En un pequeño pueblo, escondido entre colinas y campos, existía una escuela que muchos preferían evitar al caer la noche. De día, era como cualquier otra escuela, llena de risas, clases y niños corriendo por los patios. Pero por la noche, ese mismo lugar se transformaba en algo diferente, algo mucho más siniestro.
Muchos años atrás, esa misma escuela no existía. En su lugar, había un panteón municipal donde las familias enterraban a sus seres queridos. Con el tiempo, el cementerio fue trasladado a las afueras del pueblo, y en su lugar se construyó la escuela. Sin embargo, las leyendas del antiguo panteón jamás desaparecieron.
Una de esas historias era la de Belén, una niña que vagaba por los pasillos de la escuela y por la iglesia cercana. Nadie sabía exactamente cómo había muerto, pero se decía que Belén nunca había podido hacer su primera comunión. Aquello la había dejado atrapada entre el mundo de los vivos y los muertos, buscando desesperadamente una forma de descansar en paz.
La primera vez que alguien vio a Belén fue durante una noche fría de otoño. La escuela estaba vacía, y el viento soplaba con fuerza entre los árboles. Los maestros ya se habían ido, pero un guardia que patrullaba el edificio vio algo que lo dejó helado. En uno de los salones, bajo la luz tenue de la luna que entraba por las ventanas, vio una figura pequeña, vestida con un largo vestido blanco.
Al principio pensó que era alguna niña que se había quedado rezagada, pero cuando se acercó, la figura desapareció sin dejar rastro. Esa misma noche, el guardia escuchó susurros en la iglesia al lado de la escuela, y aunque trató de ignorarlos, su curiosidad lo venció. Entró a la iglesia y, de nuevo, vio a la niña de blanco, de pie frente al altar, mirando al vacío.
«Es Belén», susurraban algunos en el pueblo. «La niña que no pudo hacer su primera comunión.»
A partir de ese día, los rumores no tardaron en esparcirse. Los alumnos comenzaban a notar cosas extrañas: puertas que se abrían solas, pasos en los pasillos vacíos y sombras que se movían justo en el borde de su visión. Pero lo más aterrador era cuando, al caer la noche, algunos afirmaban haber visto a la niña de blanco deambulando por los salones.
Belén, con su vestido blanco como la nieve, se aparecía principalmente en las noches de luna llena. Caminaba lentamente, como si buscara algo, pero nunca hablaba. Solo miraba, con unos ojos llenos de tristeza y melancolía. A veces, se la veía frente a la iglesia, como esperando que alguien la ayudara a cumplir con lo que le faltaba: su comunión.
Había quienes decían que la única forma de que Belén descansara en paz era organizar una misa para ella, algo que nunca había podido hacer en vida. Pero, por alguna razón, nadie se atrevía a dar ese paso. Tal vez por miedo, o tal vez porque no querían enfrentar lo que realmente sucedía en ese lugar.
Una noche, Marta, una joven maestra de la escuela, decidió quedarse más tarde de lo habitual para corregir exámenes. Sabía de las leyendas, pero nunca había creído en fantasmas. Para ella, todo eso eran cuentos inventados por niños con mucha imaginación. Pero esa noche, algo cambió.
Mientras revisaba los exámenes, comenzó a escuchar pasos ligeros en el pasillo. Al principio pensó que era el eco de su propio movimiento, pero los pasos continuaban incluso cuando ella estaba sentada en su escritorio. Se levantó, extrañada, y abrió la puerta del salón. No había nadie.
Volvió a su escritorio, pero los pasos regresaron, esta vez más cercanos. Marta sintió un escalofrío recorrer su espalda. Decidió investigar y salió al pasillo, recorriendo los oscuros corredores de la escuela. El edificio estaba en completo silencio, salvo por el eco de los pasos que ahora parecían venir de la iglesia al lado.
Marta, intrigada, salió de la escuela y se dirigió a la iglesia. Las puertas de madera crujieron al abrirse, y un aire frío la recibió. El lugar estaba vacío, pero la luz de la luna iluminaba el altar. Y allí, de pie, estaba la figura de una niña con un vestido blanco.
Marta sintió cómo su corazón se detenía por un segundo. La niña estaba de espaldas, pero su presencia llenaba todo el lugar con una sensación de tristeza profunda.
—¿Eres… Belén? —preguntó Marta, con la voz temblorosa.
La niña no respondió, pero lentamente giró la cabeza para mirarla. Sus ojos eran grandes y oscuros, llenos de una tristeza que Marta nunca había visto antes. Sin embargo, no había maldad en su mirada, solo una profunda tristeza.
—¿Qué… qué necesitas? —preguntó Marta, dando un paso hacia ella.
Belén alzó una mano y señaló hacia el altar. En ese momento, Marta comprendió lo que la niña pedía. Necesitaba una misa, una ceremonia que nunca había podido completar en vida. Marta, aunque asustada, decidió que debía hacer algo.
Al día siguiente, habló con el párroco del pueblo y le contó lo que había visto. El párroco, un hombre sabio y comprensivo, aceptó organizar una misa especial para Belén. No dijo si creía o no en la historia de la maestra, pero comprendió que algo debía hacerse.
La noche de la misa, la iglesia estaba iluminada con velas, y el párroco se encontraba solo, acompañado por Marta. Realizaron la ceremonia en silencio, con la esperanza de que, de alguna manera, Belén pudiera encontrar la paz que tanto anhelaba.
Después de la misa, Marta volvió a la escuela para recoger algunas cosas. Caminó por los pasillos en completa oscuridad, pero esta vez, no sentía miedo. Sentía que había hecho lo correcto.
Y entonces, al pasar por el salón principal, vio una figura. Belén estaba allí, pero esta vez su rostro no mostraba tristeza. Sonreía, una sonrisa pequeña y suave, como agradeciendo a Marta por lo que había hecho. La niña levantó una mano, saludando en silencio, y luego, poco a poco, su figura comenzó a desvanecerse en la oscuridad.
Marta observó cómo la niña desaparecía, y supo que, finalmente, Belén había encontrado la paz.
Desde esa noche, los rumores sobre la niña fantasma en la escuela comenzaron a disminuir. Nadie volvió a ver a Belén deambulando por los pasillos ni en la iglesia. Y aunque la historia de la niña del vestido blanco se mantuvo viva como una leyenda, Marta sabía que Belén, después de tanto tiempo, había logrado descansar en paz.
Cuentos cortos que te pueden gustar
La Casa de los Secretos Olvidados
La Casa de los Susurros
El Misterio de las Fiestas de Bilbao
Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.