En un pequeño pueblo, al borde de un bosque espeso y misterioso, vivían cinco amigos: Víctor José, un chico audaz con una pasión por las aventuras; Carolina Portugal, conocida por su inteligencia y valentía; Karla Chica, la más creativa del grupo; Scarlet Celi, cuya curiosidad no conocía límites; y Meily Quirumbay, siempre cautelosa y considerada. Un día, decidieron emprender una excursión al «Bosque de los Susurros Perdidos», un lugar envuelto en leyendas y cuentos de terror.
La aventura comenzó bajo el cálido sol de la tarde. Los cinco amigos, equipados con mochilas y linternas, ingresaron al bosque, guiados por un antiguo mapa que Víctor José había encontrado en el desván de su abuela. Al principio, el camino era claro y la luz del sol se filtraba a través de las hojas, creando patrones mágicos en el suelo del bosque.
Sin embargo, a medida que avanzaban, el bosque se volvía más denso y oscuro. La brisa que antes susurraba entre los árboles ahora parecía llevar ecos de voces desconocidas. Meily, sintiendo un escalofrío, sugirió volver, pero la curiosidad de sus amigos era demasiado fuerte.
Cuando el sol comenzó a ponerse, se dieron cuenta de que estaban perdidos. El mapa ya no parecía coincidir con los sinuosos caminos del bosque. Mientras buscaban una ruta de regreso, una densa niebla comenzó a envolverlos. Fue entonces cuando las cosas tomaron un giro inesperado y aterrador.
Primero desapareció Meily. Se había adelantado un poco para inspeccionar un sendero y simplemente… desapareció. Sus amigos la buscaron frenéticamente, llamándola por su nombre, pero todo lo que les devolvía el bosque eran ecos distantes.
La tensión y el miedo comenzaron a apoderarse del grupo. Decidieron quedarse juntos y buscar la salida, pero el bosque parecía jugar con ellos, cambiando y torciéndose a su antojo. Karla, intentando mantener la moral alta, comenzó a contar historias para distraerse del miedo, pero ni siquiera sus cuentos podían aliviar la atmósfera opresiva.
Luego, fue Scarlet quien desapareció. Estaba justo detrás de ellos y, en un abrir y cerrar de ojos, ya no estaba. Los gritos de sus amigos no encontraron respuesta, solo el silencio pesado del bosque.
Ahora solo quedaban tres: Víctor José, Carolina y Karla. Se aferraron los unos a los otros, sabiendo que algo o alguien los estaba cazando. Víctor José, intentando ser el líder, propuso que se movieran constantemente para evitar ser sorprendidos.
Pero la estrategia falló. Karla, agotada y asustada, fue la siguiente en desaparecer. A pesar de sus esfuerzos por mantenerse juntos, en un momento de descuido, ella simplemente se esfumó entre la niebla.
Víctor José y Carolina, paralizados por el miedo, se dieron cuenta de que no estaban solos. Algo se movía entre los árboles, algo que los observaba, los seguía, jugando un juego macabro. Carolina, con lágrimas en los ojos, susurró que debían encontrar una salida antes de que anocheciera por completo.
Juntos, corrieron a través del bosque, sin rumbo, guiados por el instinto de supervivencia. De repente, Víctor José tropezó y cayó. Carolina se detuvo para ayudarlo, pero antes de que pudiera alcanzarlo, una sombra surgió de entre los árboles y lo arrastró hacia la oscuridad. El grito de Víctor José se perdió en la noche.
Carolina, ahora sola, sintió el peso de la desesperación. Corrió sin dirección hasta que, exhausta, cayó al suelo. En ese momento de quietud, una figura emergió de la niebla. Era un anciano, con una mirada triste y sabia. Le explicó que el bosque estaba maldito, condenado a revivir una tragedia antigua donde un cazador perdió a su familia y, en su dolor, se convirtió en un espectro vengativo.
El anciano le ofreció a Carolina una salida, pero a un precio. Ella debía prometer recordar y contar la historia del bosque, para que las almas perdidas encontraran algún día la paz. Carolina, con lágrimas de alivio y tristeza, asintió.
La niebla se disipó mágicamente, revelando un camino claro. Carolina salió del bosque justo al amanecer, llevando consigo el peso de los recuerdos de sus amigos y la promesa hecha al anciano.
Nadie en el pueblo creyó su historia, excepto unos pocos ancianos que conocían las leyendas del bosque. Carolina, fiel a su promesa, se convirtió en guardiana de la memoria del Bosque de los Susurros Perdidos, esperando que algún día, las almas de sus amigos encontraran el camino a casa.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.