Cuentos de Terror

El Bosque de los Susurros

Lectura para 11 años

Tiempo de lectura: 2 minutos

Español

Puntuación:

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En un pueblo rodeado por antiguos bosques y colinas neblinosas, cuatro amigas, Dayana, Carla, Ainara y Alexia, decidieron pasar una noche en el Bosque de los Susurros, un lugar que los adultos siempre evitaban después del crepúsculo. Las leyendas decían que en ese bosque moraban espíritus y criaturas que sólo salían al caer la noche.

Armadas con mochilas llenas de provisiones y linternas, las chicas se adentraron en el bosque, riendo y bromeando para ocultar los nervios que sentían. A medida que el sol comenzaba a ocultarse, los sonidos del bosque cambiaban; los pájaros se callaban y el viento susurraba entre las hojas como si contara secretos antiguos.

«Vamos a armar el campamento cerca de esa roca grande,» sugirió Dayana, señalando una formación que se alzaba sombría entre los árboles cada vez más oscuros. Juntas, montaron la tienda y encendieron una fogata que chisporroteaba y lanzaba sombras danzantes sobre los troncos.

Mientras comían malvaviscos asados, Carla comenzó a contar la historia de una niña que se había perdido en el bosque hace muchos años y que, según decían, todavía podía oírse llorar cuando la luna estaba llena. Ainara y Alexia escuchaban, abrazándose las unas a las otras cada vez que un tronco crujía en la oscuridad.

De repente, un ruido sutil, casi imperceptible, como de hojas arrastrándose, interrumpió la historia. Las cuatro se quedaron inmóviles, la única luz era la de la fogata, y lo que fuera que estuviese allí estaba justo fuera de su círculo de luz.

«¿Qué fue eso?» susurró Alexia, su voz temblaba un poco.

«Probablemente sólo un animal del bosque,» intentó tranquilizarlas Dayana, aunque su propia voz delataba su miedo.

Decidieron que lo mejor sería intentar dormir, pero el sueño se les escapaba mientras los sonidos del bosque se hacían más intensos. Cada crujido, cada susurro del viento, les hacía imaginar formas y sombras acechando entre los árboles.

En la oscuridad de la noche, un grito desgarrador las despertó. Se levantaron de un salto, las linternas temblaban en sus manos mientras iluminaban los árboles circundantes, buscando el origen del sonido. No había nada, solo el eco del grito resonando en la lejanía.

«Tenemos que irnos de aquí,» dijo Carla, la más práctica, recogiendo su mochila.

Apenas habían comenzado a desmontar la tienda cuando otro sonido las paralizó: el ruido de pasos, pesados y lentos, aproximándose. Las chicas se agruparon, las linternas dirigidas hacia la oscuridad, sus corazones latiendo al unísono.

De entre los árboles surgió una figura encapuchada, alta y oscura, avanzando lentamente hacia ellas. Las chicas gritaron y corrieron, dejando atrás la tienda y la fogata. Corrían sin mirar atrás, guiadas sólo por el instinto de escapar.

Después de lo que parecieron horas, pero que solo fueron unos minutos, llegaron exhaustas al límite del bosque, donde las luces del pueblo parecían increíblemente lejanas pero acogedoras. No se detuvieron hasta que estuvieron seguras, bajo la luz de las farolas en la calle principal del pueblo.

Al día siguiente, los adultos del pueblo buscaron en el bosque pero no encontraron ni la tienda ni señales de la figura encapuchada. Solo la fogata apagada y pisadas que se perdían en la espesura.

Las chicas nunca olvidaron esa noche, y aunque pasaron muchos años, nunca volvieron a aventurarse en el Bosque de los Susurros después del crepúsculo. La experiencia les enseñó que, a veces, las leyendas esconden verdades que es mejor dejar en paz.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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