Había una vez, en un pequeño y colorido pueblo, tres amigas inseparables: Elia, Celia y Ana. Desde que eran muy pequeñas, habían compartido innumerables aventuras y secretos, creando un lazo inquebrantable entre ellas. Cada día, después de la escuela, se reunían en el parque del pueblo, donde un enorme roble centenario les brindaba sombra y un lugar especial para jugar y soñar.
Elia era la más soñadora del grupo. Siempre estaba llenando cuadernos con historias de princesas, castillos y viajes a tierras lejanas. Con su cabello castaño y rizado, irradiaba alegría y entusiasmo. Celia, por otro lado, era más pragmática y le encantaba la música. Su voz melodiosa podía hacer que las flores parecieran bailar y su risa era contagiosa. Tenía un cabello largo y lacio, que reflejaba la luz del sol cuando bailaba en el viento. Y finalmente estaba Ana, la más aventurera. Tenía una gran imaginación y siempre instigaba a sus amigas a explorar lo desconocido. Con su cabello corto y desordenado, parecía lista para cualquier aventura en todo momento.
Un día, mientras jugaban en el parque, Celia miró hacia el horizonte y, con su voz suave, dijo: «Chicas, me siento un poco triste. Mi familia se está mudando a la ciudad y no sé si podré volver a jugar aquí con ustedes.» El corazón de Elia y Ana se encogió al escuchar esas palabras. Nunca se habían imaginado un verano sin Celia, sin sus risas y canciones.
«Aún hay tiempo, Celia. ¿Cuándo será la mudanza?», preguntó Ana, tratando de encontrar una solución. «En dos semanas», respondió Celia con una expresión de melancolía en su rostro.
Elia tuvo una idea brillante: «¿Y si hacemos un viaje especial a la montaña antes de que te vayas? Así podremos crear recuerdos increíbles que atesoraremos siempre». Celia sonrió, y Ana saltó de emoción. «¡Sí, hagamos eso! ¡Una aventura a la montaña!», exclamó, mientras comenzaba a dibujar un mapa en la arena del parque.
A lo largo de la siguiente semana, las tres amigas planearon su aventura. Hicieron una lista de cosas que necesitaban: comida, agua, una linterna y, por supuesto, su cuaderno de historias donde Elia podía escribir todo lo que veían. El día antes de su salida, se reunieron en casa de Celia para empacar.
La mañana del viaje, el sol brillaba con fuerza y el cielo estaba despejado. Llevaban mochilas llenas de provisiones y un espíritu de aventura palpable. Al llegar a la montaña, se maravillaron con la belleza de la naturaleza que las rodeaba. El aire era fresco, y los colores de las flores silvestres pintaban el paisaje como un cuadro.
Mientras exploraban, se encontraron con un sendero cubierto de hojas y flores. Decidieron seguirlo, curiosas sobre adónde conduciría. Después de caminar un rato, llegaron a un claro, donde encontraron un arroyo cristalino que burbujeaba alegremente. Se sentaron en una roca grande y empezaron a comer sus meriendas, compartiendo risas y recuerdos. Elia, con su cuaderno en mano, empezó a escribir sobre su aventura: “Érase una vez tres amigas que decidieron explorar un lugar mágico en la montaña…”
De repente, Ana se puso de pie y sugirió: “¿Y si hacemos una búsqueda del tesoro? Podríamos dividirnos y ver quién encuentra el objeto más valioso en esta hermosa montaña”. Las chicas acordaron que sería una idea emocionante. Celia, aún un poco triste por su mudanza, se animó con la idea.
Cada una tomó un camino diferente, prometiendo reunirse en el mismo claro al caer la tarde. Ana exploró un área llena de grandes rocas; Elia se adentró en un bosque donde los árboles formaban un techo natural; y Celia, sin pensar, siguió el sonido del arroyo.
Mientras caminaba, Celia encontró algo brillante entre las piedras del arroyo. Era un pequeño colgante en forma de corazón, cubierto de piedras preciosas que brillaban bajo la luz del sol. Su belleza era deslumbrante, y sintió que tenía que quedárselo. De inmediato, pensó en que sería un regalo perfecto para Elia y Ana, algo que las uniría siempre, recordándolas su amistad.
Sin embargo, al regresar al claro, Celia se dio cuenta de que había perdido un poco el sentido de la dirección. Sintió un pequeño nudo en el estómago, pero decidió seguir su instinto. Después de varios minutos de caminar, sintió que algo la observaba. Cuando se dio vuelta, vio a un pequeño zorro asomarse detrás de un arbusto. Tenía unos ojos curiosos y un pelaje brillante.
