Cuentos de Terror

Los Ecos del Bosque Encantado

Lectura para 10 años

Tiempo de lectura: 4 minutos

Español

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Era una noche oscura y fría cuando José, Denis, Alejandro y Monserrat decidieron aventurarse en el misterioso Bosque de los Susurros. Habían escuchado historias sobre ese lugar, donde decían que los árboles hablaban y que sombras sin rostro caminaban entre la niebla. Pero los cuatro amigos, llenos de curiosidad y valentía, querían descubrir la verdad por sí mismos.

El bosque estaba cerca de su pequeño pueblo, un lugar donde todos se conocían y las leyendas se contaban como advertencias para mantener a los niños lejos de peligros. Sin embargo, esa noche, la luna llena iluminaba el camino, y los amigos, armados con linternas y mochilas llenas de provisiones, se adentraron entre los árboles retorcidos y las sombras alargadas.

Mientras caminaban, el ambiente se volvía cada vez más extraño. Los árboles parecían susurrar palabras incomprensibles, y el viento frío acariciaba sus rostros como si fuera una mano invisible. José, el mayor del grupo, trató de mantener la calma y liderar el camino, aunque su corazón latía rápido. Denis, siempre curioso y con una mente lógica, intentaba encontrar explicaciones racionales para cada ruido extraño. Alejandro, un poco más miedoso, se aferraba a su linterna, mientras que Monserrat, la más valiente y optimista, animaba a sus amigos a seguir adelante.

De repente, una niebla espesa comenzó a rodearlos, y los susurros se hicieron más fuertes. Parecía que los árboles querían contarles algo, una historia oculta entre las hojas y ramas. «¿Escuchan eso?» preguntó Monserrat, deteniéndose un momento. «Parece que alguien está tratando de decirnos algo».

«Es solo el viento», respondió Denis, aunque su voz sonaba menos segura que de costumbre.

«Debemos seguir», dijo José, tratando de mantener a todos unidos. «No nos separemos».

Pero la niebla era engañosa y, en un abrir y cerrar de ojos, Alejandro desapareció de su vista. «¡Alejandro!» gritó José, pero no hubo respuesta. El pánico comenzó a apoderarse de ellos. Denis intentó usar su lógica para encontrar a su amigo, pero la niebla era densa y el bosque parecía un laberinto sin salida.

Monserrat, sin perder la esperanza, sugirió que se quedaran juntos y buscaran alguna señal de Alejandro. Mientras caminaban, los susurros se convirtieron en voces más claras. «Ayúdennos… libérennos…», decían.

Los tres amigos se miraron entre sí, sin saber qué hacer. Finalmente, decidieron seguir las voces, esperando que los llevaran a Alejandro. El camino se volvió más oscuro y sinuoso, y la sensación de ser observados se hacía cada vez más intensa. A lo lejos, vieron una luz tenue y comenzaron a correr hacia ella.

Cuando llegaron, se encontraron con una antigua cabaña abandonada. La puerta estaba entreabierta y, dentro, se veía una luz parpadeante. «Tal vez Alejandro esté ahí», dijo Monserrat, avanzando con cautela.

Entraron a la cabaña y encontraron a Alejandro, parado en el centro de la habitación, rodeado de figuras espectrales. «¡Alejandro!» exclamó José, corriendo hacia él.

Pero algo estaba mal. Alejandro no se movía, y su mirada era vacía. Las figuras espectrales comenzaron a hablar. «Somos las almas de aquellos que se han perdido en el bosque», dijeron. «Estamos atrapados aquí por la deshumanización de aquellos que olvidaron cómo escuchar».

José, Denis y Monserrat se dieron cuenta de que el bosque no solo estaba lleno de historias, sino también de almas atrapadas por el olvido y la indiferencia de la sociedad. «¿Cómo podemos ayudarlos?» preguntó Monserrat, sintiendo la desesperación de las almas.

«Debemos recordar cómo escuchar», respondió una de las figuras. «Debemos reconectar con nuestra humanidad».

Los amigos se miraron y comprendieron que su misión no solo era rescatar a Alejandro, sino también devolver la humanidad a aquellas almas perdidas. Se tomaron de las manos y cerraron los ojos, escuchando los susurros del bosque, no con miedo, sino con compasión y empatía. Poco a poco, las voces se hicieron más claras, y las figuras espectrales comenzaron a desvanecerse.

Cuando abrieron los ojos, Alejandro estaba de pie frente a ellos, sonriendo. «Gracias», dijo. «Lo logramos».

Los cuatro amigos salieron de la cabaña, y la niebla comenzó a despejarse. El bosque ya no parecía tan oscuro y ominoso. Los árboles susurraban palabras de agradecimiento y esperanza. José, Denis, Alejandro y Monserrat sabían que habían aprendido una lección invaluable: la importancia de la empatía y la conexión humana en un mundo que a menudo olvida escuchar.

Al regresar a su pueblo, contaron su historia y, aunque muchos no les creyeron, ellos sabían la verdad. Desde ese día, se comprometieron a mantener viva la humanidad en sus corazones y a enseñar a otros a hacer lo mismo.

Así, el Bosque de los Susurros dejó de ser un lugar de miedo y se convirtió en un recordatorio de la importancia de escuchar y cuidar a los demás, asegurándose de que nadie más se perdiera en la deshumanización de la sociedad. Y los cuatro amigos, unidos por su aventura, siguieron explorando juntos, sabiendo que, mientras se tuvieran unos a otros, siempre encontrarían el camino de regreso a casa.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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