Alex Gómez, un hombre de 35 años, era un docente universitario y artista. Siempre había sido un hombre introspectivo, profundamente analítico y perfeccionista. En sus clases, todos lo veían como alguien carismático, pero también algo distante, casi como si viviera en un mundo paralelo, lleno de pensamientos y reflexiones que sólo él entendía. Tenía una mente brillante, pero su ansiedad y paranoia eran como sombras que lo seguían dondequiera que fuera.
Desde pequeño, la vida de Alex no había sido fácil. Su madre, una mujer hermosa y dominante, siempre había sido sobreprotectora, cubriéndolo con una capa de cariño y cuidado que, si bien lo mantenía seguro, también lo dejaba sentir una constante presión. Su padre, ausente desde su infancia, nunca había sido una figura constante, y aunque Alex había intentado buscar su aprobación, siempre se sintió como si algo faltara.
Con los años, Alex encontró refugio en el arte y la enseñanza. La pintura y la lectura fueron sus escapes. Sus obras, aunque elogiadas por muchos, siempre carecían de la sensación de ser «perfectas». Nunca lograba calmar su inquietud interna, ni siquiera en el aula, donde sus estudiantes lo admiraban por su habilidad para enseñar, pero él nunca se sintió completamente realizado. La muerte de su madre, a los 65 años, lo dejó vacío. Aunque había tenido una relación complicada con ella, su partida marcó el fin de una era, y el silencio que quedó en su hogar parecía más pesado que nunca.
El tiempo pasó, pero algo extraño comenzó a suceder en la vida de Alex. Desde la muerte de su madre, algo cambió en su comportamiento. Se sentía cada vez más aislado, más atrapado en su propio mundo. Su ansiedad, siempre latente, parecía haber alcanzado un nuevo nivel. No estaba solo, pero a veces sentía como si lo estuviera, como si la presencia de su madre todavía lo acechara, invisible y constante.
Una tarde, mientras estaba en su oficina, preparando una conferencia sobre filosofía del arte, Alex comenzó a notar algo raro. Un zumbido. Primero suave, casi imperceptible, pero luego más fuerte, constante. Al principio pensó que era una distracción de su mente, un producto de su creciente ansiedad. Sin embargo, al mirar a su alrededor, vio a la culpable: una mosca, revoloteando cerca de su escritorio, como si estuviera buscando algo.
Era una mosca común, de esas que todos vemos a diario, pero en ese momento, para Alex, se convirtió en una amenaza. El zumbido que emitía resonaba en sus oídos, perturbando su concentración. No podía concentrarse en nada, sólo en esa maldita mosca que seguía volando de un lado a otro, como si fuera una sombra que no lo dejaba en paz.
Intentó ignorarla, pero la mosca no cedió. A veces se posaba sobre los papeles, otras veces volaba justo frente a sus ojos, molestándolo más y más. Su ansiedad creció con cada minuto que pasaba, y aunque intentó continuar con su trabajo, su mente no podía dejar de pensar en la mosca. Algo en ella lo inquietaba profundamente, como si estuviera siendo observada, como si estuviera siendo acosada por algo más grande que un simple insecto.
De repente, la mosca se posó sobre su brazo. Alex la miró fijamente, incapaz de moverse. La mosca se quedó allí, inmóvil, como si estuviera esperando algo. Su respiración se aceleró, y por un momento, sintió que el tiempo se detuvo. No podía apartar la vista de la mosca, que parecía tener un extraño poder sobre él.
En ese instante, escuchó una voz. Era suave al principio, casi un susurro, pero se fue haciendo más clara con cada segundo.
—Alex… —la voz era familiar, cálida, pero al mismo tiempo, tenía un tono sombrío—. Alex, ¿me has extrañado?
El corazón de Alex se detuvo. Esa voz… era la de su madre.
El terror lo envolvió. Miró alrededor, pero no vio a nadie. La mosca seguía allí, inmóvil, observándolo. La voz continuó.
—¿Te has olvidado de mí, Alex? ¿Acaso crees que puedes escapar de lo que dejaste atrás?
Alex sintió un sudor frío recorrer su espalda. Miró fijamente a la mosca, que ahora parecía más grande, más presente, como si fuera la manifestación de algo mucho más oscuro. No podía escapar. Intentó levantarse, pero sus piernas no respondían. La ansiedad lo paralizaba, y la voz de su madre seguía resonando en su mente.
—Sabías que esto iba a suceder. Sabías que no podías librarte de mí tan fácilmente, ¿verdad?
La voz era ahora más fuerte, más aterradora. Alex cerró los ojos, tratando de bloquearla, pero las palabras seguían penetrando en su mente.
Fue entonces cuando la mosca voló de nuevo. Su zumbido se convirtió en un rugido ensordecedor, y Alex cayó de rodillas, atrapado por el terror. En un último esfuerzo, levantó las manos y, con una rapidez inesperada, golpeó la mosca contra la mesa. Un grito agudo se oyó en la habitación, y por un momento, todo quedó en silencio.
Respirando con dificultad, Alex miró sus manos. La mosca estaba muerta, aplastada en el escritorio. Pero algo extraño sucedió. En lugar de sentirse aliviado, un escalofrío recorrió su cuerpo. La habitación estaba ahora más oscura que nunca, y la presencia de su madre, aunque ausente, seguía pesando sobre él.
El Decano de la universidad, que se había convertido en una figura cercana para Alex, entró en la habitación al oír el estruendo. Al verlo, se acercó preocupado.
—Alex, ¿estás bien? —preguntó con voz calmada, pero al ver el estado del aula y el miedo en los ojos de su colega, sintió una preocupación creciente.
Alex lo miró, pero no podía hablar. Todo lo que podía hacer era mirar la mosca muerta en el escritorio, que parecía como una señal de algo mucho más profundo, más oscuro.
—Creo que algo me está persiguiendo, Decano. No puedo explicarlo, pero hay algo en este lugar… algo que no me deja en paz.
El Decano miró a su alrededor, buscando algún signo de lo que Alex estaba describiendo, pero no vio nada fuera de lo común.
—Debes descansar, Alex. La mente a veces juega trucos. Ven, vamos a tu casa, te ayudaré a calmarte.
Pero Alex sabía que no era una simple ilusión. Algo más estaba sucediendo, algo que lo había estado acechando desde la muerte de su madre. La mosca, su madre, el terror… todo se estaba fusionando en su mente, y él no podía escapar de ello.
Conclusión:
A veces, los miedos más profundos no son simples productos de nuestra imaginación. En ocasiones, lo que tememos en las sombras puede ser tan real como cualquier otra cosa. Alex había intentado escapar de su pasado, pero había aprendido que, en ocasiones, los recuerdos y las presencias que intentamos olvidar, no pueden ser exorcizados tan fácilmente. La mosca, aunque simple en apariencia, representaba algo mucho más grande: la influencia del pasado, los traumas no resueltos y la constante presencia de aquello que no podemos dejar ir.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.