“Hola”, dijo Celia, a pesar de que nunca antes había hablado con un animal. “¿Me puedes ayudar a encontrar el camino de regreso al claro?”
El zorro, sorprendentemente, se acercó y ladeó la cabeza, como si entendiera. Y así, con el zorro como su guía, comenzó a caminar nuevamente, sintiéndose más tranquila. A lo lejos, pudo escuchar risas y voces; su corazón se llenó de alegría. Parecía que iba en la dirección correcta.
Mientras tanto, Ana y Elia estaban en el claro, cada una cuidando de la bolsa con los objetos que habían encontrado. Ana había recogido algunas piedras raras y Elia había encontrado una pluma de ave muy hermosa. Cuando Celia finalmente apareció, su rostro iluminó el claro.
“¡Chicas, miren lo que encontré!”, exclamó, mostrando el colgante. “Es un tesoro mágico, para que siempre estemos unidas, sin importar la distancia”. Elia y Ana aplaudieron con entusiasmo y, en ese momento, sellaron su promesa de amistad, comprometiéndose a estar siempre presentes en la vida de las otras, sin importar donde estuvieran.
Al final de la tarde, el sol comenzó a ponerse, tiñendo el cielo de tonos naranjas y rosas. Decidieron que era el momento de regresar a casa, llevándose consigo no solo sus tesoros, sino también experiencias y recuerdos que guardarían por siempre en sus corazones.
Esa noche, mientras se despedían, Celia sintió una mezcla de tristeza y emoción. Sabía que su vida en la ciudad sería diferente, pero sentía que el amor y la amistad que compartían las mantendría unidas. Antes de cerrar los ojos, tocó el colgante alrededor de su cuello y recordó las risas de sus amigas, cada una con su propia historia que contar.
Los días pasaron, y el día de la mudanza llegó. Elia y Ana hicieron todo lo posible para que Celia no se sintiera sola; le trajeron flores a su casa y le dedicaron canciones. Celia, en su corazón, sabía que siempre llevaría a Elia y Ana consigo, sin importar cuánto lejos estuviera.
Una semana después de mudarse, Celia recibió una carta. Cuando la abrió, vio que era una carta de Elia con dibujos y una historia que había escrito sobre el día que pasaron en la montaña. El corazón de Celia se llenó de alegría; sus amigas no la habían olvidado. Ana también le enviaba notas con cuentos de aventuras que tenían lugar en su pueblo, y en cada historia, Celia era parte de la narrativa.
Así, a través de cartas, teléfonos y videollamadas, las tres chicas se mantuvieron en contacto, compartiendo sus vidas a pesar de la distancia. Celia siempre llevaba su colgante como un recordatorio de su amistad, y cada vez que lo tocaba, sentía que Elia y Ana estaban ahí con ella.
Con el tiempo, Celia se adaptó a su nueva vida, pero nunca olvidó su hogar y sus amigas. Cada verano, volvía a visitar el pueblo. Así, juntos, creaban nuevos recuerdos y aventuras, siempre reforzando el amor que las unía.
Un verano, decidieron organizar un festival de cuentos en el parque del pueblo. Las tres amigas invitaron a otros niños a unirse y crear sus propias historias. Fue un evento mágico, donde compartieron risas y creatividad. Elia leyó una de sus historias que combinaba elementos de sus aventuras en la montaña. Ana, con su hermosa voz, cantó sobre la amistad y la conexión; y Celia incluso dirigió un pequeño espectáculo donde cada niño participaba.
Aquella noche, mientras las estrellas brillaban en el cielo, Celia miró a su alrededor y sonrió. Sabía que aunque sus caminos habían tomado direcciones distintas, el amor que compartían no conocía fronteras. Habían crecido, pero su amistad siempre permanecería intacta. Finalmente, las tres amigas miraron al cielo estrellado y, al unísono, hicieron un deseo: que su amistad siempre se mantuviera, unida por el destino.
Y así terminó su historia, una historia de amor y amistad que se tejió a lo largo de los años. Porque el verdadero tesoro no son solo los objetos bellos que se pueden encontrar, sino las conexiones, las risas y los recuerdos que se forjan en el corazón. Días tras días, primavera tras primavera, Elia, Celia y Ana continuaron haciendo crecer su amistad, demostrando que a veces la distancia solo hace que el amor crezca más fuerte.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.