En una tranquila noche en la Tierra, bajo un cielo estrellado, Mely caminaba sola por un oscuro bosque, alejada del bullicio de la ciudad cercana. Mely no era una chica ordinaria; en realidad, no era humana. Su piel azulada, sus grandes ojos expresivos y su andar ligero como el de una pluma delataban su verdadera naturaleza. Mely era una alienígena, enviada desde un planeta lejano para observar a los humanos, estudiar su comportamiento y aprender todo lo posible sobre ellos. Sin embargo, a pesar de sus esfuerzos por encajar, Mely siempre se sentía fuera de lugar.
La vida en la Tierra era extraña para ella. Los humanos tenían costumbres que a menudo le resultaban incomprensibles, y aunque intentaba acercarse a ellos, rara vez lograba hacer verdaderos amigos. Pasaba la mayor parte del tiempo en soledad, explorando los rincones más apartados del mundo humano, como este bosque en el que se encontraba ahora.
El bosque estaba envuelto en una niebla tenue, y los árboles retorcidos lanzaban sombras inquietantes bajo la luz de la luna. Aunque la oscuridad que la rodeaba podría haber asustado a cualquier otro, para Mely era un refugio, un lugar donde podía ser ella misma sin tener que pretender ser algo que no era.
Mientras caminaba, escuchó un ruido extraño, un susurro que parecía venir desde las profundidades del bosque. Era un sonido que no había escuchado antes, y su curiosidad innata la llevó a seguirlo. Cuanto más se adentraba en el bosque, más fuerte se hacía el susurro, hasta que finalmente llegó a un claro donde la niebla se disipaba ligeramente.
Allí, entre los árboles, vio una figura sentada en una roca. Era un ser similar a ella, con piel verde y un aspecto algo desgastado, como si hubiera pasado mucho tiempo en ese lugar. Mely se detuvo en seco, sorprendida de encontrar a otro como ella en este planeta.
La figura levantó la vista y la miró con ojos que reflejaban tanto sorpresa como alivio.
“¿Quién eres?” preguntó Mely con cautela, aunque en el fondo sentía una extraña conexión con este desconocido.
“Me llamo Alexis,” respondió el ser, levantándose lentamente. Su voz era suave, pero había un tono de tristeza en ella. “Fui enviado aquí hace mucho tiempo, antes que tú, para cumplir una misión similar. Pero… me olvidaron. Mis superiores nunca regresaron por mí.”
Mely sintió un escalofrío recorrer su espalda. La idea de ser olvidada en un planeta extraño le resultaba aterradora, pero también sentía una profunda empatía por Alexis. Pudo ver en sus ojos la soledad que había soportado durante tanto tiempo, una soledad que ella misma conocía bien.
“Yo también me siento fuera de lugar aquí,” admitió Mely, acercándose un poco más. “Aunque trato de entender a los humanos, nunca logro encajar. Siempre estoy sola.”
Alexis asintió, como si entendiera perfectamente lo que Mely estaba sintiendo.
“Este bosque ha sido mi hogar durante años,” dijo Alexis, mirando a su alrededor. “Aquí encontré paz, pero también soledad. Hasta hoy no había visto a nadie más de nuestro planeta.”
Mely se sentó junto a Alexis en la roca, y por un momento, ambos se quedaron en silencio, escuchando el susurro del viento entre los árboles.
“¿Por qué no has intentado regresar?” preguntó Mely finalmente.
“Lo intenté,” respondió Alexis con un suspiro. “Pero perdí la comunicación con nuestra nave madre. Estoy atrapado aquí, sin forma de regresar a casa. Al principio, intenté adaptarme a la vida en la Tierra, pero después de tanto tiempo, me di cuenta de que siempre sería un extraño.”
Mely asintió. Comprendía lo que Alexis decía, y algo dentro de ella se despertó. No quería terminar como él, olvidada y sola en un planeta donde no pertenecía. Pero mientras miraba a Alexis, sintió que quizás las cosas podían ser diferentes.
“Podríamos ayudarnos mutuamente,” sugirió Mely, con una chispa de esperanza en su voz. “No tenemos que estar solos. Podríamos ser amigos, apoyarnos y encontrar la manera de vivir aquí juntos.”
Alexis la miró con una mezcla de sorpresa y gratitud. No estaba acostumbrado a que alguien se preocupara por él después de tanto tiempo solo. La idea de tener a alguien a su lado, alguien que entendiera lo que estaba pasando, le daba una nueva esperanza.
