Había una vez un niño llamado Abraham, quien vivía en una pequeña comunidad indígena en las montañas. Abraham era un niño inteligente y amable, y siempre tenía una sonrisa en su rostro. Sin embargo, su familia enfrentaba dificultades económicas, y sus padres decidieron mudarse a la ciudad en busca de trabajo.
La ciudad era un lugar completamente diferente para Abraham. Todo era nuevo y desconocido. Lo primero que notó fue la gran cantidad de personas y la prisa constante. Se sintió un poco abrumado, pero sabía que era importante para su familia.
Abraham fue inscrito en una escuela de la ciudad, donde se destacó por su buen promedio académico. Sin embargo, no todos los compañeros de clase lo recibieron con los brazos abiertos. Dos de sus compañeros, Agustín y Elena, comenzaron a burlarse de él debido a su piel morena y su acento al hablar.
Agustín y Elena se burlaban de Abraham en el recreo y durante las clases. Le decían nombres hirientes y se reían de sus costumbres indígenas. Abraham se sentía triste y solo, y anhelaba tener amigos con quienes compartir su tiempo en la nueva ciudad.
Un día, mientras Abraham estaba sentado solo en el patio de la escuela, dos niños se acercaron a él. Eran Alan y Andrea, quienes habían estado observando la situación desde lejos. Alan y Andrea eran diferentes a Agustín y Elena. Eran amables, comprensivos y no juzgaban a Abraham por su apariencia o su acento.
Alan y Andrea se presentaron a Abraham y le ofrecieron su amistad. Juntos, comenzaron a pasar tiempo en la escuela y a hacer actividades después de clases. Abraham se sintió agradecido por haber encontrado amigos tan amables en medio de la adversidad.
A medida que pasaba el tiempo, la amistad entre Abraham, Alan y Andrea se fortaleció. Compartían sus intereses, ayudaban a Abraham a mejorar su español y aprendieron sobre la rica cultura indígena de Abraham. Abraham, por su parte, les enseñó palabras y frases en su lengua indígena, compartiendo una parte importante de su herencia.
Con el tiempo, Agustín y Elena comenzaron a darse cuenta de que estaban perdiendo a sus compañeros de clase debido a su comportamiento cruel. Se sintieron solos y arrepentidos por su maltrato hacia Abraham. Decidieron cambiar su actitud y tratar de hacer las paces con él.
Agustín y Elena se disculparon sinceramente con Abraham y le pidieron que les diera una oportunidad para ser amigos. Abraham, que era una persona comprensiva, aceptó sus disculpas y les dio una segunda oportunidad. A medida que pasaba el tiempo, Agustín y Elena comenzaron a aprender más sobre la cultura indígena y apreciaron la diversidad.
La historia de Abraham y sus amigos se convirtió en un ejemplo en la escuela. La tolerancia y la amistad habían triunfado sobre la intolerancia y la discriminación. Juntos, Abraham, Alan, Andrea, Agustín y Elena demostraron que la verdadera amistad no conocía fronteras ni prejuicios.
Conclusión:
En esta historia, aprendemos sobre el valor de la amistad y la importancia de ser tolerantes y comprensivos con los demás. Abraham, a pesar de enfrentar el bullying y la discriminación, encontró amigos verdaderos en Alan y Andrea, quienes no lo juzgaron por su apariencia o su acento.
Además, Agustín y Elena también aprendieron la lección de la amistad y la diversidad, demostrando que las personas pueden cambiar y mejorar. En última instancia, este cuento nos enseña que la amistad puede superar cualquier obstáculo, y que la diversidad es una riqueza que debemos celebrar.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.