Cuentos de Superhéroes

Alejandro y Arturo: Los Héroes de Lasar

Lectura para 6 años

Tiempo de lectura: 4 minutos

Español

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En el año 2162, la ciudad de Lasar brillaba como un diamante en medio de la oscuridad. Era una ciudad futurista, llena de luces de neón que iluminaban los edificios altos y modernos. Pero lo más impresionante de Lasar no eran sus rascacielos ni sus robots, sino dos héroes muy especiales: Alejandro y Arturo.

Alejandro tenía 9 años, pero no era un niño común. Tenía la agilidad, precisión y velocidad de un felino, y además, ¡podía volar! Con sus grandes alas de halcón, Alejandro surcaba los cielos de Lasar con una facilidad asombrosa. También era un genio en matemáticas, lo que lo hacía un maestro en resolver problemas complicados en un abrir y cerrar de ojos.

Por otro lado, estaba Arturo, su mejor amigo. Arturo, de 10 años, era un inventor brillante. Siempre llevaba sus gafas de científico y un delantal lleno de herramientas. Desde pequeño, había creado todo tipo de gadgets y máquinas que ayudaban a proteger la ciudad. Su laboratorio secreto estaba lleno de inventos increíbles, y siempre tenía una solución para cualquier problema.

Juntos, Alejandro y Arturo eran los protectores de Lasar, la ciudad que ellos mismos habían diseñado. Pero su trabajo no siempre era fácil. En una galaxia llena de mundos misteriosos, no faltaban los villanos que querían apoderarse de la ciudad. Y ahora, dos de los más temibles enemigos habían llegado: el Rey de los Donuts y la Reina de los Caramelos, desde el lejano mundo de Dulce.

El 9 de marzo, en una tranquila mañana, Alejandro y Arturo recibieron una alerta en su base secreta. Una nave gigantesca, en forma de donut, se acercaba a Lasar. En la pantalla, el Rey de los Donuts, una gigantesca criatura con forma de donut, se reía malvadamente.

—¡Esta ciudad será nuestra, Reina de los Caramelos! —dijo el Rey, mientras la Reina, vestida con un vestido hecho de caramelos de todos los colores, asentía con una sonrisa diabólica.

Arturo ajustó sus gafas. —Tenemos un problema, Alejandro. El Rey de los Donuts y la Reina de los Caramelos han venido a destruir nuestra ciudad.

Alejandro desplegó sus alas de halcón. —No lo permitiré. Volaré para detenerlos desde el aire, mientras tú usas tus inventos para bloquear su ataque desde tierra.

Los dos amigos sabían que debían actuar rápido. Lasar era una ciudad brillante, pero frágil. Si los villanos conseguían destruirla, todo lo que habían trabajado para construir desaparecería.

Alejandro salió volando por los cielos, moviéndose como una ráfaga de viento entre los edificios. Con sus alas doradas brillando bajo las luces de la ciudad, se dirigió directamente hacia la nave del Rey de los Donuts. Desde el aire, podía ver cómo las calles se vaciaban mientras los ciudadanos corrían a buscar refugio.

—¡Allí están! —pensó Alejandro al ver al Rey y a la Reina descendiendo de su nave, listos para atacar con sus ejércitos de donuts gigantes y caramelos pegajosos.

Arturo, desde el suelo, comenzó a preparar sus inventos. Había creado un dispositivo especial que podía neutralizar cualquier dulce que se acercara demasiado. Rápidamente, colocó sus gadgets en las entradas principales de la ciudad, formando una barrera tecnológica para proteger a Lasar.

—¡Listo! —gritó Arturo por su comunicador—. ¡Alejandro, puedes atacar!

Alejandro, siempre rápido y preciso, descendió en picada. Con su velocidad felina, comenzó a esquivar los ataques del ejército de donuts. ¡Eran gigantescos! Pero Alejandro era más ágil. Moviéndose a gran velocidad, usaba sus alas para lanzarse contra los donuts enemigos, derribándolos uno por uno.

El Rey de los Donuts, enfurecido, lanzó un enorme rayo de azúcar hacia Alejandro, pero Arturo, siempre atento, activó uno de sus dispositivos, neutralizando el ataque antes de que alcanzara a su amigo.

—¡Buen trabajo, Arturo! —gritó Alejandro, sin dejar de moverse.

Pero no todo estaba ganado. La Reina de los Caramelos tenía su propio plan. Desde su nave, lanzó un enjambre de caramelos voladores que comenzaron a cubrir los edificios de Lasar con una capa pegajosa.

