Había una vez cinco amigas inseparables que vivían en un pequeño pueblo rodeado de un bosque oscuro y misterioso. Sus nombres eran Isabella, Daniela, Nabila, María Eugenia y Danna. Las cinco niñas eran conocidas en el pueblo por su gran curiosidad y por estar siempre buscando nuevas aventuras. Aunque eran muy diferentes entre sí, había algo que las unía: su amor por lo desconocido y los misterios.
Una tarde de otoño, cuando el aire empezaba a ponerse frío y las hojas caían de los árboles pintando el suelo de colores dorados y rojos, las cinco amigas decidieron aventurarse en el bosque. No era la primera vez que lo hacían, pero ese día había algo especial. Se acercaba la noche de Halloween y en el pueblo se rumoreaba que en lo profundo del bosque se encontraba una calabaza encantada.
«Dicen que quien encuentra la calabaza verá cumplido un deseo», contó Isabella emocionada mientras caminaban entre los árboles. «Pero también dicen que está protegida por un hechizo, y que no cualquiera puede acercarse a ella», añadió Nabila, un poco asustada.
Las cinco amigas siguieron caminando, sus linternas iluminando el camino a través de la espesa niebla que empezaba a levantarse. Mientras avanzaban, el ambiente se volvía más extraño. Las ramas de los árboles parecían formar figuras retorcidas, y el viento silbaba entre las hojas como si susurrara secretos.
Después de lo que parecieron horas de caminar, llegaron a un claro en el bosque. En el centro del claro, bajo la luz de la luna llena, se encontraba una enorme calabaza. Pero esta no era una calabaza común. Brillaba con una luz tenue, y alrededor de ella flotaban pequeñas chispas de colores, como si la magia la envolviera.
«¡Es la calabaza encantada!», exclamó María Eugenia con los ojos muy abiertos. Las demás niñas se acercaron lentamente, sus corazones latiendo con fuerza. A pesar de lo hermosa que era la calabaza, algo en el aire las hacía sentir nerviosas, como si algo las estuviera observando desde las sombras.
Danna fue la primera en acercarse lo suficiente como para tocar la calabaza. «¿Qué crees que sucederá si pedimos un deseo?», preguntó en voz baja. Las demás se quedaron en silencio, contemplando las posibilidades. Cada una tenía un deseo en mente, pero ninguna se atrevía a ser la primera en hablar.
De repente, un crujido en los arbustos rompió el silencio. Las cinco amigas se giraron rápidamente, pero no vieron a nadie. «Tal vez no estamos solas», susurró Daniela, abrazando su linterna con fuerza.
«Deberíamos pedir nuestros deseos rápido y salir de aquí», sugirió Isabella, intentando sonar valiente. Las demás asintieron de acuerdo. Una a una, las niñas cerraron los ojos y pidieron en silencio sus deseos más profundos.
Pero justo cuando terminaron de pedir sus deseos, la calabaza comenzó a brillar aún más fuerte. Un sonido suave, como un murmullo, llenó el aire, y las chispas de colores que flotaban a su alrededor empezaron a girar más rápido. El viento en el claro se levantó, y las ramas de los árboles se sacudieron como si estuvieran vivas.
«¿Qué está pasando?», preguntó Nabila, asustada.
De repente, una figura emergió de la calabaza. Era alta y delgada, y aunque no tenía forma humana, parecía hecha de sombras y luz al mismo tiempo. Las niñas retrocedieron, sus corazones latiendo con fuerza.
«Han despertado la magia de la calabaza», dijo la figura con una voz suave pero profunda. «Sus deseos han sido escuchados, pero toda magia tiene un precio.»
Las amigas se miraron entre sí, aterradas. «¿Qué significa eso?», preguntó María Eugenia, dando un paso hacia adelante.
La figura de sombras sonrió, aunque su sonrisa no era reconfortante. «Para que sus deseos se cumplan, deben pasar una prueba. Deben encontrar la salida del bosque antes de que el último rayo de la luna desaparezca, o quedarán atrapadas aquí para siempre.»
Las niñas se quedaron congeladas de miedo. ¿Cómo iban a encontrar la salida en un bosque tan grande y oscuro? «¡Corramos!», gritó Isabella, y todas comenzaron a correr hacia el lugar por donde habían venido.
El bosque, que antes era familiar, ahora parecía completamente diferente. Los árboles estaban más juntos, las sombras más largas, y el camino por donde habían llegado parecía haber desaparecido. A medida que corrían, el viento soplaba con más fuerza, y el murmullo que antes era suave ahora se había convertido en un susurro inquietante que llenaba sus oídos.
«¡No podemos perdernos!», gritó Daniela, intentando mantener la calma. «Si nos separamos, no encontraremos la salida.»
Siguieron corriendo juntas, pero cuanto más avanzaban, más confuso se volvía el camino. Los árboles parecían moverse, cambiando de lugar, y las ramas caían frente a ellas, como si el bosque intentara atraparlas.
De repente, Danna se detuvo. «¡Miren!», señaló hacia un árbol enorme, donde había un símbolo tallado en la corteza. Era un círculo con una estrella en el centro, idéntico al que habían visto grabado en la calabaza.
«Debe ser una señal», dijo Isabella con esperanza. «Tal vez nos esté guiando.»
Las niñas siguieron las señales, encontrando más símbolos en los árboles a medida que avanzaban. El tiempo pasaba rápido, y la luna, que antes brillaba con fuerza, empezaba a desaparecer detrás de las nubes.
El miedo crecía dentro de ellas, pero juntas continuaron. Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, llegaron a un punto del bosque donde la niebla comenzaba a despejarse. Delante de ellas estaba el borde del bosque, y más allá, las luces del pueblo.
«¡Lo logramos!», gritó Nabila con alegría.
Pero justo cuando pensaban que estaban a salvo, la figura de sombras apareció de nuevo frente a ellas, bloqueando el camino. «Han encontrado la salida», dijo con una sonrisa oscura. «Pero la magia siempre cobra su precio.»
Las niñas se miraron entre sí, sin saber qué hacer. «No puedes mantenernos aquí», dijo María Eugenia con valentía. «Cumplimos tu prueba.»
La figura las observó por un momento y luego asintió. «Es cierto. Cumplieron la prueba. Pero recuerden, la magia siempre regresa. Sus deseos serán cumplidos, pero el bosque nunca olvida.»
Con esas palabras, la figura desapareció, y las niñas corrieron fuera del bosque. Cuando llegaron al pueblo, exhaustas pero a salvo, no podían creer lo que acababa de suceder.
Esa noche, mientras se preparaban para dormir, cada una de ellas pensó en lo que había vivido. Aunque sus deseos estaban por cumplirse, sabían que siempre tendrían que tener cuidado con lo que pedían, porque la magia del bosque era poderosa y misteriosa.
Y desde ese día, aunque seguían siendo las mismas amigas curiosas, nunca volvieron a aventurarse tan profundamente en el bosque, sabiendo que algunos secretos deben permanecer ocultos.
Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.