Había una vez, en lo profundo de una selva verde y frondosa, dos amigos inseparables: Antu, un pequeño mono de pelaje marrón, y Agustín, un loro colorido con plumas de todos los tonos del arcoíris. Antu y Agustín amaban la selva, pues era su hogar lleno de árboles altos, flores brillantes y muchos otros animales que siempre estaban dispuestos a jugar.
Un día, mientras Antu colgaba de una liana y Agustín volaba a su alrededor, decidieron que querían vivir una gran aventura. Antu, siempre curioso, dijo:
—¿Qué tal si exploramos más allá del gran árbol? He escuchado que allí hay cosas maravillosas que nunca hemos visto.
Agustín, con su voz alegre, respondió:
—¡Sí, Antu! Vamos a descubrir nuevos lugares y quizás encontremos frutas deliciosas para comer.
Así que, sin perder tiempo, Antu y Agustín se adentraron en la selva, más allá de donde solían jugar todos los días. Mientras caminaban y volaban entre los árboles, vieron mariposas de colores que danzaban en el aire y ranas que saltaban alegremente de hoja en hoja. El sonido de la selva era como una canción, con el susurro del viento y los cantos de los pájaros acompañándolos.
De repente, Antu vio algo que lo hizo detenerse. Era una fruta grande y redonda que nunca antes había visto. Estaba colgada de una rama alta, y su color rojo brillante hacía que pareciera deliciosa.
—¡Mira, Agustín! —exclamó Antu, señalando la fruta—. ¡Parece deliciosa! Voy a subir para alcanzarla.
Antu, siendo un mono ágil, comenzó a trepar por la liana más cercana. Subió y subió hasta que llegó a la rama donde colgaba la fruta. Pero justo cuando estaba a punto de tomarla, la rama comenzó a crujir y, antes de que pudiera reaccionar, ¡la rama se rompió!
Antu cayó rápidamente, pero justo antes de tocar el suelo, Agustín voló a su lado y lo atrapó con sus fuertes alas.
—¡Uf! Eso estuvo cerca —dijo Agustín, mientras bajaba lentamente a su amigo al suelo.
Antu, aunque un poco asustado, sonrió y dijo:
—Gracias, Agustín. Siempre estás allí para ayudarme.
—Para eso están los amigos —respondió Agustín con una risa alegre.
Después de recuperarse del susto, continuaron su viaje. Pronto, llegaron a un pequeño arroyo con agua cristalina. Antu, que tenía sed, se acercó para beber, mientras Agustín se posaba en una rama cercana, observando los peces que nadaban alegremente en el agua.
—Este lugar es maravilloso —dijo Antu, después de beber agua fresca—. Creo que deberíamos traer a todos nuestros amigos aquí algún día.
—Sí, seguro les encantaría —agregó Agustín, extendiendo sus alas al sol.
Justo en ese momento, oyeron un ruido en la maleza. Antu y Agustín se miraron, un poco nerviosos pero también emocionados por lo que podrían encontrar. De entre los arbustos, apareció un pequeño jaguar, con ojos grandes y brillantes.
—Hola, ¿quiénes son ustedes? —preguntó el jaguar con una voz suave y curiosa.
—Yo soy Antu, y él es Agustín —respondió el mono, acercándose al jaguar con cautela—. Estamos explorando la selva. ¿Y tú?
—Me llamo Tico —dijo el jaguar—. Vivo en esta parte de la selva. ¿Quieren jugar conmigo?
Antu y Agustín se alegraron de hacer un nuevo amigo. Los tres comenzaron a jugar a la pelota con una gran nuez que encontraron. La lanzaban de un lado a otro, corriendo y saltando por todo el lugar. Se reían y se divertían tanto que el tiempo pasó volando.
Después de un rato, Antu miró al cielo y vio que el sol ya comenzaba a ponerse.
—¡Oh no! —dijo—. Es hora de volver a casa. Si no regresamos pronto, nuestras familias se preocuparán.
Agustín asintió, sabiendo que tenían que regresar antes de que oscureciera.
—Tico, fue muy divertido conocerte —dijo Agustín—. ¿Por qué no vienes con nosotros mañana y jugamos más?
—Me encantaría —respondió Tico con una sonrisa—. Los veré aquí mañana, amigos.
Con una última despedida, Antu y Agustín comenzaron su camino de regreso. Mientras caminaban, el cielo se llenó de tonos naranjas y rosados, y el sonido de la selva se volvía más suave, como si la naturaleza misma se estuviera preparando para descansar.
—Hoy fue un día increíble —dijo Antu, mientras caminaba junto a su amigo—. Encontramos un lugar hermoso, hicimos un nuevo amigo y vivimos una gran aventura.
—Sí, y mañana tendremos aún más aventuras —respondió Agustín, batiendo sus alas con entusiasmo—. Estoy feliz de que siempre estemos juntos, Antu.
—Y yo también —dijo Antu, sonriendo.
Finalmente, llegaron a su hogar en lo profundo de la selva. Se despidieron con un fuerte abrazo y cada uno se dirigió a su nido, sintiéndose felices y satisfechos por el día que habían compartido.
Esa noche, mientras las estrellas brillaban en el cielo, Antu y Agustín se durmieron rápidamente, soñando con las nuevas aventuras que los esperaban al día siguiente. Sabían que, mientras estuvieran juntos, siempre encontrarían la manera de superar cualquier desafío y de disfrutar de cada momento en su maravillosa selva.
Y así, la selva siguió siendo un lugar de alegría y amistad, donde cada día era una nueva oportunidad para descubrir, jugar y compartir con los amigos. Porque para Antu y Agustín, no había nada más importante que la amistad y el amor por su hogar en la selva.
Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.