Había una vez un niño llamado Esteban, de once años, que vivía en un pequeño pueblo rodeado de colinas y bosques. Esteban era un chico curioso y valiente, siempre dispuesto a explorar nuevos lugares y descubrir misterios ocultos. Sus amigos solían bromear diciendo que algún día su curiosidad lo metería en problemas, pero Esteban siempre respondía con una sonrisa y un guiño.
Una fría noche de octubre, durante las vacaciones de otoño, Esteban decidió que era el momento perfecto para una nueva aventura. Había escuchado historias sobre el antiguo cementerio del pueblo, un lugar envuelto en leyendas y rumores de eventos sobrenaturales. Los adultos decían que nadie debía ir allí después del anochecer, pero Esteban, intrigado por esas historias, decidió ir a investigar por su cuenta.
Con una linterna en mano y su fiel mochila a la espalda, Esteban se dirigió hacia el cementerio justo cuando el sol comenzaba a ocultarse en el horizonte. El cielo se teñía de colores anaranjados y púrpuras, y una brisa fresca agitaba las hojas de los árboles. Mientras caminaba por el camino de grava que conducía al cementerio, una sensación de emoción y nerviosismo recorría su cuerpo.
Al llegar a la entrada del cementerio, Esteban empujó la pesada puerta de hierro forjado que rechinó al abrirse. Delante de él se extendía un paisaje sombrío, con viejas lápidas cubiertas de musgo y árboles retorcidos que proyectaban sombras inquietantes bajo la luz de la luna llena. La linterna de Esteban iluminaba su camino, revelando detalles espeluznantes como inscripciones desgastadas y estatuas de ángeles con rostros tristes.
Decidido a no dejarse intimidar, Esteban avanzó por el sendero principal, explorando cada rincón del cementerio. A medida que se adentraba más en el lugar, los sonidos del bosque nocturno se volvieron más intensos: el ulular de los búhos, el crujir de las ramas y el susurro del viento entre las hojas.
De repente, un ruido extraño llamó su atención. Provenía de una zona más alejada del cementerio, donde las tumbas parecían más antiguas y descuidadas. Con cautela, Esteban se dirigió hacia el origen del sonido, su linterna temblando ligeramente en su mano. Al llegar, descubrió una tumba abierta, con la tierra removida y una lápida rota.
—¿Qué habrá pasado aquí? —se preguntó en voz baja, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda.
Sin embargo, su curiosidad superó su miedo, y decidió investigar más de cerca. Mientras examinaba la tumba, notó algo extraño: una pequeña figura brillante que parecía moverse entre las sombras. Esteban siguió la luz, internándose aún más en el cementerio. La figura lo llevó hasta una cripta antigua, cuya puerta estaba entreabierta.
Esteban empujó la puerta con cuidado y entró en la cripta. El interior estaba oscuro y polvoriento, con estantes llenos de objetos antiguos y urnas cubiertas de telarañas. En el centro de la habitación, una luz tenue brillaba desde un cofre de madera. Con el corazón latiendo rápido, Esteban se acercó al cofre y, con manos temblorosas, lo abrió.
Dentro del cofre, encontró un antiguo diario de cuero, cuyas páginas estaban llenas de letras pequeñas y apretadas. Esteban comenzó a leer, descubriendo que el diario pertenecía a un hombre llamado Fernando, que había vivido en el pueblo hacía más de cien años. El diario relataba la historia de Fernando, un hombre obsesionado con la vida después de la muerte, que había realizado rituales oscuros en busca de la inmortalidad.
A medida que leía, Esteban sintió que la temperatura de la cripta descendía y una sensación de inquietud lo envolvía. Las últimas páginas del diario hablaban de un ritual final que Fernando había intentado, uno que había fracasado y que lo había condenado a una existencia entre el mundo de los vivos y los muertos.
De repente, la luz de la linterna comenzó a parpadear y Esteban sintió una presencia detrás de él. Se dio la vuelta rápidamente y, para su horror, vio la figura de un hombre espectral, con ojos vacíos y una expresión de desesperación. El fantasma de Fernando se materializó lentamente, extendiendo una mano hacia Esteban.
—¡Ayúdame! —susurró el fantasma con una voz ronca y débil.
Esteban, paralizado por el miedo, no sabía qué hacer. Recordó las historias de su abuela sobre cómo los fantasmas a veces necesitaban ayuda para encontrar la paz. Armándose de valor, Esteban preguntó:
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.