Cuentos de Terror

La Isla de los Secretos

Lectura para 11 años

Tiempo de lectura: 5 minutos

Español

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El mar estaba en calma aquella tarde, sus aguas reflejaban el brillo dorado del sol que comenzaba a descender en el horizonte. Emili, un joven navegante de espíritu intrépido, se encontraba solo en su pequeña embarcación. Las velas ondeaban suavemente, mientras el barco cortaba el agua como una hoja afilada. Había zarpado esa mañana desde un pequeño puerto pesquero, buscando un poco de soledad y la paz que sólo el océano podía ofrecerle. Pero mientras navegaba, sus ojos se posaron en algo inusual, algo que no había visto antes.

Allí, en la distancia, emergía una isla que no figuraba en ninguno de sus mapas. Era pequeña, pero destacaba por la luz dorada que emanaba desde sus cimientos, como si la tierra misma estuviera bañada en oro. Emili sintió un escalofrío recorrer su espalda. Recordaba las advertencias de los pescadores locales, quienes hablaban en susurros de una isla maldita, un lugar donde los barcos que se atrevían a anclar no volvían a zarpar. Sin embargo, su curiosidad superó cualquier temor, y decidió desviar su rumbo hacia aquella isla misteriosa.

Mientras se acercaba, los detalles de la isla se hicieron más claros. Las orillas estaban cubiertas de rocas negras, y en el centro, erguida como un centinela olvidado por el tiempo, se alzaba una enorme mansión antigua. Sus paredes estaban cubiertas de enredaderas que parecían moverse con el viento, susurrando secretos que el tiempo había sepultado. Emili amarró su barco en una pequeña cala y descendió, pisando el suelo firme con cautela.

—Esto es… increíble —murmuró para sí mismo mientras observaba la mansión.

Casi inmediatamente, Damian, su mejor amigo y compañero de muchas aventuras, apareció detrás de él. Había decidido unirse al viaje en el último momento, aunque no sin cierta reticencia. Damian era más prudente, más cauteloso, y no podía sacarse de la cabeza las advertencias que los pescadores habían repetido una y otra vez.

—No me gusta nada este lugar, Emili. Algo no está bien aquí —dijo Damian, mirando nervioso hacia la mansión.

Emili, sin embargo, estaba decidido. La estructura, aunque vieja y en mal estado, lo llamaba. Algo en su interior le decía que debía explorarla, que había algo importante esperando ser descubierto. Sosteniendo una linterna en alto, comenzó a caminar hacia la entrada, con Damian siguiéndolo de cerca, aunque a regañadientes.

La puerta principal de la mansión era enorme, de madera oscura y cuarteada por los años. Emili empujó con fuerza hasta que, con un quejido prolongado, la puerta se abrió, revelando un vestíbulo sumido en penumbras. El polvo flotaba en el aire, y el olor a moho y madera podrida era intenso.

—Esto no parece buena idea… —murmuró Damian, pero siguió adelante.

Emili avanzó con paso decidido, sus ojos recorriendo los detalles de la casa. Las paredes estaban adornadas con retratos antiguos, pero las caras en ellos parecían distorsionadas, como si el tiempo las hubiera deformado. A medida que avanzaban, el sonido de sus pasos resonaba por los largos corredores vacíos.

De pronto, Emili se detuvo frente a una puerta entreabierta. El interior de la habitación que yacía más allá estaba casi completamente oscuro, pero algo en su interior lo llamaba. Empujó la puerta y entró.

La habitación era pequeña y simple, con una mesa de madera en el centro y estantes llenos de libros polvorientos. Pero lo que realmente atrajo la atención de Emili fue un viejo diario encuadernado en cuero que reposaba sobre la mesa. Parecía haber sido colocado allí con cuidado, como si alguien lo hubiera dejado a propósito.

—¿Qué es eso? —preguntó Damian, acercándose con precaución.

—Parece un diario —respondió Emili mientras lo abría con delicadeza.

Las páginas del diario estaban amarillentas y quebradizas, pero aún se podían leer las palabras escritas en una caligrafía antigua y elegante. Relataba la historia de un capitán de barco, alguien llamado Adrián Valverde, un hombre famoso por su destreza en la navegación, pero también conocido por su ambición desmedida. El diario describía cómo Valverde había zarpado en busca de una isla legendaria, una tierra prometida que, según los rumores, contenía riquezas inimaginables.

