Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de montañas y valles verdes, dos hermanos que se llamaban André y Román. André era el mayor, un niño valiente y siempre curioso. Le encantaba explorar el bosque que estaba cerca de su casa. Román, su hermano menor, era muy ingenioso y siempre buscaba maneras de resolver problemas. Aunque eran diferentes, juntos formaban un gran equipo.
Un día, mientras jugaban en su jardín, encontraron un mapa viejo y polvoriento. Tenía dibujos extraños y líneas que conducían a un lugar misterioso. André, emocionado, dijo: “¡Román, esto parece una aventura! Debemos seguir el mapa y descubrir qué hay al final”. Román sonrió y contestó: “Sí, puede ser algo increíble. Pero primero, necesitamos prepararnos”.
Así que los dos hermanos corrieron a su casa y se llenaron las mochilas con todo lo que necesitaban: una linterna, agua, algunas galletas, y su inseparable lupa. Cuando estuvieron listos, tomaron el mapa y se dirigieron al bosque.
El sol brillaba y los pájaros cantaban mientras ellos caminaban por el sendero. Después de un rato, encontraron una señal que decía “Bienvenidos al Bosque Encantado”. “¡Mira, André, estamos en el lugar indicado!”, exclamó Román. Su corazón latía con emoción, y estaban listos para seguir adelante.
Mientras caminaban, se encontraron con un árbol gigantesco que parecía hablar. “¡Hola, pequeños aventureros! Soy Don Roble, y protejo este bosque. Si quieren continuar su camino, deben responder a mi acertijo”, dijo el árbol con voz profunda. André y Román se miraron, intrigados, y prepararon sus mentes para el desafío.
“Escuchen con atención. ¿Qué es lo que siempre avanza, pero nunca se mueve?” Don Roble planteó su acertijo. André pensó un momento y luego, con una sonrisa, dijo: “¡Es el tiempo!” El árbol se río y dijo: “¡Correcto! Pueden pasar, pequeños valientes”. Los hermanos saltaron de alegría y cruzaron el umbral del árbol.
Siguieron caminando, y no pasó mucho tiempo antes de que se encontraran con un bello lago. El agua era tan clara que se podía ver el fondo. De repente, algo brilló en la superficie. Era una pequeña criatura que parecía un pez, pero con alas de mariposa. La criatura se presentó: “¡Hola, amigos! Soy Lluvia, la guardiana del lago. ¿Quieren jugar conmigo?”
André y Román se miraron con sorpresa. “¡Claro que sí!”, respondieron al unísono. Lluvia les mostró cómo saltar de piedra en piedra, y juntos rieron y jugaron, disfrutando del hermoso día. Después de un rato, Lluvia se detuvo y dijo: “Ahora que han jugado, deben ayudarme. Hay una sombra oscura en el bosque. Algo no está bien, y necesito su valentía”.
Los hermanos, aunque un poco asustados, estaban determinados a ayudar. “¿Dónde está esa sombra?”, preguntó André. “En la cueva del héroe dormido. Deben ir allí y averiguar qué sucede”, explicó Lluvia. “¡Vamos a hacerlo!”, respondió Román, lleno de valentía.
Siguiendo el mapa, se adentraron más en el bosque. En el camino, se encontraron con muchas maravillas: flores de colores brillantes, mariposas que danzaban en el aire, y hasta un pequeño juego de ardillas que saltaban alegremente. Finalmente, llegaron a la entrada de la cueva. Era oscura y misteriosa, y los hermanos se tomaron de la mano, listos para enfrentarse a lo desconocido.
Dentro de la cueva, todo estaba en penumbras. Usaron la linterna que llevaron y, entre las sombras, vieron algo sorprendente: un gran dragón dormido en el centro. Sus escamas eran de un verde esmeralda brillante, y sus alas estaban plegadas como un abrigo. “¿Qué haremos?, susurró Román, asustado, mientras André intentaba ver mejor. “Tal vez tengamos que despertarlo”, dijo André, tomando un pequeño respiro de valentía.
Los hermanos se acercaron al dragón. “¡Excuse, fabuloso dragón, despierta!”, gritó André con toda la fuerza de su voz. Pero el dragón siguió durmiendo. “Quizás debamos usar mis galletas”, bromeó Román. «Podría ser un buen desayuno», añadió en tono de risa.
Así que Román sacó una galleta y la puso justo enfrente del dragón. El aroma delicioso despertó al dragón, quien abrió un ojo. “¿Quiénes son ustedes?”, preguntó con una voz profunda, que resonaba en la cueva. “Somos André y Román. Venimos a ayudarte”, contestó André con valentía. “¿Ayudarme? ¡Pero yo he sido el que ha asustado a todos! Me llamo Fuego, y he perdido mis chispas mágicas”.
“¿Chispas mágicas? ¿Cómo podemos ayudarte?”, preguntó Román, ahora muy curioso. Fuego les explicó que había un hechizo que mantenía sus chispas atrapadas en el corazón del bosque. Sin poder volar, no podía proteger el bosque y, por eso, había asustado a los habitantes con su presencia. “Si me ayudan a recuperar mis chispas, prometo que nunca más asustaré a nadie”, dijo con sinceridad.
Los hermanos miraron entre sí y decieron que debían ayudar. “¿Dónde están las chispas?”, preguntó André, decidido. “En el corazón de un árbol antiguo”, respondió Fuego. Así, los tres amigos caminaron juntos hacia el corazón del bosque, donde estaba el árbol más grande y viejo.
Cuando llegaron, vieron su resplandor. Las chispas estaban atrapadas entre sus raíces. “Deben ayudarme a liberar las chispas. Juntos debemos unir nuestras fuerzas”, dijo Fuego. Así que todos juntos empujaron el tronco del árbol, y poco a poco, las chispas fluían hacia Fuego, iluminando la cueva con un brillo dorado.
“¡Lo logramos!”, exclamó Román. Con las chispas de regreso, Fuego dio un gran resoplido que iluminó todo a su alrededor. “¡Gracias, valientes hermanos! Ahora puedo proteger el bosque y ser un buen amigo”, dijo el dragón con gratitud.
Juntos, regresaron a Lluvia, quien los esperó emocionada. “Lo hicieron, lo hicieron!”, gritó llena de alegría. André y Román se sintieron felices. Habían vivido una gran aventura y también habían hecho un nuevo amigo.
Desde aquel día, Fuego cuidó del bosque, volando alto y causando sonrisas en lugar de sustos. André y Román regresaron todas las semanas, explorando juntos, sabiendo que siempre había aventuras esperando en el bosque.
Y así, los hermanos aprendieron que a veces, la verdadera valentía se muestra ayudando a otros, y que cada aventura puede traer valiosas amistades. Así termina la historia de André, Román y Fuego, quienes demostraron que ser valiente significa tener un corazón generoso. Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.