“Me gustaría eso,” dijo finalmente, con una leve sonrisa. “Nunca pensé que encontraría a alguien más como yo aquí.”
A partir de ese momento, Mely y Alexis comenzaron a pasar tiempo juntos. Cada día se encontraban en el bosque, explorando sus misterios y compartiendo historias sobre sus experiencias en la Tierra. Aunque la vida en el planeta seguía siendo difícil, la compañía de Alexis hacía que todo pareciera un poco más fácil para Mely.
Con el tiempo, Mely empezó a conocer a Alexis más a fondo. Descubrió que, a pesar de su apariencia algo ruda, era un ser amable y generoso. Alexis tenía un profundo conocimiento de la naturaleza del bosque, habiendo vivido allí tanto tiempo, y enseñó a Mely a sobrevivir en el entorno. Le mostró qué plantas eran comestibles, cómo encontrar agua limpia y cómo evitar a los peligrosos depredadores que acechaban en la oscuridad.
Mely, a su vez, compartió con Alexis su conocimiento sobre los humanos. Aunque ella misma no había logrado encajar del todo, había aprendido mucho sobre la cultura y las costumbres humanas, y ayudó a Alexis a entender mejor el mundo en el que vivían.
Con el tiempo, la relación entre Mely y Alexis se fortaleció. Aunque eran diferentes en muchos aspectos, se complementaban de una manera que ninguno de los dos había experimentado antes. Alexis, que había estado solo durante tanto tiempo, empezó a abrirse más, a confiar en Mely y a depender de ella para obtener apoyo emocional. Mely, que siempre había sentido que no pertenecía a ningún lugar, encontró en Alexis un sentido de pertenencia y propósito.
Pero a pesar de la nueva amistad, Mely no podía dejar de pensar en el hecho de que, tarde o temprano, su misión en la Tierra terminaría. ¿Qué pasaría entonces? ¿La recordarían sus superiores y la llevarían de vuelta a casa? ¿Y qué pasaría con Alexis? No podía soportar la idea de dejarlo atrás, solo una vez más.
Una noche, mientras estaban sentados junto a un pequeño fuego que habían encendido en el claro del bosque, Mely decidió hablar con Alexis sobre sus preocupaciones.
“Alexis,” comenzó, con la voz suave, “he estado pensando mucho en lo que pasará cuando termine mi misión aquí.”
Alexis levantó la vista del fuego, mirándola con seriedad. “¿Crees que te llevarán de vuelta?”
“No lo sé,” admitió Mely. “Pero si lo hacen… no quiero dejarte solo aquí.”
Alexis bajó la mirada, el dolor de la posibilidad de perder a Mely claramente visible en sus ojos. “No quiero que te vayas,” dijo finalmente. “Pero si llega ese día, quiero que sepas que entiendo. Tienes un hogar al que regresar.”
Mely sintió que se le formaba un nudo en la garganta. No quería elegir entre su hogar y su amigo, pero sabía que podría no tener otra opción. Sin embargo, en ese momento, tomó una decisión.
“Alexis,” dijo con firmeza, “si alguna vez me llevan de vuelta, te prometo que encontraré la manera de regresar por ti. No importa lo que tenga que hacer, te encontraré y te llevaré a casa conmigo. Nunca más estarás solo.”
Alexis la miró, sorprendido por la determinación en sus palabras. Sabía que las promesas eran difíciles de cumplir, especialmente en circunstancias tan inciertas, pero había algo en la voz de Mely que le hizo creer en ella.
“Gracias,” dijo, con una sonrisa que, aunque pequeña, estaba llena de gratitud. “Significa mucho para mí.”
Desde ese día, la promesa de Mely se convirtió en una fuerza que la impulsaba a seguir adelante, a pesar de los desafíos que enfrentaban en la Tierra. Juntos, Mely y Alexis continuaron explorando el bosque, enfrentándose a los peligros que encontraban y fortaleciendo su amistad con cada día que pasaba.
El bosque, que antes había sido un lugar oscuro y solitario, comenzó a sentirse como un verdadero hogar para ambos. Los árboles retorcidos y la niebla espesa ya no parecían tan amenazantes, y las luces que brillaban en la distancia ahora les recordaban los momentos que compartían, en lugar de los miedos que una vez tuvieron.
