Desperté de golpe, con el corazón latiendo con fuerza en mi pecho, como si algo me hubiera sacudido desde el fondo de un sueño profundo. Aún con los ojos entrecerrados, la oscuridad de mi habitación me envolvía, pero lo que realmente me despertó no fue un ruido o un movimiento. Fue una voz.
Una voz suave, dulce y a la vez cargada de una melancolía que me desgarraba por dentro.
«Ven… regresa a mis brazos…»
Esas palabras flotaban en el aire, como si fueran parte de la misma brisa nocturna. Me quedé quieto, tratando de comprender si lo que había escuchado era real o simplemente parte de un sueño. Pero no, no podía ser un sueño. Esa voz era demasiado clara, demasiado real. Y lo peor de todo es que sabía exactamente de quién era.
Laura.
Me incorporé en la cama, mi mente todavía confundida por el abrupto despertar. Mi corazón empezó a acelerarse aún más cuando el eco de sus palabras se hizo más fuerte en mi cabeza. Había algo en esa voz, una tristeza que me atravesaba y, al mismo tiempo, algo más profundo: amor. Ese amor que nunca había dejado de sentir por ella, aunque jamás se lo había confesado.
Me levanté de la cama casi sin pensarlo, como si un imán me estuviera arrastrando hacia afuera. Necesitaba verla. Necesitaba decirle todo lo que había guardado durante tanto tiempo. La había querido desde siempre, desde que éramos niños, pero por alguna razón, siempre había tenido miedo de mostrar mis sentimientos. Quizás temía perderla, temía que lo que teníamos, esa amistad tan pura, se desmoronara. Pero ahora todo eso parecía tan insignificante comparado con lo que sentía en ese momento.
Me vestí rápidamente, sin importarme el desorden de mi cuarto o el hecho de que era tarde en la noche. Lo único que importaba era llegar a su casa, verla, y decirle lo que nunca había tenido el valor de expresar. Cada segundo que pasaba sentía que el peso en mi pecho crecía. Esa voz seguía resonando en mi mente, llamándome, como si su propio corazón me estuviera pidiendo que no la dejara ir, que volviera a ella.
Corrí por las calles desiertas de nuestro pequeño pueblo, con las luces de los faroles iluminando mi camino de forma tenue. Los árboles susurraban al paso del viento, pero todo lo que escuchaba era el latido acelerado de mi corazón y la voz de Laura, esa súplica suave que no podía ignorar.
Llegué frente a su casa, una pequeña vivienda rodeada por un jardín lleno de flores que siempre habían sido su orgullo. Me detuve un segundo, tratando de controlar la respiración. Miré las ventanas, todas estaban apagadas, excepto una. Su habitación. Sabía que debía estar despierta, de alguna forma lo sabía. Me acerqué a la puerta y antes de siquiera pensarlo, la golpeé suavemente.
El silencio que siguió fue eterno. Mi mente se llenó de dudas de repente. ¿Y si me había imaginado todo? ¿Y si no quería verme? ¿Qué iba a decirle exactamente? Pero antes de que pudiera seguir ahogándome en mis pensamientos, la puerta se abrió despacio. Y ahí estaba ella, Laura, con su cabello castaño cayendo en suaves ondas sobre sus hombros, vistiendo una simple bata de dormir. Su mirada era confusa, sorprendida, pero también había algo más, algo que no podía identificar del todo.
«Marcos… ¿qué haces aquí a estas horas?» preguntó en un susurro.
Quería hablar, quería decirle todo, pero mis palabras se atoraron en mi garganta. Solo podía mirarla, contemplarla, preguntándome cómo había dejado pasar tanto tiempo sin confesar lo que sentía.
Ella dio un paso hacia mí, frunciendo el ceño ligeramente, como si estuviera tratando de leer mi mente. «¿Estás bien?»
Su preocupación me desarmó. Finalmente, encontré mi voz. «Laura… no puedo seguir guardando esto más tiempo. Escuché tu voz, me llamabas, decías que volviera a ti, que regresara a tus brazos. Y… sentí algo tan profundo que no podía ignorarlo. Necesito decirte algo que he guardado por mucho tiempo.»
