Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de montañas y ríos cristalinos, un hombre llamado Pablo. Pablo era conocido por todos como el mejor papá del mundo, especialmente por su pequeña hija, Lola. Lola tenía seis años y era una niña llena de energía, curiosidad y alegría. Tenía el cabello largo y castaño que siempre llevaba en dos coletas, y sus grandes ojos marrones brillaban con la emoción de descubrir el mundo cada día.
Pablo trabajaba como carpintero en el pueblo y era muy habilidoso con sus manos. Podía construir desde una sencilla silla hasta una hermosa cuna para un bebé. Pero lo que más le gustaba construir eran los juguetes de madera para su amada hija. En cada momento libre que tenía, Pablo se dedicaba a crear nuevos y maravillosos juguetes que hacían las delicias de Lola.
Una mañana soleada, Pablo y Lola decidieron ir al parque. Era un lugar mágico, lleno de colores y aromas que invitaban a jugar y soñar. El parque estaba decorado con flores de todos los colores y formas, y los árboles se alzaban como gigantes protectores que brindaban sombra y frescura. Había animales pequeños que correteaban por el lugar, como conejos, ardillas y pajaritos, que siempre parecían felices de ver a Lola.
Pablo y Lola llegaron al parque y, como siempre, Pablo llevaba una sorpresa para su hija. Había construido un hermoso columpio de madera con forma de unicornio. Lola gritó de emoción al ver el columpio y corrió hacia él. Pablo la ayudó a subirse y empezó a empujarla suavemente. La risa de Lola llenaba el aire, y Pablo no podía evitar sonreír, viendo a su pequeña tan feliz.
Después de un rato en el columpio, Pablo y Lola decidieron explorar el parque. Encontraron un pequeño estanque lleno de peces de colores. Lola, con su curiosidad infinita, se agachó para observarlos de cerca. Pablo le explicó que esos peces se llamaban carpas koi y que eran muy especiales porque traían buena suerte. Lola, maravillada, preguntó si podían llevarse uno a casa. Pablo, riendo, le dijo que los peces eran más felices en el estanque y que podían visitarlos siempre que quisieran.
La tarde pasó volando entre juegos y risas. Pablo y Lola construyeron un castillo de arena, hicieron una carrera de sacos y se sentaron bajo un árbol a disfrutar de un picnic que había preparado Pablo. Sandwiches de mermelada, jugo de manzana y galletas caseras, todo lo que a Lola le encantaba. Mientras comían, Pablo le contaba historias de cuando él era niño y jugaba en ese mismo parque con su papá.
Lola escuchaba atentamente, con los ojos abiertos de par en par. Le encantaban las historias de su papá y siempre le pedía que le contara más. Pablo era un gran narrador y sabía cómo hacer que cada historia fuera especial. Después del picnic, decidieron dar un paseo por el bosque que estaba al lado del parque. El bosque era un lugar misterioso y lleno de aventuras para Lola. Siempre encontraba algo nuevo y emocionante.
Pablo y Lola caminaban de la mano, explorando cada rincón del bosque. Encontraron un árbol con una gran cavidad en el tronco, y Lola imaginó que era la casa de un hada. Pablo, con su voz suave y cálida, inventó una historia sobre un hada llamada Luna que vivía en ese árbol y ayudaba a los niños perdidos a encontrar el camino a casa. Lola estaba encantada con la historia y empezó a buscar señales del hada Luna por todo el bosque.
De repente, escucharon un ruido en los arbustos. Lola se agarró fuerte de la mano de su papá, un poco asustada. Pablo la tranquilizó y juntos se acercaron lentamente al arbusto. Para su sorpresa, encontraron a un pequeño conejo blanco atrapado en una rama. Lola, con su corazón lleno de compasión, le pidió a su papá que ayudaran al conejito. Pablo, siempre dispuesto a enseñar a su hija la importancia de la bondad, liberó al conejo con cuidado.
El conejito, libre y agradecido, dio un par de saltos y luego se detuvo, mirando a Pablo y a Lola como si quisiera darles las gracias. Lola sonrió y saludó al conejo mientras este se alejaba. Pablo le explicó a Lola que siempre es importante ayudar a los demás, sean personas o animales. Lola, asintiendo con la cabeza, comprendió la lección de su papá.
El sol empezaba a ponerse, y el cielo se llenaba de colores anaranjados y rosados. Era hora de volver a casa. Pablo y Lola caminaron de regreso al parque, recogieron sus cosas y se dirigieron hacia su hogar. Lola estaba cansada pero feliz, y no dejaba de hablar sobre todas las aventuras que habían vivido ese día. Pablo la escuchaba con paciencia y una sonrisa en el rostro.
Al llegar a casa, Pablo preparó un baño calentito para Lola. Mientras ella se bañaba, él empezó a preparar la cena. Hicieron su plato favorito: espaguetis con salsa de tomate y albóndigas. Lola ayudó a poner la mesa, colocando los cubiertos y servilletas con mucho cuidado. Después de cenar, se sentaron en el sofá a leer un cuento antes de dormir. Lola eligió un libro de hadas, y Pablo le leyó con su voz calmada y profunda.
Cuando llegó la hora de dormir, Pablo llevó a Lola a su habitación, la arropó y le dio un beso en la frente. Lola, con los ojos medio cerrados, le dijo a su papá cuánto lo quería. Pablo, con el corazón lleno de amor, le respondió que él también la quería mucho, más que a nada en el mundo. Apagó la luz y se quedó un momento en la puerta, viendo cómo su pequeña hija se quedaba dormida.
Aquella noche, mientras Lola soñaba con hadas y aventuras en el bosque, Pablo se sentó en su taller a trabajar en un nuevo juguete. Pensaba en todas las cosas que quería enseñarle a su hija, en todos los momentos que aún les quedaban por compartir. Sabía que cada día con ella era un regalo, y se sentía agradecido por poder ser parte de su vida.
La vida en el pequeño pueblo continuaba, llena de días soleados y noches estrelladas, de risas y juegos, de amor y aventuras. Pablo y Lola seguían explorando el mundo juntos, aprendiendo y creciendo. Y así, cada día, fortalecían su lazo, demostrando que el amor entre un padre y su hija es uno de los tesoros más grandes que existen.
FIN
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.