Lucas, Alice y Rose eran tres amigos inseparables que vivían en un pequeño pueblo rodeado de grandes bosques. A pesar de que eran muy diferentes entre sí, disfrutaban de hacer cosas juntos, especialmente las aventuras. Una de esas tardes, mientras exploraban un sendero poco transitado en el bosque, encontraron una cueva oculta tras unos matorrales. Con el corazón latiendo de emoción, decidieron entrar a investigar.
La cueva era oscura y profunda, y a medida que avanzaban, la luz del sol se desvanecía. Llevaban consigo linternas que iluminaban las paredes de piedra, revelando extrañas marcas y símbolos. «Esto parece un lugar antiguo», dijo Alice, quien siempre había tenido fascinación por la historia. Lucas, el más valiente del grupo, se adelantó un poco más, mientras Rose, un poco temerosa, los seguía de cerca.
De repente, escucharon un eco que reverberaba en la cueva. «¿Lo oyeron?», preguntó Rose, con la voz temblorosa. «Seguro que fue solo el viento», respondió Lucas con confianza. Pero su voz también temblaba un poco.
Continuaron caminando y, de pronto, encontraron una sala amplia en el interior de la cueva. Allí, se dieron cuenta de que había un antiguo mural pintado en la pared. Las imágenes presentaban escalofriantes demonios y símbolos extraños. “Esto es increíble”, exclamó Alice. “Pero también muy raro. Me da un poco de miedo.”
En ese momento, un murmullo comenzó a sonar en la cueva. Parecía un susurro lejano, pero se hacía cada vez más fuerte. «Creo que deberíamos salir de aquí», sugirió Rose, sintiendo que su instinto la advertía de algo peligroso. «No, espera», dijo Lucas. «Vamos a descubrir de dónde viene ese sonido».
Sin saber lo que les esperaba, se acercaron a una esquina oscura de la sala. Fue entonces cuando encontraron un pequeño objeto entre las piedras. Se trataba de un viejo pincel cubierto de polvo y moho. Al instante, el murmullo se detuvo y, de repente, un destello de luz iluminó la cueva. Los tres amigos se miraron, asombrados y a la vez atemorizados.
«¿Qué acaba de pasar?», preguntó Rose con los ojos bien abiertos. “No lo sé, pero creo que deberíamos regresar”, insistió Alice. Lucas, sin embargo, estaba decidido a explorar más. “Este pincel podría ser especial. Imagina lo que podría crear”.
Con una mezcla de valentía y curiosidad, Lucas decidió usar el pincel para pintar un pequeño dibujo en la pared. Lo sumergió en un charco de agua que había en el suelo y empezó a trazar líneas. A cada pincelada, el mural fue cobrando vida. Las figuras se movían, y un aire oscuro y misterioso llenó el lugar. Los amigos quedaron paralizados al ver cómo un demonio del mural parecía cobrar vida lentamente.
Cuando la figura finalmente salió del mural, se dio cuenta de que tenía forma humana, pero con una mirada aterradora. Era un espíritu atrapado entre dos mundos: el de los vivos y el de los muertos. “Libérame”, dijo el espíritu con una voz escalofriante. “Sólo necesitas terminar lo que comenzaste”.
«¿Qué quieres decir?», preguntó Lucas, sintiendo cómo sus piernas temblaban. «Debes completar el mural», respondió el espíritu. «De lo contrario, me quedaré aquí para siempre, cubierto por el dolor de no poder salir».
Los amigos se miraron, dándose cuenta de que estaban en medio de algo más grande de lo que esperaban. «No podemos hacer esto», murmuró Rose. “Si lo hacemos, podríamos liberar un mal. Nunca se sabe lo que podría pasar”.
Pero Lucas se sentía responsable por haber comenzado esto. “Si no lo hacemos, podría quedar atrapado eternamente. Y si realmente es un alma perdida, necesitamos ayudarlo”. Dándole un vistazo decidido, tomó el pincel y continuó pintando, decidido a acabar lo que había comenzado.
Alice, con un sentimiento de inquietud, se unió a él. “Si lo hacemos, lo haremos juntos”, dijo. Rose, aunque dubitativa, asintió y comenzó a trazar líneas junto a sus amigos. ¡Qué horrible idea! pensó. Pero algo en su interior le decía que tenían que terminar lo que habían empezado.
Mientras pintaban, la cueva comenzó a temblar suavemente, como si algo se estuviera despertando. Y cuando culminaron el mural con un último toque, el espíritu comenzó a elevarse. «¡Gracias!», gritó, con una sonrisa que brillaba incluso en la oscuridad. “He esperado tanto tiempo por esto”. Con una ráfaga de luz intensa, el espíritu desvaneció, llevándose consigo todas las sombras y dejando un resplandor brillante en la cueva.
Todo lo que era oscuro se iluminó, revelando que la cueva era en realidad un lugar de belleza oculta, repleto de colores vibrantes y un aire fresco y agradable. La amistad de Lucas, Alice y Rose había permitido que aquello sucediera. El mural, ahora completo, era todo un símbolo de redención y esperanza.
Sin embargo, sintieron que algo había cambiado. Aquel sitio ya no era solo una cueva, sino un espacio en el que había honrado una historia. “Nunca olvidaremos esto”, dijo Lucas, sonriendo a sus amigos.
«Sí, y hemos aprendido una valiosa lección», agregó Alice. «A veces, hay que enfrentarse a lo desconocido y ayudar a quienes lo necesitan». Rose asintió, sintiendo que, aunque había tenido miedo, había ganado mucho más al hacerlo.
Con un último vistazo a su creación, salieron de la cueva, llevando consigo la historia del espíritu liberado y la bondad que lograron hacer en un lugar que parecía, al principio, aterrador. A partir de esa aventura, sabían que, juntos, podían enfrentar cualquier cosa y que incluso en la oscuridad, podían encontrar la luz del entendimiento y la amistad.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.