Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado por la espesura de un denso bosque, un lago oscuro que todos evitaban. La leyenda decía que en sus aguas se reflejaba un pasado oscuro y sangriento, uno que nunca debía ser olvidado. Nadie se atrevía a acercarse a la orilla, y menos aún, a la cabaña que se encontraba en su cercanía, oculta entre los árboles, como si la propia naturaleza quisiera protegerla de los ojos curiosos.
Lucy, una joven intrépida, escuchaba estas historias con fascinación. Siempre había sido curiosa, siempre había querido saber más sobre lo que sucedía en el misterio de su pueblo. Un día, decidió que sería ella quien descubriría la verdad detrás de esas historias. Así que, con su fiel compañero Damián, un joven valiente que compartía su amor por la aventura, se dirigieron hacia el lago al caer la tarde, cuando el sol comenzaba a esconderse tras las montañas.
La atmósfera se volvía cada vez más sombría, y el sonido de los grillos era la única compañía en el silencio del lugar. Cuando llegaron, se encontraron con la vieja cabaña, cubriéndose con sombras en la orilla del agua. La puerta estaba entreabierta, como invitándolos a entrar, pero algo en el aire les decía que debían tener cuidado.
—Debemos entrar, Damián —dijo Lucy con voz temblorosa, pero decidida.
Damián asintió, aunque sentía una extraña inquietud en su pecho. Se adentraron en la cabaña, donde el aire era denso y frío. En el centro de la sala, una vieja fogata había sido apagada hacía mucho tiempo, pero aún quedaban cenizas. Mientras exploraban, Lucy vio un pozo antiguo en una esquina, cubierto por una vieja sabana blanca que se movía con el viento. Decidió acercarse, pero justo cuando levantaba la sabana, una sombra se formó ante ella.
De repente, una mujer apareció en la entrada de la cabaña. Estaba vestida con un vestido rojo brillante, que resaltaba en la oscuridad, y en su mano sostenía un cuchillo. Su rostro estaba parcialmente cubierto por una capa oscura, pero sus ojos brillaban con un fuego inhumano.
—¿Quiénes son ustedes? —preguntó la mujer con voz fría y profunda. Lucy sintió un escalofrío recorrer su cuerpo, pero Damián se adelantó, decidido a enfrentarla.
—Somos solo viajeros, buscamos respuestas —dijo él, sin miedo, aunque sus manos temblaban ligeramente.
La mujer los miró fijamente y, sin decir una palabra más, dio un paso hacia atrás, abriendo completamente la puerta de la cabaña. En ese momento, Lucy vio algo que le heló la sangre. A lo lejos, en el borde del lago, podía ver figuras de ancianos observándolos desde las sombras, sus ojos vacíos y llenos de tristeza.
—El lago está maldito —dijo una de las sombras en voz baja, tan baja que casi no se oía. Pero Lucy la escuchó claramente. Los ancianos, que parecían tan antiguos como el mismo bosque, se acercaron lentamente a la orilla. Fue entonces cuando Damián se dio cuenta de lo que había pasado.
—Esos son los peones —murmuró—. Ellos fueron los que murieron hace años, antes de que el lago se oscureciera.
Lucy entendió al instante. Los peones, aquellos que habían trabajado incansablemente en las tierras que rodeaban el lago, habían sido sacrificados en un ritual oscuro, condenados a vivir en el agua como sombras atrapadas por el mal.
De repente, la mujer levantó el cuchillo y, con una rapidez sorprendente, se dirigió hacia el pozo. Lucy, sin pensarlo, corrió hacia ella, pero la mujer se detuvo en seco. En ese instante, algo extraño ocurrió. Lucy sintió una presión en su pecho, como si algo en su interior estuviera desmoronándose.
—Es el corazón del lago —dijo la mujer, con voz suave pero siniestra—. Si quieres salvar a tus amigos y al pueblo, debes destruirlo.
Lucy miró al pozo. Algo oscuro y enigmático emanaba de su interior. El pozo, lleno de agua negra, estaba impregnado con la maldición de generaciones pasadas. Ella sabía que no podía dejar que ese mal continuara.
Con la fuerza que le quedaba, Lucy empujó a la mujer, arrojando el cuchillo al suelo. Corrió hacia el pozo y, con un grito lleno de valentía, comenzó a cubrirlo con las cenizas de la fogata que había encontrado. La mujer intentó detenerla, pero los peones, como sombras del pasado, se levantaron del lago, tomaron la mujer por los brazos y la arrastraron hacia el agua.
En ese momento, el cielo se despejó. La luz del atardecer iluminó el lago, y el agua se empezó a aclarar. Los peones, liberados de su condena, desaparecieron en la niebla. Lucy, exhausta, cayó de rodillas junto al pozo. Damián, que había observado en silencio, se acercó a ella y le ofreció su mano.
—Lo logramos, Lucy —dijo, con una sonrisa llena de alivio.
Conclusión: Lucy aprendió que, a veces, el coraje y la valentía son lo único que se necesita para enfrentar las sombras del pasado y liberar a los que han sido condenados por ellas. Aunque el lago y la cabaña nunca serían los mismos, Lucy y Damián sabían que, al limpiar el mal con la verdad y la valentía, habían dado al pueblo una oportunidad para empezar de nuevo.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.