Ella se quedó en silencio, sus ojos reflejaban la sorpresa, pero también algo más. Algo que me daba esperanza.
Tomé una respiración profunda, mis manos temblaban ligeramente mientras daba el paso que tanto miedo me había dado antes. «Te amo, Laura. Siempre te he amado. Y no puedo seguir escondiéndolo más. Sé que puede que no sientas lo mismo, pero tenía que decirlo. No podía seguir guardándomelo.»
Laura se quedó en silencio por lo que pareció una eternidad. Mi corazón estaba a punto de explotar de la ansiedad. Pero entonces, una pequeña sonrisa comenzó a formarse en sus labios. Una sonrisa que no había visto en mucho tiempo.
«Marcos… yo… tampoco puedo seguir ocultándolo. Yo también te amo. Siempre lo he hecho, pero tenía miedo de que no sintieras lo mismo, de perder lo que teníamos.»
El alivio me invadió de una forma que no podía describir. Era como si todo el peso del mundo hubiera sido levantado de mis hombros. Nos miramos por un segundo, sin decir nada, pero en ese momento no hacían falta palabras. Ambos sabíamos lo que el otro sentía. Habíamos esperado tanto por este momento, y ahora que finalmente había llegado, se sentía como si todo en el universo estuviera en su lugar.
Me acerqué a ella y, sin pensarlo, la abracé. Sentí sus brazos rodear mi espalda y su cabeza apoyarse en mi pecho. Por primera vez en mucho tiempo, todo estaba bien. Habíamos esperado demasiado para decirnos la verdad, pero ahora que lo habíamos hecho, nada podría separarnos.
El mundo parecía detenerse a nuestro alrededor, y por primera vez en mucho tiempo, sentí que todo tenía sentido. El amor que había guardado durante tanto tiempo finalmente había encontrado su lugar, y eso era todo lo que importaba.
Nos quedamos así, abrazados en el silencio de la noche, sin necesidad de decir más. Solo el latido de su corazón, acompasado con el mío, y el calor de su cuerpo contra el mío me hacían sentir que todo lo que habíamos pasado, todo el miedo, la incertidumbre y los años de silencio, habían valido la pena.
“Marcos…” murmuró Laura, aún con la cabeza apoyada en mi pecho. “¿Cuánto tiempo llevas sintiendo esto?”
Me aparté lo suficiente para mirarla a los ojos. Esa pregunta era difícil, no porque no supiera la respuesta, sino porque el tiempo que había guardado mis sentimientos se sentía como una eternidad.
“No lo sé exactamente,” respondí con sinceridad. “Quizás desde siempre. Desde que éramos niños. Pero siempre tuve miedo… miedo de que las cosas cambiaran entre nosotros.”
Laura asintió lentamente, como si entendiera perfectamente a lo que me refería. Después de todo, ella había estado en la misma situación. Ambos habíamos ocultado nuestros sentimientos, temerosos de arruinar una amistad que valorábamos tanto. Pero ahora que todo estaba sobre la mesa, la sensación era liberadora, como si finalmente hubiéramos cruzado una barrera que nos había mantenido separados.
“Yo también tuve miedo,” admitió ella, sus ojos brillando a la luz de la luna que se filtraba por la puerta abierta. “Pensé que si te decía algo y tú no sentías lo mismo, todo lo que teníamos se desmoronaría.”
La ternura en su voz me hizo sonreír. “Y mira ahora. Estamos aquí, juntos, y las cosas no solo están bien… están mejor de lo que jamás imaginé.”
Nos quedamos en la puerta por lo que pareció una eternidad, hablando de nuestras vidas, de cómo habíamos cambiado y crecido desde aquellos días en los que solo éramos dos niños corriendo por el parque del pueblo. El tiempo parecía haberse detenido para nosotros, como si todo el mundo alrededor se hubiera desvanecido, dejándonos solos en nuestra pequeña burbuja de amor recién descubierto.
Finalmente, después de mucho rato, Laura me invitó a entrar. Nos sentamos en la sala, con las luces apagadas, solo la luz tenue de la luna y las estrellas iluminando el espacio. Seguimos hablando, abriendo nuestros corazones de una manera que nunca antes habíamos hecho.