Mely empezó a darse cuenta de que, aunque su misión original en la Tierra había sido observar y aprender de los humanos, había encontrado algo mucho más valioso: una verdadera amistad. Y aunque no sabía lo que el futuro le depararía, estaba segura de que haría todo lo posible para proteger esa amistad, sin importar lo que sucediera.
Los días se convirtieron en semanas, y las semanas en meses. Mely y Alexis se convirtieron en compañeros inseparables, enfrentando juntos cada nuevo desafío que la Tierra les presentaba. Su vínculo se fortaleció tanto que Mely comenzó a pensar en la Tierra como su verdadero hogar, no por el planeta en sí, sino por la compañía de Alexis.
Pero el destino tenía otros planes para ellos. Una noche, mientras dormían bajo las estrellas, un resplandor brillante llenó el cielo. Mely despertó de golpe, sabiendo inmediatamente lo que significaba. La nave madre había regresado para llevarla de vuelta a casa.
Se levantó de un salto, mirando hacia el cielo con el corazón latiendo rápidamente. Alexis, también despertado por la luz, se puso de pie a su lado, mirando con una mezcla de miedo y resignación.
“Es la nave,” dijo Mely en voz baja. “Han venido por mí.”
Alexis no dijo nada, pero Mely pudo ver el dolor en sus ojos. Sabía que este momento llegaría, pero no estaba preparada para enfrentarlo.
“Recuerda tu promesa,” dijo Alexis finalmente, su voz apenas un susurro.
Mely asintió, con lágrimas en los ojos. “Lo haré,” prometió. “Volveré por ti, lo juro.”
La luz en el cielo se hizo más brillante, y Mely sintió una fuerza invisible tirando de ella hacia arriba. Sabía que era hora de irse, pero cada fibra de su ser se resistía a dejar a Alexis atrás.
“Te encontraré,” dijo una vez más, antes de ser arrastrada hacia el cielo, hacia la nave que la llevaría de regreso a su planeta natal.
Alexis se quedó en el claro del bosque, mirando cómo la luz se desvanecía en la distancia. Sabía que Mely había hecho todo lo posible para quedarse, pero el destino había decidido separarlos. Sin embargo, en lo más profundo de su corazón, confiaba en que Mely cumpliría su promesa.
El tiempo pasó lentamente para Alexis. Los días se volvieron semanas, y las semanas meses. A menudo se encontraba mirando hacia el cielo nocturno, esperando ver un destello de luz, una señal de que Mely estaba regresando por él. La soledad que había sentido antes de conocer a Mely comenzó a regresar, pero esta vez, estaba acompañada de una profunda esperanza, una esperanza que se aferraba a la promesa que Mely le había hecho.
Y entonces, una noche, mientras Alexis estaba sentado en la roca donde había conocido a Mely, vio algo en el cielo que hizo que su corazón se acelerara. Una luz brillante apareció en el horizonte, acercándose rápidamente hacia él. Su corazón latía con fuerza mientras se levantaba, incapaz de creer lo que estaba viendo.
La luz se detuvo justo sobre el claro, y de ella emergió una figura que Alexis reconoció al instante. Mely había regresado.
“Te lo dije,” dijo Mely, sonriendo mientras descendía hacia el suelo. “Te prometí que volvería, y aquí estoy.”
Alexis corrió hacia ella, abrazándola con fuerza. Nunca había estado tan feliz de ver a alguien en toda su vida. Mely había cumplido su promesa, y ahora estaban juntos de nuevo, listos para enfrentar cualquier cosa que el futuro les deparara.
“Ahora, es tiempo de que vengas conmigo,” dijo Mely, mirando a Alexis con determinación. “Te llevaré a casa.”
Alexis asintió, tomando la mano de Mely mientras miraban hacia la nave que los esperaba. Sabía que, con Mely a su lado, todo era posible. Juntos, se dirigieron hacia la luz, listos para comenzar una nueva aventura, pero esta vez, lo harían juntos, sin miedo ni soledad.
Y así, Mely y Alexis, dos almas perdidas en un planeta lejano, encontraron en su amistad la fuerza para superar cualquier obstáculo. Habían hecho una promesa, y la habían cumplido, demostrando que, a pesar de la distancia, el tiempo y las dificultades, la verdadera amistad siempre encuentra la manera de prevalecer.
Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.