—¡Tenemos que detener a la Reina! —dijo Arturo, corriendo hacia su laboratorio para crear un nuevo invento.

Mientras tanto, Alejandro volaba hacia la nave de la Reina, pero los caramelos pegajosos hacían que sus alas comenzaran a ralentizarse. Cada vez le costaba más mantenerse en el aire.

—¡Tengo que pensar rápido! —dijo para sí mismo. Recordando sus habilidades matemáticas, calculó rápidamente el ángulo perfecto para atacar a la nave de la Reina de los Caramelos sin que sus alas quedaran atrapadas en los dulces.

—¡Ahora o nunca! —pensó, lanzándose en picado hacia la nave.

Al mismo tiempo, Arturo salió de su laboratorio con su nueva creación: un despegador de caramelos. Disparó su invento hacia los edificios cubiertos de dulce pegajoso, limpiando la ciudad rápidamente.

—¡Lo logramos, Alejandro! —gritó Arturo desde el suelo.

Alejandro llegó hasta la nave de la Reina de los Caramelos y, con un golpe preciso, destruyó su sistema de control. La Reina gritó de frustración mientras su nave se descontrolaba y se alejaba volando.

Con su ataque fallido, el Rey de los Donuts también decidió retirarse, gritando enfurecido mientras su ejército de donuts caía derrotado. El gran villano giró su enorme cuerpo en dirección a su nave, que ahora empezaba a elevarse lentamente, y gritó con una voz grave:

—¡Esto no ha terminado, héroes de Lasar! ¡Volveré con más fuerza y dulzura de lo que imaginan!

Alejandro, aún volando cerca, observó cómo la nave del Rey de los Donuts y la Reina de los Caramelos desaparecía entre las nubes, alejándose del brillo de la ciudad de Lasar. Arturo, desde el suelo, activó sus dispositivos de seguridad, asegurándose de que cualquier rastro de caramelo o azúcar fuera neutralizado.

—¿Lo hicimos? —preguntó Arturo por su comunicador mientras ajustaba sus gafas. Estaba cubierto de pequeños restos de caramelos pegajosos que se habían desintegrado con su invento despegador.

Alejandro aterrizó con elegancia al lado de su amigo, plegando sus alas con gracia. —Sí, lo hicimos —respondió con una sonrisa—. Pero hay algo que me preocupa.

Arturo lo miró con curiosidad. —¿Qué te preocupa? Los villanos se han ido, y la ciudad está a salvo, ¿verdad?

Alejandro asintió, pero su expresión seguía seria. —Sí, pero el Rey de los Donuts y la Reina de los Caramelos dijeron que volverían. Y no me gusta la idea de que puedan estar planeando algo más grande. Esta vez casi logran cubrir Lasar de caramelo y azúcar. ¿Qué harán la próxima vez?

Arturo pensó por un momento y luego sonrió de forma traviesa. —¡Eso es exactamente lo que necesitamos hacer! ¡Pensar más grande!

Alejandro arqueó una ceja. —¿Qué quieres decir?

—Si el Rey de los Donuts y la Reina de los Caramelos quieren regresar con más fuerza, entonces nosotros también debemos prepararnos mejor. Necesitamos mejoras en nuestros equipos, nuevos inventos y defensas más avanzadas para la ciudad.

Los ojos de Alejandro brillaron al escuchar la idea. —¡Claro! Si nos preparamos mejor, podremos detenerlos antes de que siquiera pongan un pie en Lasar. Pero… ¿por dónde empezamos?

Arturo ya estaba pensando en mil ideas. —Primero, mejoraré el sistema de seguridad de la ciudad. Necesitamos barreras que detecten cualquier cosa que venga del mundo de Dulce. Puedo diseñar sensores que identifiquen cualquier partícula de azúcar o caramelo a kilómetros de distancia.

Alejandro asintió entusiasmado. —¡Y yo puedo diseñar un plan de vuelo más avanzado para patrullar el cielo! Con mis alas mejoradas, podré volar más rápido y cubrir más terreno en menos tiempo.

Ambos amigos se dirigieron rápidamente al laboratorio secreto de Arturo, ubicado bajo una de las torres más altas de Lasar. Dentro, el lugar estaba lleno de máquinas, herramientas y gadgets en todas partes. En el centro del laboratorio, una gran pantalla holográfica mostraba un mapa detallado de la ciudad, con todos los sistemas de seguridad y defensas activas.

