Érase una vez un niño de seis años llamado Adam. Adam tenía el pelo corto y ondulado y siempre llevaba una sonrisa en su cara. Vivía en una casita en las afueras de un pequeño pueblo, rodeado de vastos campos y cielos azules que se extendían como un gran lienzo. Pero lo más especial para Adam no era el paisaje, sino su querido perrito Yaky, un compañero juguetón y fiel con pelaje claro y ojos chispeantes.
Un cálido día de verano, Adam decidió que era el momento perfecto para una aventura en el campo con Yaky. Llenaron una pequeña mochila con agua, algunos bocadillos, y su juguete favorito: una pelota roja. Con todo listo, madre de Adam les despidió desde la puerta, recordándoles jugar con cuidado y volver antes de que oscureciera.
Caminaron bajo el sol, riendo y corriendo juntos, mientras Yaky intentaba atrapar mariposas y saltaba tras la pelota que Adam lanzaba. Después de un rato, llegaron a un lugar que Adam consideraba mágico, una pequeña colina desde donde se podía ver todo el valle. Se sentaron a descansar y disfrutar de la vista, compartiendo una manzana mientras la brisa veraniega les refrescaba.
De pronto, Yaky, con su agudo sentido del olfato, comenzó a inquietarse. Adam notó que su amigo peludo olfateaba el aire con preocupación y seguía mirando hacia el otro lado de la colina. Decidido a averiguar qué molestaba a Yaky, Adam lo siguió hasta la cima de la colina, donde un panorama alarmante se desplegó ante ellos.
Desde su punto alto, vieron humo elevándose a lo lejos. Un incendio estaba comenzando en una parte del campo, probablemente causado por las altas temperaturas y la sequía reciente. Adam recordó las lecciones de su escuela sobre la naturaleza y sabía que tenían que actuar rápido para evitar que el fuego se extendiera.
Recordando las medidas de seguridad en caso de incendio, Adam guió a Yaky de vuelta al camino principal, marcando con piedras y ramas un sendero seguro para que los bomberos pudieran llegar al lugar del incendio más rápidamente. A medida que avanzaban, Adam usó su botella de agua para mojar algunas áreas pequeñas y secas que podrían encenderse fácilmente, mientras Yaky ladraba y corría de un lado a otro, asegurándose de que no se acercaran llamas.
Cuando llegaron al pueblo, Adam, con la ayuda de Yaky, alertó al cuerpo de bomberos local. Los bomberos, impresionados con la astucia y valentía del joven y su perro, se movilizaron rápidamente hacia el lugar que Adam había marcado.
El fuego fue controlado antes de que pudiera causar un daño mayor, gracias a la rápida actuación de Adam y Yaky. Los bomberos y vecinos del pueblo celebraron la valentía de ambos, y esa noche, en la plaza del pueblo, el alcalde les entregó una medalla de honor, nombrándolos «Héroes del Medio Ambiente».
Adam y Yaky regresaron a casa, felices y orgullosos, sabiendo que habían hecho algo muy importante. Esa noche, antes de dormir, Adam abrazó a Yaky y le susurró al oído: «Juntos podemos hacer grandes cosas».
Y así, Adam y Yaky se durmieron, soñando con nuevas aventuras y recordando que, no importa cuán pequeño seas, siempre puedes hacer una diferencia en el mundo.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.