En la alegre y colorida clase de la señorita Carla, había cuatro amigos inseparables: Inés, Coper, Alan y Román. Todos compartían risas, juegos y muchas aventuras. La señorita Carla siempre decía que la clase era mágica, porque en ella todos los niños aprendían cosas nuevas y se ayudaban unos a otros. Cada día en la clase era especial, lleno de nuevas sorpresas y desafíos que los amigos enfrentaban juntos.
Inés era una niña muy lista, con dos coletas siempre bien peinadas. Le gustaba mucho ayudar a sus amigos con las tareas y siempre tenía una sonrisa para todos. Coper, el niño con gafas grandes y redondas, era muy bueno resolviendo acertijos y haciendo preguntas curiosas. Alan, con su cabello rizado, tenía una imaginación increíble y siempre inventaba juegos divertidos. Román, que llevaba una gorra de béisbol, era el más valiente del grupo y siempre estaba dispuesto a intentar cosas nuevas.
Un día, mientras la señorita Carla explicaba cómo plantar semillas en pequeños tiestos, notó que Coper tenía problemas para entender. «No te preocupes, Coper», le dijo Inés con una gran sonrisa, «te ayudaré después de clase». Coper se sintió mejor sabiendo que tenía una amiga que lo apoyaba.
Cuando llegó la hora del recreo, Inés y Coper se sentaron en una mesa del patio con sus tiestos y semillas. Inés le explicó pacientemente cada paso, y pronto, Coper estaba plantando sus semillas con confianza. «¡Gracias, Inés! Ahora puedo hacerlo yo solo», dijo Coper, feliz.
Mientras tanto, Alan y Román jugaban con los bloques de construcción en una esquina del patio. Alan había decidido construir un enorme castillo, pero necesitaba ayuda. «Román, ¿puedes ayudarme a construir el puente?», preguntó Alan. Román, que siempre estaba dispuesto a ayudar, se unió a la construcción con entusiasmo. Juntos, construyeron un castillo tan grande y bonito que todos los niños del patio vinieron a verlo.
Otro día, la señorita Carla les dio una nueva tarea: dibujar un mural sobre la amistad. Todos los niños se pusieron manos a la obra, pero Alan tuvo una idea especial. «¿Y si hacemos un dibujo entre todos?», sugirió. Inés, Coper y Román estuvieron de acuerdo, y juntos comenzaron a dibujar. Inés dibujó un gran sol que brillaba en el cielo, Coper añadió un arcoíris lleno de colores, Alan dibujó a todos los amigos jugando juntos, y Román dibujó un árbol grande y fuerte, símbolo de su amistad.
Mientras trabajaban en el mural, cada uno de los amigos enfrentó un pequeño desafío. Inés, que era muy detallista, se dio cuenta de que le faltaban colores en su caja de lápices. «No te preocupes, Inés, puedes usar los míos», dijo Alan, compartiendo sus lápices de colores.
Coper, tratando de hacer que el arcoíris fuera perfecto, se frustró cuando los colores no salían como quería. «¡Puedo ayudarte a mezclar los colores!», le dijo Román, mostrando a Coper cómo usar los lápices de una manera diferente para conseguir el efecto deseado.
Alan, concentrado en su parte del dibujo, accidentalmente hizo una línea que no debía. «¡No te preocupes, Alan!», exclamó Inés. «Podemos hacer que esa línea sea parte de algo más grande, como una montaña». Alan sonrió, contento de que su error se convirtiera en una nueva oportunidad creativa.
Román, mientras dibujaba el árbol, se quedó sin espacio en su lado del papel. «No te preocupes, Román, podemos movernos al otro lado del mural», sugirió Coper. Y así, Román pudo continuar su dibujo sin problemas.
El mural terminó siendo una obra maestra llena de colores y alegría, reflejando perfectamente la amistad y colaboración entre los amigos. La señorita Carla estaba muy orgullosa de ellos y decidió colgar el mural en la entrada de la clase para que todos pudieran verlo.
Otro día, la clase de la señorita Carla recibió una visita especial: un mago llamado el Gran Maravilloso. El mago iba a enseñarles algunos trucos de magia y los niños estaban emocionados. Durante el espectáculo, el Gran Maravilloso pidió un voluntario para ayudarlo con un truco de desaparición. Román, siempre valiente, levantó la mano y subió al escenario.
El mago le pidió a Román que se metiera en una caja y, con un pase mágico, la caja se cerró. Cuando el mago abrió la caja nuevamente, Román había desaparecido. Todos los niños se quedaron asombrados, pero Inés, Alan y Coper estaban preocupados. «¿Dónde está Román?», se preguntaron.
El Gran Maravilloso sonrió y pidió a los amigos de Román que subieran al escenario. «Para encontrar a Román, necesitan resolver este acertijo», dijo, entregándoles una serie de pistas. Coper, que era muy bueno con los acertijos, lideró la búsqueda. Inés, Alan y Coper trabajaron juntos, siguiendo las pistas por toda la clase.
Finalmente, las pistas los llevaron de vuelta al escenario, donde encontraron una llave. Coper utilizó la llave para abrir una puerta secreta detrás del escenario, y allí estaba Román, sonriendo y sano y salvo. Todos aplaudieron y rieron, y el Gran Maravilloso felicitó a los amigos por su gran trabajo en equipo.
La clase de la señorita Carla estaba llena de aventuras como esta, donde cada día los amigos aprendían algo nuevo y se ayudaban unos a otros. Su amistad era fuerte y especial, y siempre estaban listos para enfrentar cualquier desafío juntos.
Un día, cuando el cielo estaba cubierto de nubes y parecía que iba a llover, la señorita Carla decidió que harían una actividad en el interior. «Hoy construiremos una casa de cartón», anunció. Los niños estaban emocionados y comenzaron a trabajar en equipo para construir la casa más grande y bonita posible.
Inés decoró las paredes con dibujos de flores y animales, Coper diseñó las ventanas y la puerta, Alan creó un techo especial con papel de colores, y Román hizo una chimenea con una caja de zapatos. Mientras trabajaban, la lluvia comenzó a caer fuera, pero los amigos ni siquiera lo notaron. Estaban demasiado ocupados creando su casa de ensueño.
Cuando terminaron, se metieron dentro de la casa y se sentaron juntos, escuchando el sonido de la lluvia en el techo de cartón. «Es como una casita de verdad», dijo Inés, abrazando a sus amigos. «Sí, y siempre podemos venir aquí cuando queramos estar juntos», añadió Román.
La señorita Carla, al ver la hermosa casa que habían construido, les sonrió y dijo: «Ustedes son un gran equipo, siempre se ayudan y hacen cosas maravillosas juntos». Los niños se sintieron orgullosos y felices, sabiendo que su amistad era especial y que podían lograr cualquier cosa si trabajaban juntos.
Con el tiempo, la clase de la señorita Carla siguió llena de risas, juegos y nuevas aventuras. Los amigos enfrentaron cada desafío con valentía y creatividad, siempre apoyándose mutuamente. Aprendieron que la amistad es uno de los tesoros más valiosos y que juntos podían superar cualquier obstáculo.
Así, en la pequeña y mágica clase de la señorita Carla, Inés, Coper, Alan y Román siguieron creciendo y aprendiendo, unidos por una amistad que les daba fuerza y alegría cada día. Y aunque algún día dejarían la clase para seguir adelante con nuevas aventuras, siempre recordarían los momentos especiales y las lecciones aprendidas junto a sus amigos.
Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.