Era una noche fría, y Juan estaba sentado en su cama, mirando la ventana como si esperara encontrar una respuesta en la oscuridad del cielo. El silencio en su habitación era profundo, roto solo por el sonido de su respiración. Las sombras en las paredes parecían moverse con vida propia, pero Juan ya no les prestaba atención. Se había acostumbrado a la soledad, al vacío, y a esa sensación constante de no pertenecer a ningún lado.
Durante los últimos meses, todo en su vida había comenzado a perder sentido. Las cosas que antes disfrutaba ahora le parecían pesadas, como si estuviera atrapado en una rutina interminable. Se sentía cansado, agotado de luchar contra la tristeza que lo envolvía como una niebla densa. Las palabras de consuelo de sus amigos y familiares rebotaban en él sin dejar huella, como si estuviera encerrado en una burbuja que nadie podía atravesar.
«¿Qué sentido tiene seguir así?» pensaba Juan, sin poder encontrar una respuesta que lo convenciera. Su mente era un torbellino de pensamientos oscuros, y cada día que pasaba, la idea de rendirse se hacía más fuerte. A veces deseaba desaparecer, que todo ese peso se evaporara de su vida. Sentía que nadie podía entenderlo, y aunque lo intentaba, ya no quería cargar con esa tristeza abrumadora.
Esa noche, mientras el reloj marcaba las 2:00 AM, algo cambió. En medio de sus pensamientos oscuros, escuchó algo. Era un susurro, suave, pero lo suficientemente claro como para sacarlo de su ensimismamiento.
«Juan…» dijo la voz, como un eco en su cabeza.
Se incorporó en la cama, mirando a su alrededor, pero no había nadie en la habitación. El susurro continuó, esta vez más claro.
«Juan… no estás solo», repetía la voz, envolviéndolo con una calma extraña.
Por un momento, Juan pensó que se estaba volviendo loco. ¿Cómo podía haber escuchado una voz si estaba solo? Pero no era una voz externa. Venía de su mente, desde lo más profundo, de un rincón que nunca había notado. Una parte de él que, hasta ese momento, había estado dormida.
«¿Quién eres?» preguntó en voz alta, sin esperar una respuesta. Pero la voz contestó.
«Soy la parte de ti que ha estado esperando. La parte que nunca se ha rendido», respondió la voz con suavidad. «Estoy aquí para recordarte que hay algo más allá de la oscuridad.»
Juan no supo qué decir. Durante meses había sentido que no tenía a nadie, que estaba completamente solo en su batalla contra la depresión. Pero ahora, esa voz… aunque extraña, le traía una sensación de calma, como si una pequeña luz se encendiera en el túnel en el que había estado perdido.
«¿Por qué debería seguir?» preguntó Juan, su voz temblorosa. «Todo parece tan vacío…»
La voz se mantuvo en silencio por un momento, como si reflexionara sobre su respuesta. Luego, con una calidez que Juan no había sentido en mucho tiempo, le dijo: «Porque dentro de ti aún hay algo que quiere luchar. Cada día que te levantas, es una pequeña victoria, aunque no lo veas. La oscuridad siempre parece interminable, pero incluso en la noche más larga, el sol siempre vuelve a salir.»
Las palabras resonaron en la mente de Juan. Había estado tan centrado en su dolor, en su tristeza, que había olvidado que aún estaba aquí. Que, a pesar de todo, seguía vivo.
«Pero… no sé si soy lo suficientemente fuerte», murmuró.
«Ser fuerte no significa no sentir miedo o tristeza», respondió la voz. «Ser fuerte es seguir adelante, incluso cuando todo parece perdido. Y tú has sido fuerte, Juan. Has llegado hasta aquí, y eso ya es una prueba de tu fortaleza.»
Juan se quedó en silencio. Las lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas, pero no eran solo de tristeza. Eran lágrimas de alivio, de sentir que, por primera vez en mucho tiempo, alguien —aunque fuera una parte de sí mismo— lo comprendía de verdad.
«¿Y qué hago ahora?» preguntó, aún inseguro.
«Un paso a la vez», respondió la voz. «No tienes que tener todas las respuestas hoy. Solo sigue adelante. Busca esas pequeñas cosas que te dan luz, por pequeñas que sean. Y cuando te sientas perdido, recuerda que yo siempre estaré aquí. Dentro de ti. Nunca estarás solo.»
Juan asintió, aunque la voz no pudiera verlo. Se recostó en su cama nuevamente, sintiendo una paz que no había sentido en mucho tiempo. Sabía que la batalla no estaba ganada, que habría días en los que la oscuridad volvería a acechar. Pero ahora tenía algo que antes no tenía: una voz, una fuerza interior que lo ayudaría a levantarse, una y otra vez.
Cerró los ojos y, por primera vez en mucho tiempo, el sueño lo envolvió de manera suave, sin el peso de la tristeza que solía acompañarlo. Mientras caía en un sueño profundo, la voz susurró una última vez.
«Siempre habrá esperanza… mientras sigas luchando.»
Y así, en medio de la oscuridad, Juan encontró un motivo para seguir adelante.
Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.