Había una vez un niño llamado Mateo, quien no disfrutaba las matemáticas. Aunque se esforzaba mucho, los números parecían bailar frente a sus ojos, confundiéndolo una y otra vez. En su escuela, nadie parecía comprender lo difícil que era para él. Sus profesores, como la estricta profesora Clara, siempre le decían que “debía esforzarse más” o que “las matemáticas eran fáciles”, mientras que sus compañeros se reían de él cuando cometía errores. Cada día, Mateo se sentía más triste y enfadado. Intentaba entender los problemas que le ponían, pero no importaba cuánto lo intentara, siempre terminaba confundido y frustrado.
Un día, después de un largo y duro día de clases, Mateo llegó a casa con lágrimas en los ojos. Al cruzar la puerta, su madre lo vio de inmediato y se preocupó.
—¿Qué pasa, Mateo? —preguntó mientras lo abrazaba suavemente.
—No quiero volver al cole —respondió Mateo, secándose las lágrimas con la manga de su camisa.
—¿Por qué dices eso? —insistió su madre, acariciándole el cabello.
—Mis compañeros se ríen de mí porque no entiendo las matemáticas, y los profes no me ayudan —explicó Mateo con tristeza.
La madre de Mateo suspiró y lo abrazó aún más fuerte.
—¿Sabes qué? —dijo ella con una sonrisa suave— A mamá le han cambiado de trabajo, y eso significa que tendrás que cambiar de escuela.
Mateo levantó la mirada, sorprendido. La idea de empezar en una nueva escuela era aterradora, pero al mismo tiempo, algo dentro de él se llenó de esperanza. Tal vez, solo tal vez, las cosas serían diferentes.
Poco tiempo después, Mateo se encontró frente a su nueva escuela. Sentía un nudo en el estómago, pero su madre lo animó.
—No te preocupes, hijo, este es un nuevo comienzo. Todo será mejor —le dijo ella con una sonrisa cálida antes de despedirse.
Al entrar a su nueva clase, Mateo vio que había muchos niños que no conocía. Se sentó en una silla cerca de la ventana, mirando con nerviosismo a su alrededor. Justo cuando estaba a punto de perder la esperanza, la profesora Clara entró en el aula. Mateo pensó que sería igual que sus antiguos profesores, pero pronto se dio cuenta de que ella era diferente.
—Hola, clase —dijo la profesora Clara con una voz suave y amigable—. Hoy tenemos un nuevo compañero. ¡Démosle la bienvenida a Mateo!
Los compañeros de Mateo sonrieron y lo saludaron, lo cual lo hizo sentir un poco más cómodo. Sin embargo, el verdadero cambio ocurrió durante la primera lección de matemáticas. Como de costumbre, Mateo se sintió confundido, pero cuando levantó la mano para pedir ayuda, la profesora Clara se acercó y, en lugar de apresurarlo, se sentó a su lado.
—No te preocupes, Mateo. Vamos a hacerlo juntos —le dijo con una sonrisa tranquilizadora.
La profesora le explicó los problemas con paciencia, utilizando ejemplos que Mateo podía entender. Poco a poco, las matemáticas empezaron a tener sentido para él. A pesar de que todavía cometía errores, sus compañeros no se reían. Al contrario, algunos de ellos incluso se ofrecieron a ayudarlo durante el recreo.
Con el tiempo, Mateo comenzó a sentirse más seguro en la escuela. Ya no temía las matemáticas, porque sabía que tenía el apoyo de su profesora y de sus nuevos amigos. Cada día se esforzaba un poco más, y aunque a veces se equivocaba, ya no se sentía solo. Su madre también notó el cambio. Mateo llegaba a casa sonriendo, contando historias sobre lo que había aprendido y cómo la profesora Clara siempre le daba palabras de ánimo.
Un día, después de haber resuelto un problema particularmente difícil, Mateo se sintió orgulloso de sí mismo. Recordó los días en los que solía pensar que nunca entendería las matemáticas, y cómo todo había cambiado gracias a su nueva escuela, sus compañeros amables y, sobre todo, la paciencia y el cariño de su profesora.
Esa noche, mientras se preparaba para dormir, Mateo le dijo a su madre:
—Mamá, creo que ya no odio las matemáticas.
Su madre sonrió y le dio un beso en la frente.
—Estoy muy orgullosa de ti, Mateo. Sabía que podrías hacerlo.
Y así, Mateo descubrió que, aunque algunas cosas pueden ser difíciles al principio, con paciencia, apoyo y esfuerzo, todo puede mejorar. Aprendió que nunca estaba solo, que siempre podía contar con los demás, y que cada día es una nueva oportunidad para aprender y crecer.
Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.