En un pequeño pueblo envuelto en la tranquilidad del campo, había un orfanato conocido como «Sega». No era un nombre al azar; significaba Sobresdrújula, Esdrújula, Grave y Aguda, una verdadera declaración de amor hacia la acentuación de las palabras por parte de su fundador, Don Ernesto. Este director, con un profundo respeto por el lenguaje, tenía la costumbre de nombrar a los niños del orfanato en honor a las categorías gramaticales, esperando inspirar en ellos la misma pasión por las palabras.
Un luminoso día de primavera, tres niñas llegaron al umbral de Sega. Con sus ojos llenos de esperanza y un poco de incertidumbre, fueron acogidas por Don Ernesto, quien les dio sus nuevos nombres: Agudina, Esdrújulina y Gravelina. Estos nombres no eran solo etiquetas, eran un regalo y un reto, pues cada una llevaría el peso y el honor de representar las sutilezas de la lengua española.
Las tres niñas pronto se convirtieron en inseparables. Agudina, con su espíritu vivaz y siempre optimista, Esdrújulina, curiosa y reflexiva, y Gravelina, serena y madura, compartían todo: juegos, sueños y, por supuesto, desafíos. Uno de estos desafíos era su lucha constante con la acentuación, un tema en el que su maestra, la señorita Lucía, insistía con especial énfasis. No pasaba un día sin que sus tareas fueran devueltas con correcciones en rojo, destacando sus errores en la colocación de los acentos.
Las burlas ligeras de sus compañeros, aunque no malintencionadas, empezaron a afectarlas. No querían ser vistas solo como las niñas con los nombres extraños que siempre erraban en clase. Fue entonces cuando decidieron convertirse en maestras de su destino. «Si nuestros nombres están vinculados a la acentuación, ¿por qué no convertirnos en expertas en el tema?», propuso Esdrújulina una tarde mientras contemplaban el atardecer desde la ventana de su habitación.
Motivadas por esta nueva misión, las niñas comenzaron a investigar todo lo que podían sobre las reglas de acentuación. Descubrieron que las palabras agudas llevan acento en la última sílaba cuando terminan en vocal, n o s; que las graves lo llevan en la penúltima sílaba, salvo que terminen en vocal, n o s; y que las esdrújulas siempre llevan acento en la antepenúltima sílaba. Estos descubrimientos eran como llaves que abrían puertas a un mundo que siempre había estado allí, pero que nunca habían sabido apreciar completamente.
Decididas a compartir su aprendizaje, organizaron una exposición en el orfanato llamada «El Mundo Mágico de las Palabras». Crearon carteles coloridos, juegos interactivos y hasta un pequeño teatro de marionetas que dramatizaba la importancia de colocar correctamente los acentos. La exposición fue un éxito rotundo. Niños y adultos por igual se maravillaron con las actividades, y por primera vez, las niñas se sintieron verdaderamente orgullosas de sus nombres.
La señorita Lucía, especialmente conmovida por el esfuerzo y la creatividad de sus alumnas, les propuso llevar su exposición a las escuelas locales. Agudina, Esdrújulina y Gravelina viajaron por el pueblo, enseñando y aprendiendo, transformando lo que había sido una fuente de inseguridad en una de fuerza y empoderamiento.
Con el tiempo, las niñas crecieron y eventualmente dejaron el orfanato para trazar sus propios caminos en el mundo, pero la huella que dejaron en Sega y en el pueblo nunca se borró. Don Ernesto, en sus últimos años, siempre contaba la historia de las tres niñas que cambiaron la pequeña ciudad con su coraje y su amor por las palabras.
Y así, Agudina, Esdrújulina y Gravelina pasaron a ser conocidas no solo como las niñas del orfanato Sega, sino como las guardianas de las palabras, tres jóvenes que demostraron que incluso los desafíos más difíciles pueden transformarse en oportunidades para enseñar, aprender y crecer.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.