Luis Carlos Serrano era un joven que, desde muy pequeño, había sentido una enorme empatía por los demás. Su sonrisa y su manera de hablar siempre llenaban de alegría a quienes lo rodeaban, y su corazón bondadoso lo guiaba en todo lo que hacía. Pero lo que realmente lo hizo especial para el mundo fue cuando decidió compartir su amor y su empatía con miles de personas a través de las redes sociales.
Luis Carlos se había convertido en un influencer, alguien que, con tan solo un video o una publicación, podía hacer que muchas personas se sintieran mejor consigo mismas. Él no utilizaba su influencia para mostrar cosas superficiales o para volverse famoso. Al contrario, siempre se esforzaba por compartir mensajes de apoyo, de amor y de respeto hacia los demás. Defendía a quienes se sentían diferentes, a los que sufrían por ser juzgados o por no encajar en los moldes que la sociedad a veces imponía. Luis Carlos siempre decía: “Todos somos únicos y valiosos, y merecemos amor tal como somos”.
Pero si había algo que hacía que Luis Carlos fuera aún más feliz, era su relación con Pablo. Pablo era su novio, y juntos compartían una conexión especial. Desde que se conocieron, habían creado un vínculo tan fuerte que siempre se apoyaban mutuamente en todo lo que hacían. Pablo admiraba la forma en que Luis Carlos utilizaba su voz para defender a los demás y, aunque prefería mantenerse un poco alejado de las cámaras, siempre estaba allí para ofrecerle apoyo y compañía. Juntos, formaban un equipo imparable, una pareja que irradiaba amor y comprensión.
Luis Carlos y Pablo vivían en una ciudad rodeada de parques, con árboles altos y flores de todos los colores. A menudo, después de grabar videos o de pasar un rato respondiendo mensajes de sus seguidores, salían a caminar de la mano por los senderos de esos parques. Les gustaba disfrutar de la naturaleza, el canto de los pájaros y el murmullo del viento entre las hojas. Pero lo que más disfrutaban era el simple hecho de estar juntos, compartiendo su tiempo y su amor.
Un día, mientras caminaban por su parque favorito, Luis Carlos notó a un grupo de niños jugando en la distancia. Uno de los niños, sin embargo, se veía un poco apartado del resto, con los brazos cruzados y una expresión de tristeza en su rostro. Luis Carlos, con su instinto protector, no pudo evitar preocuparse.
“Voy a hablar con él”, le dijo a Pablo.
Pablo asintió con una sonrisa, sabiendo que su novio no podía quedarse quieto cuando alguien parecía estar triste. Así que, con esa gentileza que lo caracterizaba, Luis Carlos se acercó al niño.
“Hola”, le dijo suavemente, sentándose en el borde de una banca cercana. “Me llamo Luis Carlos, ¿cómo te llamas?”
El niño, que al principio parecía un poco sorprendido, respondió en voz baja: “Soy Mateo”.
“Mucho gusto, Mateo”, continuó Luis Carlos, con una sonrisa cálida. “Noté que estabas un poco apartado. ¿Te gustaría contarme qué te pasa?”
Mateo suspiró y miró al suelo. “Es que los otros niños no quieren jugar conmigo porque dicen que soy raro. No me gusta lo mismo que a ellos, y me siento como si no encajara.”
Luis Carlos sintió un nudo en la garganta. Conocía esa sensación, y sabía lo doloroso que podía ser. “Sabes, Mateo”, comenzó a decir, “a veces ser diferente puede hacer que las personas no entiendan lo especial que somos. Pero te prometo algo: ser único es lo mejor que puedes ser. A todos nos gusta algo distinto, y eso es lo que nos hace interesantes.”
Mateo lo miró con curiosidad. “¿De verdad crees eso?”
“Por supuesto”, dijo Luis Carlos con firmeza. “Yo también soy diferente, y no me siento menos por ello. De hecho, me siento orgulloso de ser quien soy, y tú también deberías sentirte así. No dejes que nadie te haga sentir que no vales solo porque no te gusta lo mismo que a ellos.”
