estaba tomando forma, sino que estaba inspirando a toda la comunidad.

Finalmente, llegó el día en que el sistema de bicicletas compartidas fue inaugurado oficialmente en Aguadulce. Había un gran evento en la plaza principal, con música, comida y, por supuesto, bicicletas listas para ser usadas. Valery estaba radiante de felicidad al ver cómo su esfuerzo había dado frutos.

Mientras observaba a la gente subirse a las bicicletas y recorrer las calles de Aguadulce con una sonrisa en el rostro, Valery sintió una profunda satisfacción. Había logrado algo grande, algo que no solo mejoraría su vida, sino la de todos en su comunidad.

Pero más allá del éxito del proyecto, lo que más le importaba a Valery era el mensaje que había transmitido: que nunca se debe dudar del propio potencial, que siempre se puede soñar y, con trabajo y perseverancia, hacer esos sueños realidad.

Esa noche, mientras regresaba a casa con Luna a su lado, Valery miró al cielo estrellado y sonrió. Sabía que esta era solo una de las muchas aventuras que la vida le tenía preparadas. Y con Luna y su determinación, estaba lista para enfrentar cualquier desafío que viniera.

Y así, Valery siguió adelante, siempre buscando nuevas maneras de ayudar a su comunidad, de aprender y de crecer. Porque sabía que, al final del día, lo más importante era seguir sonriendo y soñando, sin importar cuántos buses se retrasaran o cuántos obstáculos aparecieran en su camino.

Fin.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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