En un pequeño pueblo donde los días eran soleados y las noches llenas de estrellas titilantes, vivía un niño llamado Juan Ángel. Era un niño alegre, siempre con una sonrisa en el rostro y una gran curiosidad por el mundo que lo rodeaba. Juan Ángel vivía con su mamá, su papá y su abuelo Juan Ángel, quien siempre le contaba historias fascinantes de su juventud. Juntos, formaban una familia unida y amorosa, que disfrutaba de cada momento que pasaban juntos.
Una tarde, mientras Juan Ángel y su amigo Jaime jugaban en el parque, Juan Ángel le contó sobre un sueño que había tenido la noche anterior. “Soñé que era un pequeño merengue que quería llegar a ser el mejor merengue del mundo”, dijo emocionado. Jaime, que siempre fue un gran compañero de aventuras, lo miró con ojos brillantes. “¡Eso suena increíble! Pero, ¿cómo un merengue puede llegar a ser el mejor?”, preguntó.
Juan Ángel pensó por un momento y respondió: “¡Tengo que recorrer un camino lleno de desafíos y aprender muchos valores en el camino! Debo ser valiente, perseverante y siempre ayudar a los demás.” A Jaime le gustó mucho la idea. “Eso suena divertido. ¡Podemos ser un equipo! Tú serás el merengue y yo seré el pastel que te acompaña en la aventura”, dijo Jaime riendo.
Y así, ambos amigos decidieron que debían emprender un viaje imaginario para que Juan Ángel pudiera vivir su sueño y aprender los valores que necesitaría para ser el mejor merengue del mundo. Con cada paso que daban por el parque, su imaginación comenzó a volar, y se trasformaron en los personajes de su historia.
En su aventura, Juan Ángel y Jaime llegaron a un mágico bosque donde los árboles eran altos y verdes, y los animales parecían hablar. Aquel lugar estaba encantado, y en él residía un sabio búho llamado Don Sabio. Este búho podía ayudar a los viajeros que buscaban cumplir sus sueños, pero también les enseñaba importantes lecciones de vida.
Cuando Juan Ángel y Jaime se encontraron con Don Sabio, el búho los miró con sus ojos grandes y serenos. “¿Qué desean, jóvenes aventureros?”, preguntó con voz profunda. “Yo quiero ser el mejor merengue del mundo”, respondió Juan Ángel con determinación. “Y yo quiero ayudarlo en su camino”, añadió Jaime.
El búho, con una sonrisa sabia, les dijo: “Para lograr ser el mejor, deberán primero aprender el significado del valor de la amistad y la solidaridad. Les daré una prueba. Necesitarán ayudar a los que los rodean antes de pedir ayuda para ustedes mismos.”
Con esas palabras resonando en sus oídos, los amigos continuaron su camino y pronto se encontraron con una ardilla llamada Chispa, que estaba tratando de bajar unas bellotas de un árbol muy alto. “¡Hola!”, dijo Chispa, “estoy muy triste porque no puedo alcanzar las bellotas que necesito para el invierno.” Juan Ángel y Jaime, a pesar de que tenían sus propios sueños y aventuras, se dieron cuenta de que podían ayudar.
“¡No te preocupes, Chispa!”, exclamó Juan Ángel. “Nosotros te ayudaremos”. Con la ayuda de Jaime, Juan Ángel subió al árbol mientras Chispa miraba con esperanza. Con mucho cuidado, logró alcanzar las bellotas y comenzó a dejarlas caer una a una, hasta que Chispa pudo recogerlas con alegría.
“¡Gracias, gracias! Ustedes son verdaderos amigos”, dijo la ardilla emocionada, con lágrimas de felicidad en sus ojos. Juan Ángel se sintió feliz, porque se dio cuenta de que ayudar a otros también lo hacía sentir bien. “¿Ves, Jaime?”, dijo, “hemos aprendido el valor de la amistad y la solidaridad al ayudar a Chispa”.
Continuaron su camino a través del bosque, y en el trayecto se toparon con un río caudaloso. En la orilla del río, una tortuga llamada Tula estaba intentando cruzar, pero el agua corría rápidamente y le daba miedo. Al ver esto, Juan Ángel y Jaime supieron que debían hacer algo una vez más.
“¿Necesitas ayuda, Tula?”, preguntó Juan Ángel. La tortuga asintió con la cabeza, a punto de llorar. “Sí, tengo miedo de caer al agua. Me gustaría cruzar, pero no sé cómo hacerlo sin que me pase algo malo”.