Sin embargo, el diario tomaba un giro oscuro. Valverde y su tripulación habían sido atrapados en una tormenta terrible, y su barco había naufragado en las costas de aquella misma isla en la que ahora se encontraban Emili y Damian. El capitán había sobrevivido, pero su tripulación no. Y lo peor era que algo lo había seguido hasta la mansión.

Las últimas páginas eran las más inquietantes. El capitán escribía sobre extraños sucesos que ocurrían en la mansión, sobre sombras que se movían por los corredores, susurros en la oscuridad, y una presencia maligna que lo acechaba. Finalmente, la escritura se volvía errática y desesperada. «No puedo escapar. Está aquí, en las paredes. Está… dentro de mí.»

Damian retrocedió, sintiendo cómo el miedo se apoderaba de él.

—Emili, tenemos que irnos. Esto no es un juego. Algo terrible ocurrió aquí —dijo, su voz temblando.

Pero Emili no estaba dispuesto a marcharse. Algo en el diario lo había cautivado, una sensación de conexión con el misterioso capitán. Decidió que debía descubrir más, así que guardó el diario en su mochila y continuó explorando la mansión, a pesar de las protestas de Damian.

Las horas pasaron y el día comenzó a desvanecerse, sumiendo la mansión en una oscuridad aún más opresiva. Mientras Emili y Damian se adentraban más y más en el laberinto de pasillos y habitaciones, la sensación de ser observados se intensificaba. Las sombras parecían moverse por sí solas, y en varias ocasiones ambos escucharon susurros que venían de ninguna parte.

Finalmente, llegaron a una gran sala en el centro de la mansión, donde un enorme ventanal roto dejaba entrar el viento marino. En el centro de la sala había una chimenea apagada, y sobre ella, un retrato gigantesco colgaba de la pared. El retrato mostraba a un hombre imponente, con ojos oscuros y una expresión severa.

—Es él… es el capitán Valverde —murmuró Emili al reconocer la figura del diario.

De repente, el aire en la sala pareció volverse más pesado. Las sombras en las esquinas de la habitación se agitaron y, poco a poco, comenzaron a tomar forma. Una figura oscura, indistinta, emergió de las sombras, sus ojos brillaban con una luz siniestra.

—¡Es él! —gritó Damian, retrocediendo horrorizado.

La figura avanzó lentamente hacia ellos, sus pasos eran apenas un susurro en el suelo de piedra. Emili y Damian intentaron correr, pero la puerta por la que habían entrado se cerró de golpe, atrapándolos dentro.

—No puedes escapar… —susurró la figura, su voz era un eco que reverberaba en la sala.

Emili, con el diario aún en su mochila, comprendió que el capitán Valverde nunca había dejado la mansión. Su espíritu había quedado atrapado, condenado a vagar por los pasillos oscuros, y ahora, Emili y Damian estaban en peligro de compartir su destino.

Intentaron buscar una salida, pero las sombras se cerraban a su alrededor. La figura del capitán los seguía de cerca, susurros de desesperación llenaban el aire. Parecía que no había escapatoria.

Justo cuando todo parecía perdido, Emili recordó una de las últimas palabras del diario: «La luz… es la única esperanza.»

Emili, aún con el miedo recorriéndole las venas, sacó la linterna que había llevado consigo desde el principio. Las palabras del diario resonaban en su mente: «La luz… es la única esperanza.» No sabía qué significaba exactamente, pero estaba dispuesto a probar cualquier cosa. Encendió la linterna, y la luz vacilante iluminó la oscura sala, haciendo retroceder ligeramente las sombras que comenzaban a rodearlos.

Damian, que estaba petrificado por el miedo, lo miró con ojos suplicantes.

—¿Qué hacemos, Emili? No podemos salir. ¡Estamos atrapados!

Emili no respondió de inmediato, sus pensamientos corrían a mil por hora. Sabía que debían actuar rápido, o serían devorados por las sombras como el propio capitán Valverde. Recordó un detalle del diario, algo sobre la luz… tal vez había más que simples palabras en esa advertencia.

El capitán Valverde, o lo que quedaba de él, avanzaba lentamente hacia ellos, su figura espectral se distorsionaba a cada paso. Su forma parecía fusionarse con las sombras que lo envolvían, y sus ojos brillaban con una intensidad cada vez más amenazante.

—¡No puedes escapar! —volvió a susurrar la voz fantasmal.

Pero Emili no estaba dispuesto a rendirse. Dirigió la luz de la linterna directamente hacia la figura del capitán. Para su sorpresa, la sombra retrocedió bruscamente, como si la luz le causara un dolor insoportable. Damian, que estaba de pie junto a Emili, lo observó con ojos muy abiertos.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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