Era una noche tranquila, y Martín dormía plácidamente en su cama. Su cuarto estaba lleno de sus juguetes favoritos: carritos de colores, un oso de peluche grande y muchos bloques apilados junto a su cama. Todo parecía en calma, hasta que de repente, Martín se despertó. Abrió los ojos y vio que algo era diferente.
El cuarto estaba más oscuro de lo normal, y Martín sintió un pequeño escalofrío. Miró a su alrededor y, en la esquina de la habitación, había una sombra. Era una sombra grande, que no estaba ahí antes. Martín se frotó los ojos y trató de ver mejor. Su corazón latía un poquito más rápido, pero él era valiente.
«¿Quién está ahí?», preguntó con voz suave.
De repente, algo se movió. La sombra se hizo un poco más grande, y luego, muy lentamente, de detrás de la puerta, apareció… ¡un monstruo! Pero no era un monstruo malo. Este monstruo era grande y peludo, con ojos redondos y brillantes. Su pelaje era de muchos colores, como si alguien hubiera pintado con crayones sobre él. A pesar de su tamaño, parecía más curioso que aterrador.
Martín se sentó en su cama, un poco sorprendido pero sin sentir demasiado miedo. «¿Eres un monstruo?», preguntó con curiosidad.
El monstruo asintió lentamente con su cabeza grande y peluda. No decía nada, pero tampoco parecía querer hacer daño. De hecho, el monstruo se veía un poco… tímido. Como si estuviera más asustado que Martín.
El pequeño niño miró al monstruo con más atención. «No tienes que tener miedo», dijo Martín con una sonrisa pequeña. «Yo no muerdo.»
El monstruo, como si entendiera, dio un paso adelante, pero aún se quedó en la puerta. Parecía como si estuviera cuidando de no entrar por completo al cuarto. Sus ojos grandes miraban todo con curiosidad: los juguetes de Martín, su cama, y especialmente la luz blanca que brillaba suavemente desde el pasillo.
Martín miró hacia la luz. «Esa es la luz de mi mamá», le explicó al monstruo. «Siempre la deja encendida para que yo no tenga miedo.»
El monstruo inclinó la cabeza, como si estuviera entendiendo. Luego, levantó una de sus grandes patas y señaló hacia la luz. Era como si el monstruo quisiera ir hacia allí pero no se atrevía a moverse solo.
«¿Quieres ver la luz?», preguntó Martín.
El monstruo hizo un pequeño sonido, algo así como un suave gruñido que no era nada aterrador, sino más bien una respuesta amistosa.
«Está bien», dijo Martín, bajándose de su cama con cuidado. «Podemos ir juntos. Yo te acompaño.»
Así, Martín y el monstruo caminaron juntos hacia la puerta del cuarto. A cada paso que daban, el monstruo parecía sentirse más cómodo. Ya no se movía con tanta lentitud ni con tanto cuidado. De hecho, hasta dejó que su pelaje colorido rozara los juguetes en el suelo.
Cuando llegaron a la puerta, la luz blanca del pasillo se hizo más brillante. El monstruo se detuvo por un momento, mirando a Martín como si estuviera pidiendo permiso para seguir adelante.
«Está bien, no tienes que tener miedo», le dijo Martín, dándole una pequeña palmadita en una de sus patas grandes. «La luz es bonita, te hará sentir mejor.»
Juntos, dieron el último paso hacia el pasillo. El monstruo, que al principio parecía tan grande y aterrador, ahora estaba fascinado por la luz. Sus ojos brillaron aún más, y un suave ronroneo salió de su garganta. Era claro que el monstruo ya no estaba asustado.
Martín sonrió. «Ves, no era tan malo, ¿verdad?»
El monstruo asintió, contento. Luego, se giró hacia Martín y le dio un abrazo suave, envolviéndolo con su gran pelaje colorido. Martín se rió. El monstruo no era malo ni aterrador, solo necesitaba un amigo.
Después de un rato, el monstruo se despidió con un pequeño gruñido amigable y, antes de que Martín se diera cuenta, desapareció en la luz blanca. Martín lo vio irse, pero no se sintió triste. Sabía que, de alguna manera, su nuevo amigo monstruo estaría bien y que la luz lo había ayudado a sentirse seguro.
Martín regresó a su cama, ahora completamente tranquilo. Se acurrucó bajo sus cobijas, con su oso de peluche al lado, y cerró los ojos. Sabía que la luz de su mamá siempre estaría ahí para cuidarlo, y ahora también sabía que, incluso en las noches más oscuras, podía encontrar amigos en los lugares más inesperados.
Esa noche, Martín durmió profundamente, sin miedo, y soñó con aventuras junto a su nuevo amigo monstruo.
Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.