Caperucita Roja era una influencer famosa que compartía su vida en las redes sociales. Cada día, sonreía para sus selfies y contaba a sus seguidores sobre su rutina, sus sueños y sus aventuras. Vivía en un entorno moderno, lleno de luces y tecnología, y aspiraba a ser aún más famosa. A sus seguidores les encantaba cuando mostraba el camino que tomaba para visitar a su abuela, quien vivía en un pueblo alejado. Sin saberlo, alguien la observaba de cerca.
Era el Lobo, un hombre peludo y de aspecto inquietante. En las redes sociales, se hacía pasar por alguien inofensivo, pero en realidad, era un stalker que se obsesionaba con las chicas que seguía. Al ver las historias de Caperucita, su mente retorcida comenzó a idear un plan para acercarse a ella. Cada vez que Caperucita publicaba algo nuevo, el Lobo se frotaba las manos, emocionado por lo que tenía en mente.
Una tarde, después de un día lleno de selfies y publicaciones, Caperucita decidió volver a casa de su abuela. “Hoy haré una historia en vivo mientras camino por el bosque”, anunció a sus seguidores. Con la cámara de su teléfono en mano, comenzó su recorrido, sin saber que el Lobo la seguía atentamente.
Mientras caminaba por el sendero del bosque, Caperucita comenzó a sentirse observada. “Hola a todos, me siento un poco rara hoy, como si alguien me mirara”, comentó, riendo nerviosamente. Sus seguidores dejaron comentarios de apoyo, pero ninguno parecía notar la inquietud en su voz.
Al llegar a casa de su abuela, Caperucita no se dio cuenta de que el Lobo había hecho un trato con la abuela. Ella, atraída por la promesa de millones de dólares, había aceptado ayudar al Lobo a entrar en la casa. “Tú solo dile que me dejas pasar”, había dicho el Lobo, mientras contaba billetes en su mano. La abuela, deslumbrada por el dinero, asintió sin pensarlo dos veces.
Mientras tanto, el Cazador, un gran fan de Caperucita, observaba sus historias. Se había dado cuenta de la situación extraña y peligrosa en la que se encontraba. Un día, mientras navegaba por las publicaciones, vio al Lobo entregándole el dinero a la abuela. Su corazón se detuvo por un instante. Sabía que debía actuar.
“Caperucita, no vayas a la casa de tu abuela”, le envió un mensaje directo, con la preocupación estampada en su rostro. Pero Caperucita, confiando en su abuela, ignoró la advertencia. “No creo que mi abuela haga algo malo”, respondió con despreocupación, convencida de que el amor familiar lo podía todo.
Esa noche, mientras Caperucita regresaba a casa, el Lobo la acechaba en la oscuridad del bosque. Cada paso que daba resonaba en la quietud, y el viento susurraba advertencias que ella no escuchaba. De repente, un escalofrío recorrió su espalda. Sintió que el peligro estaba cerca.
A medida que se acercaba a la casa de su abuela, el Lobo se lanzó sobre ella. Caperucita no tuvo tiempo de gritar. El mundo a su alrededor se volvió un caos. Cuando finalmente todo se detuvo, se encontró en un lugar oscuro, sintiendo la presión del horror a su alrededor.
En la casa de la abuela, el Cazador había seguido a Caperucita a distancia. Cuando llegó, encontró la puerta entreabierta y un silencio inquietante. “¡Caperucita!”, llamó, pero no obtuvo respuesta. Sus instintos le decían que algo andaba mal. Al entrar, vio la habitación desordenada y un rastro de sangre en el suelo. Su corazón se aceleró. Tenía que actuar rápido.
Mientras tanto, Caperucita despertó aturdida en un almacén abandonado, rodeada de oscuridad. Su mente intentaba recordar cómo había llegado allí. El Lobo había cumplido su plan, pero no había anticipado la llegada del Cazador. Luchando por liberarse, Caperucita se dio cuenta de que debía encontrar una manera de escapar.
En ese momento, el Cazador entró al almacén, su presencia iluminando la penumbra. “Caperucita, estoy aquí para rescatarte”, dijo con determinación. Con movimientos rápidos, desató las cuerdas que la mantenían prisionera. “El Lobo no puede hacerte daño más”, prometió.
Pero el Lobo no se daría por vencido tan fácilmente. Enfurecido, apareció de las sombras. “¡Nadie se interpone en mi camino!”, gritó, mostrando su furia. Sin embargo, el Cazador, armado con su valentía, se interpuso entre Caperucita y el peligro.
“Déjala en paz”, le advirtió, mientras se preparaba para enfrentarlo. Caperucita, aunque asustada, sintió un rayo de esperanza al ver a su salvador. La lucha que siguió fue feroz, pero el coraje del Cazador prevaleció. Logró desarmar al Lobo, quien finalmente fue detenido.
La abuela, que había estado observando en silencio, se dio cuenta de la magnitud de su traición. “Me he dejado llevar por el dinero, pero ahora veo que he puesto en peligro a mi familia”, se lamentó, sintiéndose culpable. “Nunca debí haber hecho un trato con él”.
Caperucita y el Cazador se abrazaron, aliviados de haber sobrevivido a la pesadilla. “Gracias por salvarme”, dijo Caperucita, con lágrimas en los ojos. “Aprendí que no siempre se puede confiar, incluso en aquellos que parecen familiares”.
Con el Lobo fuera de su camino, Caperucita y el Cazador regresaron a casa. La experiencia les había dejado una lección valiosa sobre la confianza, la valentía y la importancia de estar atentos a los peligros que acechan, incluso en los lugares más familiares.
Esa noche, Caperucita se sentó frente a su computadora y compartió su historia con sus seguidores. “Hoy aprendí que la verdadera valentía está en protegerse y proteger a quienes amamos”, escribió, mientras sus seguidores comentaban y compartían su experiencia.
Así, Caperucita Roja se convirtió en una voz de advertencia para otros, demostrando que, a pesar de los peligros del mundo moderno, el amor y la amistad siempre prevalecerían.
Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.