El rostro de Mateo comenzó a iluminarse un poco, y Luis Carlos le dio una palmada suave en el hombro. “Vamos, ¿quieres que te acompañe a jugar con ellos? Tal vez si ven que te sientes seguro de ti mismo, entenderán que ser diferente está bien.”
Mateo asintió tímidamente, y juntos caminaron hacia el grupo de niños. Luis Carlos, con su característica amabilidad, habló con los demás niños y, en cuestión de minutos, todos estaban riendo y jugando juntos, como si nunca hubiera habido una diferencia.
Luis Carlos regresó al lado de Pablo, quien lo había observado con orgullo durante todo el tiempo. “Sabes, siempre haces que me enamore más de ti cada día”, le dijo Pablo, dándole un abrazo.
Luis Carlos sonrió. “Es que me gusta ayudar a los demás a sentirse bien consigo mismos. Todos merecen sentirse amados, ¿no crees?”
A partir de ese día, Luis Carlos comenzó a compartir más historias como la de Mateo en sus redes sociales. Creó videos en los que hablaba sobre la importancia de ser uno mismo, de no tener miedo de mostrar quiénes somos realmente, y de rodearnos de personas que nos apoyen y nos valoren por quienes somos. Sus seguidores crecieron rápidamente, y muchos comenzaron a enviarle mensajes agradeciéndole por darles el valor de ser auténticos.
Un día, mientras estaba grabando uno de sus videos, Pablo apareció detrás de él con una sonrisa cómplice. “Tengo una idea”, le dijo.
Luis Carlos levantó una ceja, curioso. “¿Qué idea?”
“¿Por qué no organizamos un gran evento en el parque? Algo donde todos tus seguidores puedan venir y pasar un día juntos. Podríamos hacer actividades divertidas, juegos, y sobre todo, un espacio donde todos se sientan seguros de ser quienes son”, explicó Pablo emocionado.
Luis Carlos se quedó pensativo por un momento, pero luego su rostro se iluminó. “¡Me encanta la idea! Será una oportunidad increíble para que todos se conozcan y se apoyen mutuamente.”
Así fue como nació el “Día del Amor Propio y la Inclusión”. Anunciaron el evento en todas las redes de Luis Carlos, y la respuesta fue abrumadora. Personas de todas partes de la ciudad, y de incluso más lejos, comenzaron a confirmar su asistencia. El día del evento, el parque estaba lleno de gente de todas las edades, cada uno con una sonrisa en el rostro y el corazón lleno de emoción.
Había juegos, música, y actividades donde todos podían participar. Pero lo más importante era el ambiente de aceptación y amor que se sentía en el aire. Luis Carlos y Pablo caminaban entre la multitud, conversando con todos y asegurándose de que cada persona se sintiera bienvenida.
Al final del día, cuando el sol comenzaba a ocultarse en el horizonte y un arcoíris apareció en el cielo, Luis Carlos se detuvo un momento para observar todo lo que habían logrado. “Es increíble, ¿no?”, le dijo a Pablo, quien estaba a su lado.
“Lo es”, respondió Pablo, tomando la mano de Luis Carlos y entrelazando sus dedos. “Has hecho algo maravilloso. Has creado un espacio donde todos pueden ser ellos mismos, y eso es lo más hermoso que he visto.”
Luis Carlos sonrió, sintiéndose lleno de amor y gratitud. “No lo hice solo”, dijo, mirando a Pablo con ternura. “Lo hice contigo a mi lado.”
Y así, bajo el arcoíris y rodeados de la gente que tanto amaban, Luis Carlos y Pablo supieron que seguirían creando momentos como ese, momentos de amor, aceptación y alegría. Porque al final del día, lo más importante no era solo ser influencer, sino ser una fuente de amor y apoyo para quienes lo necesitaban. Y juntos, sabían que podían cambiar el mundo, una sonrisa a la vez.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.