En un pequeño pueblo, al borde de un bosque conocido por sus leyendas y misterios, vivía un chico llamado Yoel. Desde pequeño, Yoel había escuchado historias sobre el Bosque Oscuro; relatos que hablaban de criaturas encantadas, espíritus errantes y, sobre todo, de una joya preciosa que otorgaba deseos a quien la poseyera.
Una tarde de otoño, mientras Yoel jugaba cerca del límite del bosque, encontró a un anciano apoyado en un bastón, mirando fijamente hacia los árboles oscuros y retorcidos. El anciano, que se presentó como Pasotrl, le dijo con voz grave que estaba buscando la legendaria joya del Bosque Oscuro.
—¿Una joya que concede deseos? —preguntó Yoel, incrédulo pero visiblemente interesado.
—Sí, pero es más que eso. Quien controle la joya controlará también grandes poderes y responsabilidades —explicó Pasotrl—. He buscado durante años, pero ahora, mis viejos huesos me impiden adentrarme más allá.
Intrigado y emocionado por la aventura, Yoel aceptó ayudar al anciano en su búsqueda. Juntos, planearon adentrarse en el bosque al amanecer del día siguiente. Esa noche, Yoel apenas pudo dormir, imaginando lo que encontrarían.
Al adentrarse en el bosque, la atmósfera se tornó más fría y sombría. Los árboles se cerraban sobre ellos como si intentaran ocultar sus secretos. Pasotrl, aunque frágil, guiaba con una seguridad que sólo la experiencia otorga. Después de varias horas de caminata, llegaron a un claro donde la luz de la luna iluminaba un punto específico en el suelo.
—Es aquí —susurró Pasotrl, señalando un montículo de tierra algo removida.
Justo cuando Yoel iba a cavar, una figura etérea y translúcida apareció ante ellos. Era Macst, un espíritu del bosque, guardián de la joya. Su presencia era escalofriante, y su voz, aunque suave, llevaba un eco que parecía venir de otro mundo.
—Muchos han venido en busca de la joya, pero pocos comprenden su verdadero precio —dijo Macst, mirando directamente a Yoel—. Esta joya puede traer gran fortuna o inmensa desdicha.
Yoel, sintiendo una mezcla de miedo y fascinación, preguntó qué debían hacer. Macst explicó que solo aquel que estuviera dispuesto a sacrificar lo que más amaba podría reclamar la joya. Pasotrl, escuchando esto, palideció. Había perdido tanto en su vida que no estaba seguro de poder perder algo más.
Pasotrl miró a Yoel, sus ojos llenos de un temor que el joven nunca había visto en un adulto. El anciano sabía que no podía pagar el precio que Macst exigía, pero también sabía que no podía permitir que Yoel, un chico lleno de vida y futuro, sacrificara algo valioso.
—Yoel, debemos irnos. Este lugar… y su poder… no son para nosotros —dijo Pasotrl con voz temblorosa.
Yoel, sin embargo, sintió una extraña atracción hacia la joya. La promesa de poder y deseos cumplidos era demasiado tentadora. Miró hacia donde Macst había desaparecido y luego al suelo, donde la luna iluminaba la tierra removida.
—No puedo irme ahora, Pasotrl. Necesito ver si es real, si todo lo que hemos oído es cierto —respondió Yoel, su voz firme a pesar del miedo que sentía.
Pasotrl intentó disuadirlo, pero el joven ya había tomado su decisión. Comenzó a cavar con sus manos, desesperadamente, como si algo más allá de su comprensión lo impulsara. Pasotrl, incapaz de detenerlo, se quedó a un lado, observando con una mezcla de admiración y horror.
Después de unos minutos, que a ambos les parecieron horas, la mano de Yoel tocó algo duro. Era la joya. Al extraerla del suelo, la luz de la luna se reflejó en su superficie, emitiendo un brillo que no parecía de este mundo. Era hermosa, cautivadora, y completamente aterradora.
—La joya… —murmuró Yoel, sin poder quitar la vista de ella.
Macst reapareció, su figura ahora más definida, casi sólida.
—Has encontrado la joya, joven Yoel, pero aún debes pagar el precio para reclamarla —dijo el espíritu, su voz resonando en el claro iluminado por la luna.
Yoel sostuvo la joya en su mano, sintiendo su poder. Sabía lo que tenía que hacer, pero no estaba seguro de poder hacerlo. Miró a Pasotrl, quien negaba con la cabeza, suplicándole que reconsiderara.
—No puedo —dijo Yoel, la decisión pesando sobre él como una losa.
—Entonces, debe ser yo —dijo una voz desde atrás de ellos.
Ambos se giraron para ver a Macst, quien había cambiado su forma a la de un humano, aunque sus ojos todavía brillaban con un fulgor sobrenatural.
—Yo pagaré el precio —continuó Macst—. He sido el guardián de esta joya durante siglos, esperando a alguien que pudiera liberarme de mi carga.
Antes de que Yoel o Pasotrl pudieran responder, Macst tomó la joya de las manos de Yoel y, con una triste sonrisa, se desvaneció en la noche, dejando atrás solo un susurro de viento y un eco de palabras que resonaban en el aire: «Sé sabio con lo que deseas».
Yoel y Pasotrl se quedaron en el claro, el silencio los envolvía mientras procesaban lo ocurrido. La joya había desaparecido, al igual que el espíritu, y con ellos, la promesa de poder y deseo. El joven sintió una mezcla de alivio y decepción, pero también una profunda gratitud hacia Macst, quien había sacrificado su libertad por ellos.
Con el amanecer, los primeros rayos de sol comenzaron a filtrarse a través de los árboles, y ambos supieron que era hora de regresar al pueblo. Durante el camino de vuelta, Pasotrl puso su mano sobre el hombro de Yoel.
—Has aprendido una lección valiosa hoy, Yoel. El verdadero poder no proviene de lo que podemos ganar, sino de lo que estamos dispuestos a dar —dijo el anciano, sabiduría y orgullo marcando cada palabra.
Yoel asintió, sabiendo que aunque había perdido la oportunidad de hacer realidad sus deseos más salvajes, había ganado algo mucho más valioso: la sabiduría para valorar lo que ya tenía y el conocimiento de que algunos secretos, y algunos poderes, están mejor guardados y respetados.
La historia de la joya del Bosque Oscuro se convirtió en otra leyenda del pueblo, una que Yoel contaría algún día a otros, una advertencia y una lección sobre el precio del deseo y el valor de la libertad.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.