Cuentos de Valores

El Maíz Mágico de Felipa

Lectura para 8 años

Tiempo de lectura: 5 minutos

Español

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En un rincón muy especial del bosque, donde los árboles susurraban secretos antiguos y las flores bailaban al ritmo del viento, vivía una pequeña ratoncita llamada Felipa. Felipa era conocida por su curiosidad insaciable y su espíritu aventurero, siempre explorando rincones del bosque que incluso los animales más viejos apenas recordaban.

Un día, mientras Felipa rebuscaba entre las hojas caídas en busca de semillas para el invierno, encontró algo extraordinario. Era un grano de maíz, pero no uno cualquiera. Este grano era del tamaño de una bellota, brillante y dorado, como si el mismo sol hubiera decidido regalarle un pedazo de su luz.

Maravillada, Felipa supo de inmediato que este grano de maíz no era para comer, al menos no todavía. Decidió que lo sembraría para ver qué tipo de maíz podría crecer de un grano tan especial. Con entusiasmo, comenzó a buscar el lugar perfecto en el bosque para plantarlo.

Después de mucho deliberar, eligió un pequeño claro iluminado por rayos de sol, donde la tierra parecía rica y fértil. Pero cavar un hueco adecuado para el grano era tarea difícil para una ratoncita tan pequeña. Así que Felipa decidió pedir ayuda a sus amigos del bosque.

Primero, fue a ver a Teo, el tejón, quien era conocido por su habilidad para cavar. Pero Teo estaba muy ocupado preparando su madriguera para el invierno y le dijo a Felipa que no tenía tiempo para ayudar. Desilusionada pero no desanimada, Felipa fue entonces a buscar a Lila, la liebre, quien también declinó ayudar porque estaba en medio de una carrera con sus amigos.

Finalmente, Felipa se encontró con Dori, la rana, que estaba saltando cerca del lago. Cuando Felipa le explicó su situación y le mostró el grano de maíz, Dori no dudó en ofrecer su ayuda. Con un par de saltos potentes, Dori cavó un pequeño hoyo perfecto para el grano.

Felipa plantó el grano con cuidado, cubriéndolo con tierra suavemente, y juntas, ella y Dori regaron el suelo con agua del lago cercano. Cada día, Felipa y Dori visitaban el lugar, cuidando de que no faltara agua y que las malas hierbas no impidieran que el maíz creciera.

Contra todo pronóstico, el grano comenzó a brotar, primero con timidez y luego con vigor, hasta que un tallo fuerte y verde rompió la tierra. Día tras día, el tallo crecía, alcanzando alturas que Felipa nunca había imaginado. No pasó mucho tiempo antes de que la planta de maíz superara a Felipa en altura, luego a Dori, y finalmente incluso a los árboles más pequeños del bosque.

La noticia del maíz mágico de Felipa se extendió por todo el bosque y muchos animales vinieron a verlo, maravillados por su tamaño. Felipa se sentía orgullosa de su planta y feliz de haber tenido a Dori a su lado durante todo el proceso.

Cuando el maíz estuvo maduro, era tan grande que una sola mazorca podría alimentar a todo el bosque. Felipa, recordando las enseñanzas de su abuela, decidió que haría un gran pastel de maíz para celebrar la cosecha. Pero sabía que hacer un pastel tan grande sería difícil sola, así que nuevamente pidió ayuda.

Sin embargo, esta vez, todos los animales que habían rechazado ayudar antes estaban más que dispuestos a hacerlo, esperando poder compartir el delicioso pastel de maíz. Pero Felipa, con una sabiduría que superaba su pequeño tamaño, decidió que solo compartiría su pastel con aquellos que la habían ayudado cuando más lo necesitaba.

Así, cuando el pastel estuvo listo, grande y dorado como el grano original, Felipa lo compartió únicamente con Dori. Los otros animales miraban con envidia y admiración no solo por el pastel, sino por la amistad verdadera y leal entre la ratoncita y la rana.

Desde ese día, Felipa y Dori fueron conocidas no solo como las cultivadoras del maíz mágico, sino también como un ejemplo de lo que significa ser un verdadero amigo. Y los animales del bosque aprendieron una lección valiosa sobre la ayuda y la gratitud, una lección que, al igual que el grano de maíz, había crecido para dar frutos más grandes de lo que cualquiera podría haber imaginado.

Y así, con cada nueva cosecha y cada pastel compartido, el vínculo entre Felipa y Dori se fortalecía, recordando a todos en el bosque que las verdaderas amistades son las que florecen en los momentos de necesidad y que los actos de bondad y cooperación siempre dan los frutos más dulces.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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