“¿Recuerdas cuando teníamos diez años y solíamos escondernos en el viejo árbol del parque?” preguntó Laura, una sonrisa nostálgica en sus labios.
Asentí, riendo ligeramente. “¿Cómo podría olvidarlo? Siempre pensábamos que era el lugar más secreto del mundo, aunque todos sabían dónde estábamos.”
“Siempre creí que en ese árbol nada malo podía pasarnos,” dijo ella suavemente, su mirada perdiéndose en algún recuerdo lejano. “Era como nuestro pequeño refugio. Un lugar donde podíamos ser nosotros mismos sin preocupaciones.”
“Y lo sigue siendo, de alguna forma,” agregué. “Solo que ahora, no necesitamos un refugio físico. Ahora estamos aquí, juntos, y eso es suficiente.”
Laura me miró, y en sus ojos pude ver el reflejo de todo lo que sentía. No hacía falta decir nada más. Nos entendíamos de una manera que solo el tiempo y la experiencia podían ofrecer.
Pasamos la noche hablando, riendo y recordando, pero también soñando con el futuro. ¿Qué sería de nosotros ahora que finalmente habíamos cruzado esa línea invisible? Era una pregunta que ambos teníamos en la mente, pero por alguna razón, no había ansiedad ni miedo en nuestras palabras. Sabíamos que, pase lo que pase, estaríamos juntos, y eso era todo lo que importaba.
El amanecer comenzó a asomarse por las ventanas, tiñendo el cielo con tonos rosados y anaranjados. La luz del sol comenzó a llenar la habitación, dándole un aire de renovación, como si todo en el mundo fuera nuevo otra vez. Miré a Laura, que se había quedado dormida en el sofá, y no pude evitar sonreír. Verla así, tranquila y en paz, hacía que mi corazón se sintiera completo de una manera que nunca antes había experimentado.
Me levanté con cuidado para no despertarla y salí al jardín. El aire fresco de la mañana era un contraste perfecto con el calor de nuestros corazones la noche anterior. Me senté en uno de los bancos, observando cómo las flores del jardín se abrían con la luz del día, y reflexioné sobre todo lo que había ocurrido.
Nunca había imaginado que la vida me llevaría por este camino. Durante años, había temido perder a Laura, temido confesar lo que sentía por miedo a que todo se desmoronara. Pero ahora, comprendía que el amor verdadero no es algo que se pueda ignorar o evitar. Es algo que te encuentra, que te llama, y que te empuja a actuar, a pesar del miedo y las dudas. El amor verdadero siempre encuentra su camino, no importa cuán difícil o aterrador pueda parecer.
De repente, escuché pasos suaves detrás de mí. Me giré y vi a Laura de pie en la puerta, su cabello desordenado por el sueño y una sonrisa cálida en sus labios.
“¿Cómo lograste salir sin despertarme?” bromeó mientras se acercaba.
“Soy todo un ninja,” respondí, riendo.
Se sentó a mi lado en el banco, mirando el jardín en silencio por un momento.
“Anoche fue… increíble,” dijo finalmente. “Nunca pensé que confesar lo que siento por ti me haría sentir tan libre.”
Asentí, tomando su mano. “Lo sé. También lo sentí. Y ahora que lo hemos hecho, no quiero volver a esconder nada. Quiero que estemos juntos, de verdad, sin miedos.”
Laura me miró y apretó mi mano. “Yo también quiero eso. Quiero estar contigo, Marcos. Siempre.”
Y con esas palabras, supe que todo lo que habíamos pasado, cada momento de duda, cada instante de miedo, había valido la pena. Porque ahora, estábamos juntos, y eso era lo único que importaba.
Esa mañana, caminamos juntos por el pueblo, tomados de la mano, sin importar las miradas curiosas de los demás. Nos sentíamos como si fuéramos los únicos en el mundo, dos almas que finalmente habían encontrado su camino de vuelta la una a la otra.
El amor, como me había dado cuenta, no era solo un sentimiento. Era una elección, una decisión de estar con alguien a pesar de los miedos, las dudas y las dificultades. Y yo había elegido a Laura, y ella a mí. No había nada más que decir. Solo podíamos mirar hacia adelante, hacia el futuro que construiríamos juntos.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.