—Aquí está el plan —dijo Arturo, mostrando el mapa en la pantalla—. Vamos a reforzar todos los puntos de entrada a la ciudad. Los villanos siempre buscan formas creativas de entrar, así que no podemos dejar ni una sola abertura.

Alejandro observó el mapa con atención. —Perfecto. Yo me encargaré de patrullar el cielo y los bordes de la ciudad. Si los sensores detectan algo, estaré listo para interceptarlo antes de que llegue al centro de Lasar.

Los días siguientes estuvieron llenos de trabajo intenso. Arturo trabajó día y noche en sus inventos, perfeccionando cada gadget y asegurándose de que la ciudad estuviera completamente protegida. Alejandro, por su parte, entrenó sin descanso, volando más alto y rápido que nunca. Sabía que el Rey de los Donuts y la Reina de los Caramelos no se darían por vencidos tan fácilmente.

Una semana después, Lasar estaba más segura que nunca. Las barreras invisibles protegían cada rincón de la ciudad, y Alejandro patrullaba los cielos con sus alas de halcón, vigilando cualquier signo de amenaza.

Una tarde, mientras Alejandro estaba en su ruta de patrulla, escuchó una alerta en su comunicador.

—Alejandro, ¡algo está entrando en el sistema de detección! —dijo Arturo con urgencia.

—¿Qué es? —preguntó Alejandro mientras volaba hacia la fuente de la señal.

—No estoy seguro, pero parece ser… ¡una nube gigante de azúcar glas!

Alejandro voló a toda velocidad hacia el lugar donde la nube de azúcar había sido detectada. Y allí, en medio del cielo azul, vio una gigantesca nube blanca que se movía lentamente hacia la ciudad.

—Es una trampa —murmuró Alejandro para sí mismo.

Antes de que pudiera reaccionar, la nube de azúcar explotó, liberando una tormenta de pequeños cristales de azúcar que comenzaron a descender sobre la ciudad. Pero gracias a los nuevos sistemas de seguridad, las barreras de Lasar se activaron de inmediato, creando un campo de energía que desintegraba cada partícula de azúcar antes de que tocara el suelo.

—¡Las barreras están funcionando! —gritó Arturo emocionado desde su laboratorio—. ¡Estamos protegiendo la ciudad!

Alejandro sonrió desde el aire, sabiendo que habían tomado las precauciones correctas. Pero su sonrisa desapareció cuando vio, detrás de la nube, la silueta familiar de una nave en forma de donut.

—¡Están aquí! —gritó Alejandro por su comunicador—. El Rey de los Donuts y la Reina de los Caramelos están intentando otro ataque.

Arturo no perdió tiempo. —Estoy en camino con mis nuevos gadgets. ¡Nos aseguraremos de que no se acerquen más!

El Rey de los Donuts, enfurecido por ver cómo su nube de azúcar era destruida, comenzó a lanzar una serie de donuts gigantes desde su nave. Los donuts cayeron como meteoritos, pero Alejandro, con su velocidad felina, los esquivó uno por uno, interceptando varios con sus alas de halcón.

Mientras tanto, Arturo llegó al campo de batalla con uno de sus más recientes inventos: un cañón que disparaba bolas de energía que desintegraban cualquier cosa hecha de dulce. Disparó hacia los donuts que caían, desintegrándolos en el aire.

—¡Estamos ganando otra vez! —dijo Arturo, riendo mientras su cañón disparaba sin parar.

El Rey de los Donuts y la Reina de los Caramelos se dieron cuenta de que su plan había fallado nuevamente. Con una mueca de frustración, el Rey gritó:

—¡Malditos héroes de Lasar! ¡Volveremos y, la próxima vez, no fallaremos!

Pero Alejandro y Arturo sabían que, mientras estuvieran juntos, podían enfrentar cualquier desafío. Con una sonrisa de confianza, Alejandro lanzó un último vuelo en picado, destruyendo la nave del Rey de los Donuts, forzándolos a retirarse una vez más.

Cuando el cielo se despejó y la calma regresó a Lasar, Alejandro aterrizó al lado de Arturo, ambos sonrientes pero agotados.

—Lo logramos otra vez —dijo Arturo, dándole un pequeño golpe en el brazo a Alejandro.

—Sí —respondió Alejandro—, pero no nos podemos confiar. Siempre estarán buscando formas de regresar.

Arturo ajustó sus gafas, sonriendo. —Y nosotros siempre estaremos listos.

Y así, Alejandro y Arturo continuaron protegiendo la ciudad de Lasar, sabiendo que mientras trabajaran juntos, ningún villano del mundo de Dulce podría destruir lo que habían construido.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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