Juan Ángel y Jaime se miraron y luego decidieron crear un puente con ramas y hojas. Así, poco a poco y con tranquilidad, lograron construir un paso seguro. “¡Ya está, Tula! Puedes cruzar con confianza”, dijo Jaime sonriendo. Tula, muy agradecida, cruzó el puente y llegó sana y salva al otro lado.
“Gracias, amigos. Ustedes son muy valientes y solidarios. He aprendido que a veces, los desafíos se superan mejor en compañía de otros”, les dijo la tortuga, sonriendo.
Siguieron caminando y, aunque a veces se sentían cansados, jamás se rendían. Aquella noche decidieron acampar bajo las estrellas. Hicieron una fogata donde comenzaron a contar historias. Juan Ángel miró a Jaime y le dijo: “Hoy hemos aprendido el valor de ayudar a los demás. Nunca pensé que ayudar a otros me haría sentir tan lleno de alegría”.
Mientras se acomodaban para dormir, un brillo en el cielo llamó su atención. Era una estrella fugaz que pasaba velozmente. “¿Sabes qué, Juan Ángel? Tal vez sería genial pedir un deseo”, dijo Jaime emocionado. “¿Qué deseas?”, preguntó su amigo.
Juan Ángel pensó por un momento, y dijo: “Deseo que todos puedan encontrar amigos de verdad y aprender a ser solidarios, porque eso es lo que hace que el mundo sea un lugar mejor”. Jaime asintió con la cabeza, y mientras el fuego crepitaba, ambos se sintieron felices por el regalo de la amistad.
Al caer la mañana, continuaron su camino y llegaron a un coloso monte donde se encontraba el gran Castillo de los Valores. Allí, la reina de la justicia los esperaba. “Bienvenidos, jóvenes aventureros. He estado observando su viaje y veo que ya han aprendido mucho sobre la amistad y la solidaridad. Pero aún les falta un valor más.”
“¿Cuál es, Majestades?”, preguntó Juan Ángel. La reina, con una mirada tierna, respondió: “Es el valor de la perseverancia. Para alcanzar su sueño, deben estar dispuestos a enfrentar las dificultades y no rendirse ante los obstáculos. Deben seguir adelante, sin importar qué tan difícil parezca el camino”.
Juan Ángel y Jaime sabían que esto no sería fácil, pero la motivación de convertirse en el mejor merengue del mundo era más fuerte. “¡Lo haremos!”, prometieron al unísono. Y así comenzó su viaje hacia esa montaña altísima que parecía no tener fin.
Escalar la montaña fue difícil. A menudo se caían y se lastimaban las rodillas, pero cada vez que caían, se levantaban, recordando las palabras de la reina. “No podemos rendirnos”, decía Juan Ángel, mientras Jaime lo seguía. A medida que subían, se encontraron con nubes de dificultades y lluvias de desánimo, pero durante esas tormentas, la amistad que compartían se convertía en su paraguas.
Finalmente, después de un esfuerzo tremendo y con el apoyo incondicional del otro, lograron llegar a la cima. Desde allí, pudieron ver todo el valle y el hermoso pueblo donde vivían. “¡Lo logramos!”, gritaron llenos de felicidad. Sintiéndose orgullosos, sintieron que cada esfuerzo valió la pena.
En su regreso al pueblo, llegaron llenos de historias y aprendizajes. Cuando se encontraron con Don Sabio, le compartieron todo lo que habían vivido. “¡Han aprendido los valores más importantes!”, exclamó. “Recuerden siempre que la verdadera gloria no radica en ser el mejor, sino en ser una buena persona, ayudar a los demás y nunca rendirse en la búsqueda de sus sueños.”
Al llegar a casa, sus padres y abuelo Juan Ángel los esperaban con una gran comida. Ellos habían estado preocupados, pero al escuchar las historias de sus aventuras, comprendieron que Juan Ángel y Jaime habían crecido mucho en su viaje. “Estoy muy orgulloso de ustedes”, dijo su padre. “Ustedes han demostrado que con esfuerzo y solidaridad, los sueños pueden hacerse realidad”.
Aquella noche, mientras se iban a dormir, Juan Ángel miró a su amigo y le dijo: “Hoy aprendí que los valores son más importantes que ser el mejor en algo. La amistad, la solidaridad y la perseverancia son los ingredientes para el verdadero éxito”. Jaime sonrió y asintió, sintiendo que su camino aún tenía muchas aventuras por vivir, siempre juntos.
Y así, Juan Ángel y Jaime continuaron soñando, sabiendo que no solo querían ser un merengue famoso, sino también ser mejores amigos y personas que contribuyen a hacer del mundo un lugar mejor. Comprendieron que el verdadero valor de un sueño es lo que uno aprende en el camino, y que la compañía y la ayuda mutua siempre harían su viaje mucho más especial.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.