Era un día soleado en la ciudad de Dulcelandia. Las nubes eran esponjosas y el aire olía a dulces por todas partes. Ferranito y Bernatillo, dos grandes amigos, estaban en el parque jugando con sus coloridos juguetes. Ferranito era un niño de pelo rizado que siempre llevaba puesta su capa roja, porque soñaba con ser un superhéroe. Bernatillo, por su parte, era un pelícano mágico que podía hablar y volar, y siempre llevaba una gorra azul que lo hacía lucir muy especial.
“¡Vamos a buscar aventuras!” dijo Ferranito, mientras saltaba de un lado a otro, emocionado. Su capa ondeaba al viento, y su sonrisa iluminaba el parque. “Hoy puede ser un gran día para ser héroes”.
“¡Sí! ¡Vamos a volar!” respondió Bernatillo, extendiendo sus alas y levantándose del suelo. Juntos, empezaron a explorar el parque y sus alrededores, buscando algo emocionante que hacer.
Mientras buscaban, se encontraron con un grupo de niños que parecían muy tristes. Ferranito y Bernatillo se acercaron, preocupados por lo que estaba ocurriendo. “¿Qué les pasa?” preguntó Ferranito con su voz suave y amigable.
“¡Hemos perdido todos nuestros caramelos!” exclamó una niña llamada Sofía, que tenía dos coletas y una camiseta a rayas. “Había un monstruo que robó nuestros dulces y se los llevó a su cueva”.
“¡Eso suena horrible!” dijo Bernatillo, con un leve acento mientras movía su pico de un lado a otro. “Tenemos que ayudarles. ¿Cómo se llama ese monstruo?”
“Se llama el Monstruo de los Caramelos Perdidos,” explicó un niño llamado Lucho, que tenía una camiseta verde con estampados de dinosaurios. “Es enorme y muy goloso, siempre está buscando dulces para comer”.
Ferranito se puso serio, arregló su capa y dijo: “No te preocupes, Sofía. Nosotros, Ferranito y Bernatillo, lucharemos contra el Monstruo de los Caramelos Perdidos y recuperaremos sus dulces”.
Los niños comenzaron a aplaudir y animar a los dos valientes héroes. “¡Sí! ¡Ustedes pueden hacerlo!” gritó Lucho. Los demás niños también se unieron al grito de apoyo.
Ferranito y Bernatillo se miraron y sonrieron; su misión estaba clara. Así que decidieron volar hacia la cueva del monstruo. A medida que volaban, pudieron ver el bosque que rodeaba el parque. Era un lugar misterioso, lleno de árboles altos y bonitos. Los pájaros cantaban y había mariposas de colores volando de un lado a otro.
“¿Qué quieres que hagamos cuando lleguemos a la cueva?” preguntó Bernatillo mientras volaba junto a Ferranito. “Tal vez debamos hacer un plan”.
“¡Claro! Primero, tenemos que ver qué tan grande es el monstruo y cuántos caramelos ha robado. Después, podemos pensar en cómo distraerlo para que nos dé los dulces”, sugirió Ferranito, su mente de niño siempre lista para la aventura.
Finalmente, después de unos minutos volando, llegaron a la cueva del Monstruo de los Caramelos Perdidos. La entrada era oscura y misteriosa, y de ella provenía un olor dulce y pegajoso. Ferranito se asomó un poco, pero lo que vio lo sorprendió: había montones y montones de caramelos de todos los colores, brillando como joyas bajo la luz tenue de la cueva.
“¡Mira todos esos caramelos!” exclamó Ferranito con los ojos muy abiertos. “Pero ¿dónde está ese monstruo?”
Justo en ese momento, un gran rugido resonó en la cueva y, de un rincón oscuro, emergió el Monstruo de los Caramelos Perdidos. Era enorme, tenía un cuerpo peludo y de color amarillo brillante, con ojos grandes y redondos que centelleaban. Su boca estaba llena de caramelos de todos los colores, lo que hacía que se le cayeran algunos mientras hablaba. “¡Oh, qué delicia! No puedo dejar de comer caramelos”, dijo el monstruo mientras chupaba un caramelo morado.
Ferranito se puso un poco nervioso, pero recordó que era un héroe. Entonces, respiró profundo y dio un paso adelante. “¡Hola, Monstruo de los Caramelos Perdidos! Yo soy Ferranito y este es mi amigo Bernatillo. Hemos venido a hablar contigo”.
“¿Hablar? Pero yo solo quiero comer caramelos” respondió el monstruo, mientras masacra un caramelo naranja en su boca.
“Pero, ¿sabes? Todos esos caramelos que tienes no son solo tuyos. Los niños de Dulcelandia están muy tristes porque los has robado. Ellos también quieren disfrutar de los dulces”, explicó Ferranito, valiente.
El monstruo hizo una pausa y miró a Ferranito con curiosidad. “No sabía que los necesitaban. Pero son tan ricos… No puedo evitarlo. Todos los días trato de detenerme, pero siempre vuelvo por más.”
Bernatillo intervino con su tono amistoso, “¿Y si te ayudamos a encontrar otras cosas ricas que comer, en lugar de robar caramelos? Podrías hacer nuevos amigos y compartir tus dulces con ellos. Así nadie se sentiría triste”.
El monstruo, claro está, nunca había pensado en eso. Sus ojos grandes se iluminaron. “¿De verdad? ¿Podría tener amigos?”.
“¡Sí! Puedes venir a nuestro parque y jugar con nosotros. Habrá caramelos, pero también habrá juegos y risas. Todos compartiremos”, dijo Ferranito sonriendo.
El Monstruo de los Caramelos Perdidos pronto se sintió emocionado por la idea. “¡Está bien! Prometo no robar más caramelos, y me gustaría jugar. ¿Pero solo si hay dulces también?”.
“Sí, pero también habrán muchas otras cosas divertidas”, respondió Bernatillo, mientras se dejaba caer al lado de Ferranito.
Así, los tres nuevos amigos comenzaron a cargar caramelos y en poco tiempo llegaron al parque, donde todos los niños esperaban ansiosos. Ferranito y Bernatillo comenzaron a contarles a los niños sobre su aventura, y cómo lograron que el monstruo ahora se llamara “Dulce Amigo”, porque lo que deseaba más era tener amigos.
Los niños estaban emocionados y comenzaron a jugar en el parque. El Dulce Amigo empezó a repartir caramelos a todos mientras se reía y reía. Nunca había tenido tanto tiempo divertido y su corazón se llenó de alegría.
Desde ese día, el Monstruo de los Caramelos Perdidos se convirtió en el mejor amigo de todos los niños de Dulcelandia. Aprendió a compartir y a disfrutar del tiempo juntos. A veces, los caramelos volaban por el aire mientras él ayudaba a los demás a construir un castillo de dulces. Ferranito y Bernatillo, felices de tener un nuevo amigo, veían cómo su misión de ayudar había sido un gran éxito.
Con el tiempo, siempre que veían una bolsa de caramelos, todos recordaban aquella maravillosa aventura y el gran corazón que había descubierto el Dulce Amigo. Ferranito y Bernatillo, los valientes héroes de la ciudad, sabían que no solo habían recuperado los caramelos, sino que habían hecho algo aún más importante: habían encontrado un amigo y enseñado a otros que compartir es lo más dulce de todo.
Y así, Ferranito, Bernatillo, Sofía, Lucho y el Dulce Amigo vivieron felices, sabiendo que la verdadera amistad y el compartir traen más dulzura que cualquier caramelo. Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.