En la pequeña ciudad de Solmares, vivía un niño llamado Gianlucas que soñaba con convertirse en un campeón de natación. Desde muy pequeño, Gianlucas había amado el agua; era su segundo hogar. A los ocho años, ya era conocido en el club de natación local por su determinación y su sonrisa contagiosa.
Su entrenadora, Cecilia, era una exnadadora olímpica que había visto potencial en Gianlucas desde el primer día que lo vio chapotear en la piscina de aprendizaje. Con su cabello corto siempre recogido y sus gafas de sol, Cecilia no solo era una figura de autoridad, sino también una mentora y amiga para Gianlucas.
Un día, mientras entrenaban para la competencia regional más importante del año, Cecilia le dijo a Gianlucas: «Tienes todo lo que se necesita para ganar, pero recuerda, la verdadera victoria está en dar lo mejor de ti mismo, sin importar el resultado.»
Gianlucas asintió, comprendiendo las palabras de Cecilia no solo en el contexto de la natación sino también en la vida. Día tras día, se esforzaba en la piscina, perfeccionando cada brazada, cada vuelta, cada salida. Cecilia estaba siempre allí, con su pizarra en mano, anotando tiempos y ofreciendo consejos técnicos y palabras de aliento.
Llegó el día de la competencia y toda la ciudad parecía haberse trasladado al complejo de natación para apoyar a Gianlucas. Sus padres, amigos y compañeros de equipo llenaban las gradas, cada uno con una camiseta que decía «Vamos Gianlucas».
Gianlucas se colocó en su carril, el corazón latiéndole fuertemente en el pecho. Miró hacia donde Cecilia estaba parada, al final de la piscina, y ella le devolvió una sonrisa tranquilizadora y levantó el pulgar.
Cuando sonó el silbato, Gianlucas se lanzó al agua con una determinación férrea. Podía escuchar vagamente los gritos de la multitud, pero en su mente, solo estaba el agua, su respiración y la línea que lo separaba de su objetivo.
Volteó en cada pared con más fuerza que nunca, impulsándose hacia adelante con cada brazada. A su lado, sus competidores eran apenas sombras, presencias flotantes que no alcanzaban a distraerlo de su meta.
En los últimos metros, Gianlucas dio todo lo que tenía. Cuando tocó la pared final, el estadio estalló en aplausos. Exhausto pero esperanzado, levantó la vista hacia el marcador. No había ganado; había terminado segundo, pero eso no importaba. Había mejorado su mejor tiempo personal por varios segundos, un logro que solo meses de duro trabajo podrían haber hecho posible.
Cecilia corrió hacia él, una enorme sonrisa en su rostro. «¡Lo hiciste increíble, Gianlucas! Estoy tan orgullosa de ti,» exclamó mientras lo envolvía en un abrazo. «Hoy demostraste lo que siempre te he dicho. Ganaste más que una medalla hoy; ganaste respeto, honor y la admiración de todos los que están aquí.»
Gianlucas miró a su alrededor, viendo las caras sonrientes de sus seres queridos y sintió una oleada de orgullo y felicidad. No necesitaba un trofeo para sentirse como un campeón; el amor y el apoyo de su gente y el haber dado lo mejor de sí mismo eran su verdadera recompensa.
Desde ese día, Gianlucas no solo se dedicó a ser un mejor nadador, sino también a ser una mejor persona, recordando siempre que los valores aprendidos en la piscina son tan importantes como los logros obtenidos en ella. Y cada vez que entraba al agua, sabía que llevaba consigo no solo las esperanzas de ser el primero, sino también el deseo de ser el mejor que podía ser, dentro y fuera de la piscina.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.