El Parque de los Secretos

En un pequeño pueblo donde las tardes parecían sacadas de un cuento, vivían Angie y Carlos, dos amigos inseparables jóvenes. Angie era una niña muy educada e inteligente, con largos cabellos rubios que danzaban al viento como olas de oro. Carlos, por su parte, era un niño de rizos castaños y ojos curiosos, siempre listo para una nueva aventura.

Cada tarde, después de la escuela, se encontraban en el parque del pueblo, un lugar lleno de árboles frondosos y risas de niños. Allí, compartían historias, jugaban y soñaban con futuras aventuras. Pero un día, la rutina de estos amigos cambió con la llegada de Julián, un nuevo niño en el pueblo.

Julián tenía el cabello negro como la noche y una sonrisa encantadora. Angie no pudo evitar sentir un cosquilleo especial al verlo. Por primera vez, sentía algo diferente, una sensación nueva que no sabía cómo explicar. Carlos notó el cambio en su amiga y se preguntó qué estaba pasando.

Una tarde, mientras Angie y Carlos estaban en el parque, Julián se acercó a ellos. Angie se sonrojó y Carlos sintió un nudo en el estómago. Julián les habló de su antiguo hogar, de las montañas y los ríos donde solía jugar. Angie escuchaba embelesada, mientras Carlos intentaba unirse a la conversación.

Pasaron los días y Angie empezó a pasar más tiempo con Julián, dejando a Carlos a un lado. Carlos sentía una tristeza que no sabía cómo manejar. ¿Era esto lo que llamaban celos? No quería perder a su mejor amiga, pero tampoco sabía cómo expresar lo que sentía.

Una tarde, Carlos encontró a Angie llorando en el autobús del regreso a casa. Se sentó a su lado, vacilante. «¿Angie, qué te pasa?», preguntó con suavidad. Entre sollozos, Angie confesó que Julián le había dicho que se mudaría pronto. A pesar de conocerlo apenas unas semanas, Angie sentía que perdía algo importante.

Carlos, escuchando a Angie, entendió que la amistad es más que risas y juegos; también es apoyo y comprensión. «Angie, siempre estaré aquí para ti, pase lo que pase», dijo Carlos, poniendo su mano sobre la de ella. Angie le sonrió a través de las lágrimas, agradecida por tener un amigo como Carlos.

Los días siguientes fueron agridulces. Julián se despidió y Angie, aunque triste, se dio cuenta de que las despedidas eran parte de la vida. Carlos estuvo a su lado, compartiendo su pena, pero también recordándole las alegrías de su amistad.

El parque volvió a ser el refugio de los dos amigos, donde las tardes se llenaron nuevamente de risas y planes para el futuro. Aprendieron que la amistad verdadera se fortalece en los momentos difíciles y que, sin importar los cambios, siempre pueden contar el uno con el otro.

Así, Angie y Carlos continuaron su camino, enfrentando juntos los altibajos de la vida, siempre recordando que en el Parque de los Secretos, donde comenzó su amistad, siempre encontrarían consuelo y felicidad. Porque en ese parque no solo jugaron y soñaron, sino que también aprendieron el valor de la amistad, un tesoro que llevarían siempre en sus corazones.